Helena se quedó pensativa, meditando sobre lo que acababa de escuchar. Era consciente de que la realeza tenía maneras particulares de manejar las tragedias, pero esa oferta de compensación tan temprana le parecía extraña. En lugar de concentrarse en hallar la verdad o agotar todas las posibilidades de encontrar a las jóvenes, el príncipe Kuzel parecía más interesado en calmar el dolor con dinero. ¿Por qué? ¿Estaba tratando de evitar un conflicto mayor con las familias nobles, o había algo más oculto en sus acciones?
—¿Por qué ofrecería compensación tan rápido? —murmuró Helena para sí misma, sin poder evitar que la duda comenzara a formarse en su mente—. ¿Sabe algo que nosotros no?
El duque y la condesa intercambiaron una mirada silenciosa, pero ninguno de los dos respondió. Había demasiadas preguntas sin respuesta, y cada nueva pieza de información solo parecía añadir más confusión.
Helena decidió no hablar sobre su sueño. Algo dentro de ella le decía que debía entender más antes de compartir lo que había visto. Terminó su conversación con la condesa y el duque, agradeciéndoles la información, y salió del salón con la mente aún llena de preguntas sin respuesta.
Tras terminar su conversación con la condesa y el duque, Helena decidió despejarse un poco. Salió del salón y se dirigió hacia el área de entrenamiento de los caballeros de la mansión. Sabía que Noah solía entrenar allí por las mañanas, y sentía una curiosidad natural por verlo en su elemento.
Al llegar, los sonidos de espadas chocando y las voces de los caballeros la recibieron. Desde una distancia prudente, observó el campo de entrenamiento, donde Noah se encontraba entrenando con varios caballeros. Él se movía con gracia y poder, derrotando a cada uno de sus oponentes con una facilidad que la dejaba sin aliento. Cada golpe, cada movimiento, fluía con una precisión impecable, como si fuera una danza calculada.
Helena lo observó por unos segundos, sin poder evitar que una pequeña sonrisa se formara en sus labios. “Siempre ha sido así,” pensó, sintiendo una calidez en su pecho. Incluso en los días en los que la maldición deformaba su cuerpo con una gran joroba sobre su espalda, ella lo había amado. Aquel Noah había sido mucho más tímido, retraído, con miedo de ser rechazado. Su autoestima había sido casi inexistente, y la joroba que cargaba lo hacía sentirse indigno de afecto o respeto.
Pero para Helena, nada de eso había importado. Desde el principio, había visto algo más en él. Su bondad, su fuerza interna y su capacidad de amar sin reservas eran las cualidades que la habían enamorado profundamente. Noah, el príncipe Noah, siempre había sido hermoso ante sus ojos, un hombre que merecía ser amado con toda el alma.
Noah, concentrado en el entrenamiento, lanzó un último golpe que derribó a su oponente, ganándose el respeto de los caballeros que lo rodeaban. Fue entonces cuando sus ojos captaron la figura de Helena, observándolo desde la distancia. Sonrió, dejando caer la espada que tenía en la mano y, sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella.
Los caballeros del duque y la condesa, quienes también estaban entrenando, observaron la escena con sonrisas cómplices. Para ellos, la relación entre Helena, la hija adoptiva de la condesa, y el príncipe Noah, era más que evidente. A pesar de las formalidades que la sociedad imponía, era claro que había algo especial entre ellos, algo que todos respetaban y admiraban.
Cuando Noah llegó junto a Helena, su sonrisa radiante iluminaba su rostro.
—Helena —dijo, un poco sin aliento pero con una mirada de ternura—. No sabía que estabas aquí.
Ella lo miró, su corazón latiendo un poco más rápido, y le devolvió la sonrisa.
—Solo pasaba por aquí. Me gusta verte entrenar —respondió con sinceridad, disfrutando de la cercanía de él.
Noah soltó una pequeña risa y se inclinó un poco hacia ella.
—Iré a lavarme rápidamente, y luego volveré para acompañarte —dijo, su tono suave pero decidido.
Helena asintió, sus ojos brillando con calidez.
