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Sobreviviendo en un nuevo mundo – Capitulo 23

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**[Un día después]**

—¡Mami, mami! —gritaron Lórien y Eldar mientras corrían hacia Iris.

Iris se detuvo y miró a sus dos pequeños con una mezcla de sorpresa y cariño.

—Lórien, Eldar, ¿qué hacen aquí, niños? —preguntó con una sonrisa, agachándose para recibirlos.

—¡Mami, papá Bokeer hizo algo delicioso! ¡Ven a probarlo! —exclamaron los pequeños, jalando suavemente las manos de Iris, ansiosos por llevarla a la fogata.

Iris los siguió, curiosa por saber qué había preparado Bokeer. Al llegar, vio a Bokeer concentrado en una olla de piedra sobre la fogata, removiendo con una cuchara de palo.

—Bokeer, ¿qué haces? —preguntó Iris, acercándose con curiosidad.

Bokeer levantó la vista al escuchar la voz de Iris y le sonrió, aliviado de verla.

—Iris, ¡qué bien que ya despertaste! Hace unos días mencionaste una comida que solías disfrutar en tu aldea, y quise intentar hacerla. Usé varios de los ingredientes que me dijiste, pero no estoy seguro de si quedó bien… ¿Te gustaría probar? —le ofreció, extendiéndole la cuchara de palo hacia los labios.

Iris observó con atención lo que Bokeer le ofrecía, y con cierta cautela, probó la mezcla. Su expresión cambió a una de sorpresa y placer cuando los sabores inundaron su boca. “Está delicioso… ¿Cómo logró un sabor así con las condiciones tan precarias que tenemos?” pensó mientras examinaba la olla de piedra que contenía varias verduras y trozos de carne.

—Está delicioso, Bokeer. No pensé que se pudiera hacer un guiso de carne y verduras tan sabroso en este lugar, y eso que es la primera vez que lo preparas —comentó Iris, impresionada.

Bokeer sonrió con satisfacción, aliviado de que el plato fuera del agrado de Iris.

—Bueno, es que me enseñaste bien —respondió con humildad, contento de haberla complacido.

Después de unas horas, Iris decidió recorrer la aldea para ver cómo avanzaban los demás. Sus hijos, Lórien y Eldar, la seguían, correteando alegremente a su alrededor. Iris los observó con ternura. “Estos niños… Apenas tienen algunos meses de nacidos y ya pueden correr de esa manera. Son unos traviesos”, pensó, sonriendo al ver la alegría en sus rostros.

Una vez que hubo revisado todo el trabajo en la aldea, Iris se sentó junto a Harvey, quien estaba ocupado poniéndola al tanto de los últimos acontecimientos en las aldeas vecinas.

—Así que están pidiendo asilo para quedarse aquí mientras encuentran un nuevo lugar para vivir —dijo Iris, reflexionando sobre la situación.

Harvey asintió, su expresión era grave pero decidida.

—Sí, aunque solo será por poco tiempo, no te preocupes —respondió, acariciando suavemente el cabello de Iris para tranquilizarla. “No quiero que ella se preocupe”, pensaba Harvey mientras la envolvía en un abrazo protector.

Iris suspiró, apoyando su cabeza en el hombro de Harvey. Una preocupación más profunda la invadía, y no dudó en expresarla.

—Espero que podamos hacerle frente a los Yumaf como se debe. Esas criaturas solo están lastimando y aterrorizando a gente inocente —dijo, sintiendo cómo la mano de Harvey frotaba sus piernas en un gesto reconfortante.

Harvey le dedicó una mirada segura y llena de confianza.

—Todo saldrá bien, amor. No te preocupes. Todos en la aldea están trabajando juntos para prepararse para el invierno. Incluso las personas que se quedarán aquí están dispuestas a ayudar —le aseguró, su voz transmitiendo una calma que ayudó a disipar un poco las preocupaciones de Iris.

