Noah, notando la presencia de los demás, finalmente se apartó con reticencia, y fue en ese momento cuando los dos médicos entraron. El médico de la condesa y el del duque se miraron mutuamente antes de revisar a Helena. Las manos expertas de ambos pasaban de un lado a otro, palpando, revisando cada parte de su cuerpo en busca de cualquier señal de daño o enfermedad.
—Está completamente sana —informó el médico de la condesa, después de unos minutos de silencio. El médico del duque asintió, corroborando el diagnóstico—. No hay rastro de fiebre, ni de algún mal visible.
Pero mientras todos suspiraban con alivio, el desorden de la habitación contaba otra historia. Los muebles destrozados, las cortinas arrancadas y los cristales rotos creaban una atmósfera de incertidumbre. Helena miró a su alrededor, desconcertada. ¿Cómo había terminado todo en ese estado?
—¿Qué pasó aquí? —preguntó, su voz suave pero cargada de inquietud. Sus ojos se posaron en Noah, buscando respuestas.
Noah la miró, sus ojos llenos de una mezcla de cansancio y algo que no pudo identificar de inmediato. Se aclaró la garganta antes de responder, con su voz grave, cargada de una tensión que parecía haberse acumulado en su interior durante los últimos días.
—Colapsaste en el palacio. Tenías fiebre muy alta y llegaste inconsciente a la mansión. Los médicos vinieron, pero nadie sabía qué te pasaba. Solo pudieron darte algunos medicamentos para bajar la fiebre, pero eso fue hace cuatro días. —El peso de sus palabras cayó sobre Helena como un golpe. ¿Cuatro días? ¿Había estado inconsciente durante tanto tiempo?
—Has estado así desde el banquete. —Noah se frotó el rostro, como si revivir esos momentos fuera demasiado para él—. Han sido días interminables. Nada funcionaba, y solo podíamos esperar…
Cuatro días. La mente de Helena intentó procesar esa información. Cuatro días de los que no tenía recuerdo alguno. Pero más que la duración de su inconsciencia, lo que más la inquietaba era el estado de la habitación. Helena miró a su alrededor, el estado deplorable de la habitación no tenía sentido. ¿Cómo podía estar todo destruido de esa manera? Vidrios rotos, muebles volcados, las cortinas descolgadas como si una tormenta hubiera estallado en su habitación. Estaba a punto de preguntar cuando vio que Noah la observaba detenidamente, como si supiera lo que estaba pensando no necesitó que ella formulara la pregunta.
—Algo extraño empezó a suceder… cuando enfermaste —dijo Noah, con la voz apagada, pero llena de tensión—. Al principio solo eran cosas pequeñas, como una ventana que se abría o un candelabro que se caía. Pero… en los últimos dos días… todo empeoró.
Helena lo miró sin comprender.
—Los libros empezaron a caer de los estantes por sí solos. Las ventanas se abrían de golpe. Los cajones de los muebles se deslizaban sin que nadie los tocara, y la ropa… la ropa se salió de los armarios y terminó desparramada por toda la habitación.
Helena observaba los detalles del desorden a su alrededor mientras escuchaba. A medida que Noah hablaba, su mente trazaba la conexión entre los eventos y lo que veía. Algo más había sucedido en esos días de oscuridad. Algo que no tenía explicación, pero que había dejado su rastro por toda la habitación.
Los ojos de Helena, se posaron en el rostro de Noah, y entonces notó el corte en su mejilla. Instintivamente, levantó la mano y acarició la herida con delicadeza.
—¿Esto… también sucedió en ese entonces? —preguntó Helena en un susurro mientras acariciaba el rostro de Noah.
Noah asintió suavemente ante la pregunta de Helena, su mirada apagada y cansada.
—Sí —murmuró—. Esa lámpara… voló directamente hacia ti. Intenté detenerla, pero antes de que pudiera hacer algo, estalló en el aire. —Noah desvió la mirada, tocando el corte en su mejilla—. No te preocupes, solo es un pequeño corte. Nada grave.
Helena no podía apartar los ojos de la herida. La imagen de la lámpara volando hacia ella, de Noah intentando protegerla, la llenó de un extraño sentimiento de culpa. Algo oscuro, profundo y desconocido había sucedido mientras ella estaba inconsciente, pero lo más inquietante era que una parte de ella parecía saber exactamente qué había ocurrido. Los muebles destrozados, las ventanas que se abrían solas, la lámpara volando… todo apuntaba a una fuerza que no controlaba del todo. Sintió un escalofrío recorrer su espalda, aunque su expresión se mantuvo serena. Por dentro, sin embargo, una tormenta de emociones comenzaba a revolverse.
Noah seguía observándola, esperando algún tipo de respuesta, una reacción. Pero lo que vio fue a una Helena distinta. Su mirada, antes llena de incertidumbre, ahora estaba opacada por una oscuridad que no podía entender. Sus ojos azules, usualmente llenos de luz, parecían contemplar algo más allá de la habitación.
