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Por Perséfone – Capítulo 2 La Hija de Deméter

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La caliente lengua lamió su oreja suavemente.

 

“¿Eres… Ah, mmmm!”

 

Desde los muslos hasta la cintura, la mano del hombre, que se movía hacia arriba, se deslizó entre sus piernas. Se rió de la mujer rígida e indefensa.

 

“una chica como tú está mojada incluso en una situación como esta.”

 

Una parte del hombre que yacía sobre su cuerpo empujó a través de ella. Hacia adentro, hacia el interior, y luego más adentro entre sus tensas piernas. La carne fue abierta a la fuerza y trajo un dolor indescriptible.

 

“Ah, ah, ¡duele! ¡me duele!, ah!”

 

Perséfone tomó un respiro hondo y tembló.

 

“¿No te gustaba cuando sentías dolor?”

 

Intentó levantar la mano y quitar la venda de sus ojos, pero su muñeca seguía atrapada en el agarre del hombre. El corazón le latía inexorablemente, tan rápido como nunca en su vida. Cada vez que el hombre movía su cadera de ida y vuelta, su cintura se torcía debido al roce de la carne en su parte inferior.

 

“Ah, hhhh, haaa…ugh.”

 

“¿Te divertiste?”

 

“Eso…, Ah, mmm, ¡ah!”

 

“¿Fue divertido?”

 

“…Ah! ¡mmm!”

 

Perséfone cerró sus ojos con fuerza y contuvo la respiración. Cada vez que alzaba sus caderas y las empujaba contra ella, un gemido estallaba fuera de control. El hombre llenó su rígido cuerpo con todas sus fuerzas y la agarró por la barbilla.

 

“…Te pregunté si te divertías engañándome.”

 

El dolor que llenaba su vientre era difícil de describir. Ella sollozó su nombre.

 

“Lord Hades…!”

 

Era Hades, el señor del inframundo.

 

Era ‘él’.

 

Su pared inferior comenzó a humedecerse, recordó su virilidad y comenzó a temblar. Su temperatura corporal parecía arder con frialdad. Los besos se derramaron, lengua contra lengua, labios sobre labios, dientes chocando, acelerando, chupando, jalando, aplastando… Mientras tanto, las caderas del hombre no se detuvieron y arremetieron entre los muslos temblorosos.

 

“Ah, hhhh…¡Ah!”

 

El racimo de narcisos debajo de su espalda fue arruinado por la presión de sus pesos.

 

“¿Me extrañaste…?”

 

La noche en la que el dueño del carruaje negro ascendió a la tierra, Perséfone fue raptada.

 

***

 

Deshonesta diosa de la noche, guíame hacia la puerta–

 

Tráeme muerte al final de la orilla.

 

***

 

Deméter, la diosa de la cosecha y la abundancia, admirada por todos, amaba tanto a su carne y a su sangre que escondió a su hija en una isla. De la pequeña isla brotaron hojas verdes incluso en pleno invierno, y las ninfas las adoraron como “el regalo del profundo amor de una madre”. Sin embargo, la hija, la bendecida con amor, sabía mejor que nadie que el afecto de su madre estaba más cerca de un castigo, y que era una represalia en lugar de cariño. Porque nadie sabía.

 

Que la hija era el producto concebido del pecado.

 

Un día hace décadas. Un hombre, el dios del trueno y el relámpago, que no estaba atado por la moralidad del hombre. Desató su insaciable lujuria sobre su hermana. Dado que el padre de la hija era ese hombre y su madre era diosa, era difícil para ella decir que no era una niña concebida de una trágica desgracia. La madre, que era una diosa inocente con la arrogancia de la autosatisfacción, fue adorada con un orgullo radiante. Por lo que no habría sido aceptable.

 

-De esa manera te di a luz.

 

La diosa no habría esperado tener un hijo cuando su hermano la obligó, la recogió como un grano maduro, incapaz de resistir. A pesar de todo, el niño fue concebido, y la diosa amó a su hija, porque ella misma era amante de la abundancia de la vida.

 

-Aún así, yo, tu madre, te apreció profundamente.

 

“Aún así”. La maternidad se deriva de esos sentimientos traicioneros. La existencia de está isla se perfeccionó a base de la intoxicación hacia uno mismo, que debía ser compasiva con todo, la sinceridad de que el hermoso niño, nacido del pecado, no sufra desprecio. Y del deseo de existir como si no existiera en absoluto.

 

Esto también es considerado amor. Estar a salvo de la esposa del padre, quien dijo que no perdonaría la aventura de su esposo, la pequeña isla que era abundante en cualquier estación, y el pensamiento de ir a abrazarla cada que las estaciones cambiaban era una forma de amor. Pero la hija era inteligente, y la naturaleza de la maternidad fue descubierta. El mundo antes y después de saberlo no sería el mismo. La libertad era una orientación indispensable para el respeto propio.

 

Sin embargo, el mundo más allá del mar Jónico era desconocido para ella, quien era llamada virgen. En la isla, solo las ninfas que servían a su madre estaban presentes, además de pequeños árboles, algunos animales salvajes y aves migratorias. Todo lo que se le concedió a ella fue solo tiempo, y lo que podía hacer era tan limitado como eso. Trataba de hacer corolas mientras jugaba con las ninfas y recogía flores, atormentaba a las pequeñas bestias, escalaba un acantilado para disfrutar el viento, y dibujaba en su mente la grandeza del monte Olimpo que nunca había visto antes.

 

El amor de una madre y una prisión estrecha que no ha cambiado en décadas.

 

-¿Cuándo dejaré está isla y seré libre?

 

Preguntó con valentía a su madre que parecía decepcionada.

 

-Me preocupa que te parezcas a él cada vez que eres tan terca de esta manera. Mi pequeña Kore1 ¿Acaso no lo sabes ya? Mis pensamientos sobre ti, la profundidad está lejos de ser medible…

 

Entonces la diosa respondió que no sería posible por amor.

 

-Mi buena hija. ¿Qué te hizo sentir incómoda como para decepcionar a tu madre? Como ya dije, el mundo fuera de la isla no está lleno de grandiosas aventuras, confianza, y felicidad como has de imaginar. Insidiosos y peculiares insectos están infestados en el pozo, guerreros barridos por los subterfugios de Ares se elevan casi todos los días, y personas como Zeus se extienden por todo el mundo, haciéndote fruncir el ceño cuando te encuentras con ellos.

 

Dijo Deméter.

 

-Las cabezas de los débiles caen como granos en el arrozal, y aquella vista te pondrá la piel de gallina. ¿Cómo puedo dejarte ir a un mundo como ese?

 

-¿La hija de Deméter sufriendo? ¿Cómo podría soportarlo? …Pero no te preocupes, cuidaré de ti hasta el día en que esta madre cierre los ojos.

 

-Así que no repitas esas palabras.

 

“Si, madre.” Dijo Perséfone obedientemente.

 

-Si es así, ¿Harías una promesa? Dedica el amor a tu madre al río Estix 2…

 

Haré eso.

 

-No traiciones a tu madre. Sabes que te amo. Perdoné a Zeus para amarte. Incluso después de todo, aún te amo.

 

1 Kore, el apodo de Perséfone que significa virgen.

 

2 El río Styx o Estix, también llamado el río del odio, en la mitología griega es el límite entre la tierra y el mundo de los muertos. Los juramentos hechos bajo el nombre de este río son muy poderosos, tanto así que si alguien llega a romper uno, recibirá un castigo peor que la muerte.

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