—Solo espero que nadie más salga herido. Quiero terminar con esas bestias pronto… No quiero que nuestros hijos tengan que enfrentarse a ellos en el futuro —dijo Iris, la preocupación evidente en su voz.

Harvey la abrazó con más fuerza, queriendo transmitirle todo el apoyo que podía.

—No te preocupes, eso no pasará. Este invierno será el último para los Yumaf —declaró con determinación.

Iris lo miró a los ojos por un momento antes de inclinarse para besarlo en los labios. Ambos permanecieron juntos, observando en silencio el progreso que la aldea había hecho en los últimos meses.

“Ha cambiado tanto la aldea desde que llegué aquí… Al principio, los hombres y las mujeres siempre se mantenían separados, solo los hombres trabajaban mientras que las mujeres solo se encargaban de cuidar a los niños. Ahora, todos son capaces de trabajar juntos”, pensó Iris, sintiéndose orgullosa de cuánto habían cambiado las personas de aquel lugar.

De repente, un grito resonó en la distancia.

—¡JEFE! ¡JEFE! —gritó una voz desesperada.

Harvey se levantó de inmediato, su cuerpo tensándose ante la urgencia en el tono del hombre que se acercaba.

—¿Oscar? ¿Qué sucede? —preguntó, sus ojos fijos en el hombre que se aproximaba apresuradamente.

Oscar, uno de los hombres de mayor confianza de Harvey, llegó corriendo, su rostro reflejaba preocupación.

—Jefe, los Yumaf… Parece que han atacado otra aldea —informó Oscar, su voz grave.

El rostro de Iris se llenó de preocupación mientras escuchaba atentamente.

—¿Cuándo fue? —preguntó Harvey, su voz firme, controlando su agitación.

—A medianoche, alrededor de las cuatro de la madrugada. Atacaron cuando todos en esa aldea estaban descansando… Casi no hay sobrevivientes —respondió Oscar, con la voz apagada por la gravedad de la noticia.

Iris se llevó la mano a la boca, horrorizada, mientras Harvey continuaba recibiendo el reporte.

—¿Qué aldea fue? ¿Cuántos sobrevivientes hay? —inquirió Harvey, sin perder la calma.

—La aldea de los conejos. Solo sobrevivieron veintiséis aldeanos… Más de ciento cincuenta aldeanos murieron. Según uno de los sobrevivientes, se salvaron gracias a que en una de las madrigueras había unas bolsas con sal, lo cual impidió el paso de los Yumaf y varias personas lograron refugiarse allí —explicó Oscar, su tono sombrío.

—¿La aldea de los conejos dijiste? —preguntó Iris, abriendo los ojos con preocupación al escuchar de qué aldea se trataba. “La aldea de los conejos… ¿Jae? ¿Jae estará…?”, pensó, su corazón acelerándose al recordar a Jae. Aunque seguía molesta con él por lo que había hecho en el pasado, aún lo apreciaba. Jae había sido quien la ayudó durante su parto y quien la cuidó cuando su estado era delicado. Le debía mucho, y la idea de que pudiera haberle pasado algo la llenó de desesperación.

—¿Dónde están los sobrevivientes? —preguntó con urgencia, esperando una respuesta que le permitiera ir a verlos.

Oscar, sorprendido por la intensidad en la voz de Iris, respondió de inmediato.

—Señorita Iris, están en la entrada de la aldea… ¿Quiere que la guíe hacia ellos o tal vez…?

Antes de que Oscar pudiera terminar, Iris salió corriendo hacia la entrada de la aldea, su mente dominada por una única preocupación: ver a Jae con vida. “No puede ser… Él… Sí, es un manipulador estúpido, pero no deseo que muera”, pensaba mientras corría a toda prisa. Al llegar, vio al grupo de conejos esperando a Harvey en la entrada de la aldea. Su mirada recorrió rápidamente el grupo hasta que encontró el rostro familiar de Jae.

—¡Jae! —exclamó, corriendo hacia él, sus ojos llenos de preocupación.

