En mi nueva vida, tomé una decisión estratégica. Antes de que el príncipe pudiera darse cuenta de su potencial, logré reclutar al hombre que algún día sería conocido como el mejor espadachín del reino. Lo traje a mi lado y lo convertí en mi hermano menor, aunque no compartiéra
Lo traté con una amabilidad que jamás había mostrado a nadie más. Me aseguré de que estuviera bien alimentado, de que tuviera un hogar cálido y una formación impecable. Lo crié con cuidado, no solo por compasión, sino porque tenía un propósito claro: él sería mi escudo. Sería quien me protegería del prometido que me había llevado a la muerte en mi vida pasada. También sería quien ocuparía el lugar de mi padre en la guerra.
Pero los ojos de esa «bestia» siempre fueron diferentes. Desde el principio, algo en su mirada me hizo dudar de que realmente me considerara su familia.
—Nunca te he visto como una hermana —me confesó un día, con una sonrisa que me heló la sangre.
—Mi querida hermana —continuó, pero su voz no sonaba fraternal.
Sus ojos brillaban, oscuros y llenos de un deseo que nunca había anticipado.
Fue entonces cuando comprendí la verdad: lo que había traído a mi lado no era un aliado, sino una bestia.
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