—Está bien. Debemos hablar —respondió ella, su voz tranquila, pero con un dejo de seriedad que Noah notó de inmediato.
Sin perder tiempo, Noah se giró y salió corriendo hacia los baños, dejando a Helena cerca del área de entrenamiento de los caballeros. Ella lo vio alejarse por un momento antes de dirigir su atención a los demás presentes.
Los caballeros, que habían estado observando con una mezcla de curiosidad y respeto, seguían atentos a Helena. Había algo en su comportamiento que los intrigaba, como si quisieran comprender mejor la relación entre ella y el príncipe, aunque ninguno se atrevía a preguntar.
Helena notó las miradas y, en lugar de sentirse incómoda, les dedicó una sonrisa amable en señal de saludo. Su gesto relajó el ambiente, y algunos de los caballeros le devolvieron la sonrisa, inclinando levemente la cabeza en reconocimiento.
—Gracias —dijo Helena, dirigiéndose a ellos con voz suave pero clara—. Agradezco todo lo que hacen como caballeros de la condesa y el duque. Su esfuerzo por proteger esta mansión y a sus señores es invaluable.
Las palabras de Helena tomaron a los caballeros por sorpresa, pero se sintieron genuinamente agradecidos. No era común que alguien de su posición les hablara con tanta cortesía y aprecio. Uno de ellos, más osado, se adelantó y le respondió con una sonrisa amplia.
—Es un honor servir a la condesa, al duque, y a quienes ellos aprecian, señorita Helena. Nos aseguraremos de que todo esté siempre en orden —dijo, con un leve toque de orgullo en su voz.
Helena sonrió aún más al escuchar las palabras de los caballeros. Les agradeció su valor y lealtad hacia la casa de la condesa y el duque, y agregó:
—Es reconfortante saber que contamos con personas tan fieles y dedicadas a su deber. Estoy muy agradecida por ello.
Los caballeros intercambiaron miradas de satisfacción, y uno de ellos, animado por la cercanía de Helena, habló con sinceridad:
—La lealtad hacia nuestros señores es lo más importante para nosotros. No podría imaginarme servir en otro lugar. La casa de la condesa, que es donde yo sirvo, siempre ha sido justa y honorable, y es un honor protegerlos.
—Así es —añadió otro, con una sonrisa orgullosa—. Somos afortunados de tener señores como ellos, y es un privilegio poder proteger esta casa.
—Sí, es lo mismo para nosotros, yo sirvo a la casa del duque, y él, siempre a estado pendiente de nosotros, se da el tiempo de preocuparse de nuestro entrenamiento e incluso por nuestras familias.-Agrego otro caballero a la conversación.
Helena asintió con gratitud, sintiendo que las palabras de los caballeros eran sinceras. La relación que ellos tenían con sus señores era más que simplemente una obligación; había un verdadero respeto y afecto. Sabía que ese tipo de lealtad era invaluable, y se alegraba de haber podido compartir esas palabras con ellos.
De repente, una voz familiar se escuchó a lo lejos, y Helena volteó para ver a Noah acercándose rápidamente. Su cabello aún estaba mojado, y parecía haberse lavado y vestido con tanta prisa que no había tenido tiempo para secarse por completo. Aun así, su sonrisa era radiante al ver a Helena.
Los caballeros, al notar la llegada de Noah, intercambiaron miradas cómplices y comenzaron a retirarse.
—Los dejaremos a solas, señorita Helena, su alteza —dijeron, inclinándose respetuosamente antes de dispersarse, dejándolos a ambos en el centro del área de entrenamiento.
Helena les devolvió una sonrisa de agradecimiento y se despidió de ellos con un leve gesto de la mano. Luego, sus ojos se dirigieron hacia Noah, que ya se encontraba a su lado.
—Lamento haberte hecho esperar —dijo Noah, pasando una mano por su cabello mojado mientras esbozaba una sonrisa divertida—. Me apresuré lo más que pude.
—No te preocupes, no ha sido mucho tiempo —respondió Helena, sintiendo una calidez familiar en el pecho. Había algo reconfortante en la forma en que él siempre se preocupaba por los pequeños detalles.
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