—Mi comida… —respondió la Yumaf, acercándose y golpeando con sus largas garras, rompiendo el capullo que tenía frente a ellas. De su interior apareció una mujer inconsciente, almacenada para comer después.
Iris se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y un escalofrío de miedo la recorrió. “¿Ella? ¿Puede guardar su comida de esa manera?” Pensó, imaginando a Bokeer y Harvey inconscientes y paralizados en capullos hechos por la Yumaf madre.
—¡Tienes más de esos capullos! ¡¿Dónde están los demás?! —gritó Iris desesperada, el pánico haciendo eco en su voz.
Corrió hacia la Yumaf, pero esta extendió sus largos brazos y la golpeó, haciéndola volar por los aires hasta chocar contra una de las paredes de la cueva.
—¡AGHH! ¡Dime, ¿dónde están los otros?! —exclamó Iris, sintiendo el ardor del dolor.
Con determinación, Iris tomó uno de los cuchillos que tenía en su bolso y corrió hacia la Yumaf, esquivando los torpes golpes que esta intentaba darle con sus extremidades alargadas. “No, no puede, me niego a perderlos,” se repetía una y otra vez. Cuando se encontró frente a la Yumaf, lista para atacarla, un calor intenso invadió su pecho. La ira y la furia parecían apoderarse de ella. Saltó más alto que nunca y clavó su cuchilla en el pecho de la Yumaf, pero no le hizo mayor daño.
—¡Tu maldita mujer, ¿qué crees que estás haciendo?! —gritó el ex jefe de la aldea de las águilas, apareciendo detrás de Iris y alejándola de la Yumaf.
—¡Suéltame! ¡Dime, ¿dónde están los otros capullos?! —gritó Iris, intentando liberarse de su agarre.
—¡ESA HEMBRA! ¡SÁCALA DE AQUÍ SI NO QUIERES QUE LA MATE AHORA MISMO! —gritó la Yumaf, molesta, mientras sacaba la daga que Iris le había clavado en el pecho. “Si la mato ahora, ese macho no me dará la ubicación para destruir a esa aldea de las cumbres,” pensaba la Yumaf mientras observaba al jefe noquear a Iris y sacarla de la cueva, llevándola a otro lado.
Cuando Iris despertó, se dio cuenta de que había pasado todo un día desde que la dejaron inconsciente.
Al despertar, Iris se dio cuenta de que ya había pasado todo un día desde que la habían dejado inconsciente.
—Qué bien que despertaste. Pensé que mi plan se había arruinado al creer que estabas muerta… Recuerda, tienes prohibido morir antes de que Shuu esté aquí. Él debe ver tu final con sus propios ojos —dijo el jefe con un rostro furioso, apretando la mandíbula de Iris con fuerza.
“Él… Él acabará conmigo si me quedo quieta. Debo encontrar una forma de escapar, pero… ¿Cómo?” Se preguntó Iris, recordando a la gran e inmensa Yumaf que se encontraba en lo más profundo de la cueva.
—Está… Está bien. No volveré a revelarme, pero… ¿Podrías decirme dónde están los hombres que destruyeron a los Yumaf más pequeños? —preguntó Iris, apretando sus puños nerviosos mientras esperaba una respuesta.
El ex jefe mostró una sonrisa molesta y se acercó a Iris.
—¿Por qué debería decirte? No tengo razón alguna para responder a tu pregunta.
—Por favor, solo quiero saber eso. Prometo que no haré nada más de aquí hasta que tú lo decidas, pero dime, ¿dónde están? —insistió Iris.
El jefe dio un suspiro y comenzó a hablar.
—Siguen vivos, si eso es lo que te preguntas. La madre solo los paralizó durante algunas horas para poder escapar de aquella cueva. Claro, podrían haber muerto por culpa de algún animal salvaje mientras estaban paralizados.
—¿Paralizados? —preguntó Iris, confundida.
—Sí, claro. Es lo que hace la madre Yumaf para alimentarse habitualmente y así comer carne fresca. Pero en esta ocasión, como ellos estaban atacando, la madre los paralizó para poder escapar de ese lugar. Ellos quedaron en el suelo, paralizados mientras ella escapaba.
Iris dio un gran suspiro y las lágrimas de alivio comenzaron a correr por su rostro. “Ellos, ellos están vivos, sí. Era obvio, Harvey y Bokeer son fuertes. Es imposible que les pase algo,” se dijo a sí misma mientras secaba sus lágrimas. El jefe, sin entender lo que sucedía, disfrutaba ver a Iris llorar, ya que su único objetivo era hacerla sufrir a ella y a Shuu.