—Helena… —Noah la llamó suavemente, su voz rota por el cansancio y la preocupación. Sin embargo, ella apenas reaccionó, como si su mente estuviera atrapada en un lugar distante, en algún recuerdo o tal vez en una pesadilla de la que no podía despertar.
De repente, Helena recordó las palabras que había escuchado en su sueño. Aquellas voces, susurrantes, pero poderosas, le habían advertido de algo. Mostraron escenas que la llenaron de desesperación y rabia: el pasado de las brujas, los oscuros secretos del emperador, y sobre todo, la historia de Noah, su sufrimiento y su soledad.
“¿Esto es lo que significa tener este poder?”, pensó, sintiendo una presión en el pecho que le dificultaba respirar. “¿Es esta la carga que debo soportar?”
Se llevó una mano al corazón, apretando con fuerza, como si intentara contener el latido furioso que sentía. Los fragmentos del sueño seguían apareciendo en su mente, fragmentados pero llenos de significado. “Las brujas… dijeron que este poder cambiaría todo. ¿Soy yo la causa de todo este desorden?”, se preguntó mientras miraba a su alrededor.
Posó su mano sobre la mejilla de Noah, acariciándola con gentileza, y le dedicó una tierna sonrisa.
—Lilian, ¿podrías asegurarte de que los doctores atiendan bien la herida de su alteza, por favor? —dijo Helena, mirando a su amiga, quien la observó confundida por el cambio de actitud, pero obedeció sin demora.
—Sí, señorita, de inmediato —respondió Lilian, saliendo rápidamente de la habitación en busca de los doctores.
—Su alteza, muchas gracias por haber cuidado de mí hasta ahora. Es mejor que trate su herida y descanse un poco —insistió Helena, su voz suave pero firme.
—No, no es necesario. Estoy bien, esto es solo un rasguño —respondió Noah, su mirada impaciente. No quería separarse de ella.
—Por favor, su alteza… Si sigue así, me preocuparé. Se lo pido, trate su herida y descanse. Yo ya estoy bien, y la condesa y el duque están aquí. Todo estará bajo control —dijo Helena con suavidad, aunque su tono no dejaba lugar a discusión.
Noah la miró preocupado, pero incapaz de decir nada ante sus palabras. No quería que ella se preocupara por él.
—Está bien. Iré, pero solo dejaré que me traten esta herida, me daré un baño y volveré —cedió Noah finalmente, mientras Helena le sonreía en señal de aprobación.
Cuando Noah salió de la habitación, la condesa, que seguía sentada junto a Helena, se acercó y tomó su mano con ternura.
—¿Quieres que pida algo para que comas? Debes de tener hambre —dijo la condesa con dulzura.
Helena asintió, pero no respondió lo que se esperaba.
—Su señoría, ¿podría dejarnos a solas por un momento? Me gustaría hablar con el duque —pidió Helena, sorprendiendo a la condesa.
—He… yo, sí, claro. Mandaré a preparar algo liviano para que comas —respondió la condesa, visiblemente desconcertada por la petición. Se levantó y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, dejando solos a Helena y al duque, quien la observaba con sorpresa.
La atmósfera en la habitación se tornó tensa. Helena, siempre amable y gentil, ahora tenía una mirada sombría e intensa. “¿Qué está sucediendo?”, se preguntaba el duque, mirando a Helena mientras ella dirigía su atención hacia la puerta, asegurándose de que nadie los interrumpiera.
Helena se giró hacia el duque, su expresión grave reflejando la intensidad del momento.
—Duque… —comenzó, sintiendo que las palabras se acumulaban en su garganta. —Quiero hablarte sobre algo que creo haber descubierto sobre mi origen.
El duque la observó, su mirada intrigada. Helena tomó un respiro profundo, sintiendo que la verdad necesitaba ser compartida.
—Cuando estaba en la cueva en la frontera, mientras salvaba a Noah, sentí algo extraño. Era como si un poder fluyera a través de mí, y luego, cuando transferí las heridas de Noah hacia mí… Me pregunto si tú sabías algo al respecto.
El duque frunció el ceño, recordando aquel momento.
—Sí, tenía mis sospechas —admitió, su voz grave y seria. —Recuerdo cuando te vi salvar a mi sobrino Noah en la cueva aquella vez, en la frontera. En ese instante, comprendí que había algo diferente en ti.
Helena lo miró, su corazón latiendo con fuerza.
—¿Diferente? —preguntó, con una mezcla de esperanza y temor.
—Cuando transferiste las heridas de Noah a tu propio cuerpo, empecé a sospechar que solo había una especie capaz de hacer algo así: las mujeres de Bavedor. —El duque se detuvo un momento, como si sopesara sus palabras antes de continuar. —Quienes son conocidas como, las brujas, ellas son las únicas que pueden sacrificarse de ese modo, cuando aman sinceramente a alguien.
Helena sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar sus palabras.
—¿Brujas? —repitió, intentando procesar la revelación, mientras aún mantenía la esperanza que las palabras que había estado escuchando en sus sueños fueran solo eso, un sueño. —Pero… ¿Eso significa que yo…?
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