Helena sintió un peso en su pecho, como si una verdad desconocida estuviera tomando forma en su mente. Las voces le ofrecían una venganza ancestral, algo que trascendía el tiempo y la justicia.
—El emperador —dijeron con un odio palpable— destruyó pueblos, reinos enteros. Arrasó con todo lo que una vez fuimos. Él fue quien merecía la maldición, no su hijo. Nunca quisimos que Noah cargara con ella.
Helena quedó inmóvil al escuchar esto. Todo lo que había creído hasta ese momento empezó a cambiar. La maldición… ¿No estaba destinada a Noah? El destino cruel que lo había marcado, la deformidad, el desprecio de su padre… todo eso fue resultado del egoísmo del emperador.
—Lamentamos que un alma tan noble y pura como la de su alteza Noah haya tenido que sufrir por los pecados de su padre —agregaron las voces, con un tono de tristeza—. El emperador merece pagar por todo el mal que ha causado. Por los pueblos que destruyó… por las vidas que arruinó… y por la crueldad hacia su propio hijo.
Helena sintió cómo la rabia se apoderaba de ella. Todo lo que había presenciado, todo el dolor y sufrimiento que Noah había vivido desde su nacimiento, todo era resultado del egoísmo del emperador. Y ahora, esas almas perdidas querían que ella fuera su arma, querían que Helena llevara a cabo la venganza que ellas nunca pudieron ejecutar en vida.
—El emperador merece sufrir por todo lo que ha hecho —continuaron las voces, cada vez más furiosas—. Ha destruido pueblos, reinos… y ha condenado a su propio hijo para salvarse a sí mismo.
Helena sintió el peso de esas palabras, y aunque no lo había buscado, comprendió que estaba destinada a ser parte de aquello. Las voces querían que ella continuara con su legado y que castigara a un hombre cuya crueldad no conocía límites.
—Helena… acepta nuestro poder —susurraron las voces con determinación—. Y lleva a cabo la justicia que nos fue negada.
Helena, aun con el corazón latiendo con fuerza y la mente nublada por todo lo que estaba experimentando, se quedó de pie frente a la llama. Las palabras resonaban en su mente, haciéndola entender que no solo estaba destinada a ayudar a Noah, sino también a enfrentarse al hombre que había causado todo ese dolor.
—Tienes la fuerza en tu interior —dijeron por última vez las voces, antes de desvanecerse lentamente—. No temas… tú eres capaz de lograrlo, nosotras estaremos contigo.
Helena al escuchar esas palabras comenzó a sentir, como la oscuridad que la envolvía comenzaba a ceder. Los ecos de las voces, aquellas que le habían revelado la verdad, se desvanecían poco a poco. A pesar de su intensidad, el calor de la llama que la había rodeado también comenzó a desaparecer, y todo se volvió difuso.
Sintió una extraña sensación en su pecho, como si algo o alguien la estuviera llamando, alejándola de esa oscuridad. Lentamente, un tenue resplandor surgió en la distancia. Al principio, era solo una mancha brillante en medio del vacío, pero poco a poco se fue expandiendo. Una sensación familiar la envolvió, la calidez de una mano conocida, un toque que la mantenía anclada a la realidad.
—Noah… —susurró, reconociendo esa sensación antes de que el sueño se disipara por completo.
Sus párpados se movieron levemente, y, al abrir los ojos, una luz suave la cegó momentáneamente. Respiró hondo, sintiendo el peso de su propio cuerpo nuevamente. Cuando su vista se aclaró, se encontró en una habitación desordenada. A su lado, Noah dormía, su rostro cansado y con una pequeña herida en la mejilla, que destacaba claramente en su piel.
Helena frunció el ceño, desorientada. Observó la habitación con detenimiento: Ropa y muebles estaban esparcidos por todos lados, los libros, que normalmente estaban ordenados en los estantes, yacían ahora desparramados por el suelo y una inquietante sensación de caos impregnaba el aire, como si una tormenta hubiera pasado.
—“¿Qué ha pasado aquí?” —pensó, mientras se incorporaba lentamente en la cama.
El movimiento hizo Helena al incorporarse provoco que Noah se despertara. Noah abrió los ojos de golpe y, al ver a Helena despierta, su expresión cambió de inmediato. Se abalanzó sobre ella, abrazándola con una fuerza que la tomó por sorpresa.
—Gracias… gracias por despertar… gracias… —repetía Noah una y otra vez, su voz quebrada por la desesperación y el alivio.
Helena parpadeó, tratando de asimilar lo que estaba ocurriendo. Apenas podía recordar los últimos momentos antes de caer inconsciente. Lo último que vino a su mente fue el pasillo del palacio, Noah empujando al príncipe Kelim lejos de ella, y después el malestar que la había invadido, haciendo que perdiera la conciencia. Recordaba vagamente cómo Noah la había abrazado mientras ella luchaba por mantenerse consciente. Sentía la calidez de sus brazos y cómo sus palabras la instaban a seguir despierta.
“Volveremos a la mansión. Estarás bien”, le había dicho él. Pero después de eso, su mente era un vacío. No podía recordar cómo había llegado hasta allí, ni cómo había terminado en la habitación de la mansión de la condesa.
Noah seguía abrazándola, su respiración agitada contra su cuello. Helena levantó una mano temblorosa y acarició suavemente su cabello. Sus palabras, repetidas una y otra vez, eran una mezcla de alivio y desesperación.
—Gracias por despertar… —continuaba él, como si esas fueran las únicas palabras que pudiera pronunciar.
Helena podía sentir el latido acelerado de su corazón, notando que Noah estaba al borde del colapso emocional. Quiso consolarlo, pero antes de poder decir algo, un fuerte ruido proveniente del exterior de la habitación los interrumpió. La puerta se abrió con fuerza, y allí, de pie, estaba la condesa. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a Helena despierta, llevándose las manos a la boca, intentando contener un grito de sorpresa.
—¡Helena! —susurró la condesa, con una mezcla de alivio y emoción en su voz.
Sin perder más tiempo, corrió hacia la cama, su rostro lleno de preocupación y alivio. Detrás de la condesa, el duque y Lilian entraron apresuradamente en la habitación. La mirada de Lilian era intensa; sus ojos rojos y las profundas ojeras, bajo ellos, revelaban noches de vigilia sin descanso. Apenas había tenido tiempo de descansar desde que Helena cayó enferma.
Pero antes de que alguien pudiera hablar, un ruido más fuerte vino desde el exterior. Era el pequeño lobo de Helena, que había logrado eludir a los sirvientes. Entró corriendo a la habitación, deslizándose entre las piernas del duque y Lilian, hasta saltar directamente sobre la cama.
Helena dejó escapar una risa suave al ver al pequeño lobo acurrucarse junto a ella, moviendo su cola con entusiasmo, pero también con una mezcla de preocupación, como si quisiera asegurarse de que estaba a salvo. Se acurrucó junto a ella, como si quisiera protegerla de todo mal.
El caos en la habitación comenzó a disiparse, aunque el aire aún se sentía denso por la tensión acumulada. Todos miraban a Helena, agradecidos de que hubiera despertado, pero ella no podía evitar sentirse inquieta. Aunque estaba rodeada de quienes la amaban, las palabras de aquellas voces en la oscuridad seguían resonando en su mente.
Noah, aún aferrado a ella, murmuró una vez más:
—Gracias… gracias por regresar.
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