—Supongo que en ese grupo de bestias había alguien importante. Bueno, esperemos que alguna bestia salvaje lo haya devorado para este momento —comentó el jefe con desdén.
Iris levantó el rostro molesta y luego le dio la espalda al jefe, quien sentía cada vez más furia hacia ella.
“Esta mujer es a quien Shuu tanto valora. Terminarla frente a sus ojos sería lo más satisfactorio, pero ella hace méritos para querer acabarla antes,” pensó el jefe mientras se alejaba de Iris y le entregaba una lechuza recién cazada para que se la comiera.
Así fueron pasando las horas hasta que, repentinamente, un fuerte estruendo resonó en toda la cueva, haciendo temblar el suelo y provocando que la cueva comenzara a desmoronarse.
—¡¡¡Son ellos, viene un grupo de bestias hacia acá!!! —gritó el jefe a la Yumaf que se encontraba dentro de la cueva.
La Yumaf levantó la mano, rompió la roca de una de las paredes y se adentró en ella, creando un camino a través de las rocas.
—¡Ven aquí, mujer! ¡Debemos seguirla ahora! —ordenó el jefe, sujetando fuertemente a Iris y llevándola tras los pasos de la Yumaf que cavaba un gran camino con sus enormes garras.
Después de casi dos horas corriendo a gran velocidad, la noche cayó nuevamente y se relajaron al dejar de escuchar los gritos de los hombres que los perseguían.
—¡¡¡DIJISTE QUE ELLOS NO VENDRÍAN AQUÍ!!!
—Lo siento, madre. Seguramente Shuu les guio desde las alturas —respondió el jefe mientras la madre Yumaf, molesta, arañaba una de las paredes de roca en el lugar. “Ella está furiosa. Tuvo que dejar todos los huevos en la cueva que se estaba derrumbando. Espero que aquellos hombres que estaban atacando fueran de mi aldea. Así podrán acabar con esos huevos al ponerles un poco de sal,” pensó Iris, esbozando una pequeña sonrisa.
La Yumaf madre, furiosa, se detuvo repentinamente y puso ambas manos en las murallas de piedra.
—¡ELLOS VIENEN HACIA AQUÍ!
—Tendremos que separarnos. Yo me llevaré a la mujer hacia él, y tú ve rápidamente hacia las montañas. Cuando llegues frente a la cascada, deberás hundirte en el agua de esa laguna y nadar por debajo de las rocas. Allí encontrarás una cueva bajo el agua, y al salir, ya estarás dentro de las montañas. Así será fácil infiltrarte en la aldea de las águilas. ¡Acaba con todos ellos! Merecen morir después de darme la espalda, a mí, el jefe de la aldea —concluyó el ex jefe de la aldea.
Iris observaba todo lo que estaba sucediendo. La gran madre Yumaf corrió rápidamente hacia las montañas, decidida a seguir las instrucciones del jefe para comerse a todos los humanos posibles y hacerse más fuerte para tener más hijos.
—Bueno, ahora que ella se fue, solo quedamos tú y yo. Ya quiero ver el rostro de Shuu al verte morir —dijo el jefe con una sonrisa siniestra.
Iris sintió la mano del jefe sujetar su brazo, llevándola a seguirlo, pero ella se resistió y lo empujó, queriendo correr en dirección contraria. Fue entonces cuando sintió la mano del jefe sujetarla por el cuello desde atrás.
—¡No irás a ninguna parte! ¡Esta vez me las pagarás! —gritó el jefe, apretando a Iris contra una de las rocas que había en la pequeña cueva que había cavado la Yumaf y metiendo su mano, acariciando la entrepierna de Iris.
—¡No! ¡No te atrevas o te mato! —gritó Iris, pero el jefe se negaba a detenerse. Sacó de su bolsillo una extraña flor, la cual crecía en lo más profundo de las montañas y se usaba habitualmente para ayudar a las mujeres en su primera vez, de modo que no sintieran dolor y pudieran reproducirse con mayor facilidad, perdiendo gran parte del sentido de lo que sucedía.
—¡Cállate y cómetela! —ordenó el jefe, forzando la flor en la boca de Iris mientras la llevaba fuera de los laberintos que había cavado la Yumaf.
“¿Dónde? ¿Dónde me lleva?” Se preguntaba Iris confundida mientras el entorno a su alrededor comenzaba a dar vueltas y su cuerpo se calentaba cada vez más.
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