Jae, al verla correr hacia él, quedó atónito. No esperaba que Iris reaccionara así. Su rostro estaba cubierto de heridas, tierra, rasguños y contusiones, y Iris se detuvo frente a él, notando su estado.

—¿Cómo…? Oh, por dios, estás… estás cubierto de heridas —dijo Iris, sus manos temblando ligeramente mientras examinaba sus heridas. “Él… Él no es fuerte como otros hombres, seguramente debió haber sido difícil”, pensó, su corazón encogiéndose al ver el estado en que se encontraba.

Fue entonces cuando notó que Jae sostenía una bolsa en sus manos.

—¿Eso…? —preguntó, señalando la bolsa.

Jae levantó la mano lentamente, mostrándole la bolsa a Iris antes de comenzar a hablar.

—Tú… Tú dejaste esto en la aldea. Lo estuve cuidando, ya que no sabía cuándo podrías volver… Esto nos salvó. Recordé lo que me habías dicho y… y lo usé —dijo Jae, su voz débil y temblorosa, mientras sus ojos reflejaban el agotamiento y la confusión.

Iris lo miró por un momento, su corazón ablandándose ante la sinceridad de Jae. Sin pensarlo, tomó su mano y lo abrazó, olvidándose por un instante de todo lo demás.

—Iris… —una voz profunda y familiar la llamó desde atrás, haciéndola tensarse.

Iris se volteó rápidamente y se encontró con el rostro de Shuu, quien la miraba con una mezcla de confusión y sorpresa. Asustada de que pudiera malinterpretar la situación, se alejó de Jae de inmediato y caminó hacia Shuu, tomando su mano con firmeza.

—¿Ustedes ya son…? —preguntó Jae, sus ojos pasaron de Iris a Shuu, buscando una respuesta.

—Cónyuges. Sí, lo somos —respondió Iris con seguridad, marcando una línea clara entre ella y Jae.

Jae esbozó una sonrisa sarcástica, ocultando el dolor que sentía en su corazón. Sin decir nada más, llamó a alguien entre la multitud.

—¡Gisela! Ven aquí —dijo, tomando del brazo a una mujer que se encontraba entre la multitud.

Jae presentó a la mujer, Gisela, como alguien de la aldea de los zorros a quienes habían acogido antes del ataque. Mientras tanto, Harvey, quien era el líder de la aldea, escuchó atentamente el agradecimiento de los conejos, quienes se veían claramente más débiles en comparación a las demás razas.

—Gracias por dejarnos quedarnos en su aldea. No será por mucho tiempo, solo hasta que consigamos un nuevo lugar para vivir. Espero que no seamos una molestia para ustedes —dijo uno de los conejos, su voz reflejaba tanto gratitud como preocupación.

Harvey sonrió, su actitud siempre acogedora.

—No, claro que no, no te preocupes. Aquí le damos la bienvenida a cualquiera que lo necesite, más aún ahora que muchas aldeas han sido arrasadas por los Yumaf. Pueden seguir a Oscar, él los guiará al lugar donde podrán quedarse —respondió Harvey, indicando a Oscar que los acompañara.

Gisela, la mujer que Jae había presentado, miraba a Harvey intensamente. “Es muy atractivo y fuerte… Es el único macho digno de mí en este lugar”, pensó, observando su cuerpo delgado pero curvilíneo.

—Iris, vamos. Las mujeres estaban buscándote, querían hacerte algunas preguntas sobre la carne seca —dijo Shuu, interrumpiendo los pensamientos de Gisela.

—Bien, vamos, Shuu —respondió Iris, alejándose junto a Shuu hacia donde se encontraban trabajando las mujeres, con sus hijos siguiéndolos de cerca.

Después de unas horas de trabajo con la carne, Iris salió a encontrarse con Óscar y Bokeer, quienes estaban encargándose de procesar el café para distribuirlo en los alrededores.

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Chapter 23