Noah se encontraba allí, con una expresión severa en su rostro, mirando a Kelim con desdén. Sus ojos entonces se posaron en Helena, notando el sonrojo en sus mejillas, pero lo que más lo preocupó fue el leve temblor en sus manos. Se acercó a ella rápidamente, su mirada suave, pero llena de preocupación.
—Helena, ¿qué te sucede? —preguntó Noah, con una voz cargada de preocupación, mientras ignoraba a Kelim que aún se recuperaba en el suelo.
Helena miró a Noah, sus ojos brillaban con una mezcla de emociones. Dio un paso adelante, buscando el apoyo del príncipe Noah, pero su cuerpo finalmente cedió. Noah la atrapó antes de que cayera completamente, sosteniéndola con firmeza. Ella se aferró a su pecho, sus dedos, apretando la ropa de su alteza Noah mientras intentaba mantenerse en pie.
—Noah… —murmuró Helena, su voz débil y temblorosa.
Noah sintió el calor que irradiaba del cuerpo de Helena. Su temperatura estaba alarmantemente alta, y su rostro estaba completamente enrojecido. Sin pensarlo demasiado, la levantó en sus brazos, sosteniéndola con cuidado. Antes de marcharse, le lanzó una mirada fulminante a Kelim, quien, aun en el suelo, solo pudo devolverle una mirada llena de resentimiento.
Noah respiró hondo mientras salía del pasillo, aun sosteniendo a Helena en sus brazos. Deteniéndose en un rincón apartado del salón principal, Noah miró a su alrededor, asegurándose de que nadie lo hubiera seguido. Sin soltar a Helena, cuya respiración se volvía más pesada con cada segundo. Entonces, llamó a un sirviente que se encontraba cerca.
—Ve y avisa a la condesa y al duque. Diles que los necesito en este pasillo de inmediato —ordenó Noah en un tono firme, pero bajo, evitando llamar la atención.
El sirviente asintió rápidamente y salió corriendo para cumplir con la orden. Noah observó el pasillo por un momento, evaluando la situación. No podían permitirse que nadie viera a Helena en ese estado, y menos aún, que se corriera el rumor de que había habido algún altercado. La imagen de Noah, como el príncipe legítimo que había regresado de su exilio, debía mantenerse intacta, y la reputación de Helena y la condesa, también podían estar en juego.
Noah comenzó a caminar, alejándose del salón principal y tomando un pasillo lateral, uno menos transitado, que les permitiría salir del palacio sin llamar demasiado la atención. Sentía el peso de Helena en sus brazos, su fiebre lo preocupaba más con cada paso. La cercanía de su cuerpo caliente contra el suyo lo llenaba de una mezcla de ira, preocupación y una urgente necesidad de protegerla.
Finalmente, el duque y la condesa llegaron al encuentro con Noah, respirando agitadamente por la prisa con la que habían salido. Al ver a Helena en los brazos de Noah, ambos se detuvieron en seco, sus rostros reflejando sorpresa y preocupación.
—Noah, ¿qué ha sucedido? —exclamó la condesa, acercándose rápidamente para ver más de cerca a Helena.
Noah ajustó ligeramente a Helena en sus brazos, sin aflojar su agarre protector.
—Helena está enferma —dijo con voz controlada—. La encontré siendo acorralada por el príncipe Kelim en uno de los pasillos. No hay tiempo para detalles. Debemos marcharnos de inmediato.
El duque asintió, comprendiendo la urgencia de la situación.
—Ya hemos cumplido con nuestra parte en este evento. Hemos dejado claro ante todos que Noah, el legítimo heredero, ha vuelto, y que ya no está afectado por la maldición. Es hora de irnos —declaró, tomando la iniciativa.
La condesa, aunque visiblemente preocupada, hizo un esfuerzo por mantener la compostura.
—No podemos permitir que nadie vea a Helena en este estado. Será mejor que la saquemos de aquí lo más discretamente posible —añadió, coincidiendo con Noah y el duque.
El duque tomó la delantera, guiando a Noah por un pasillo lateral que los llevaría a una salida trasera del palacio. Era un camino menos transitado, perfecto para evitar las miradas curiosas. A medida que avanzaban, Noah no podía evitar sentir una creciente ira hacia Kelim. Sin embargo, se obligó a mantener la calma. Ahora lo más importante era llevar a Helena a un lugar seguro.
Llegaron rápidamente al carruaje que los esperaba en la oscuridad de la noche, listo para llevarlos lejos del palacio y de las miradas indiscretas. Noah subió con Helena aún en brazos, acomodándola sobre sus piernas y acurrucándola en sus brazos mientras él tomaba asiento, en tanto la condesa y el duque tomaban sus lugares. Antes de cerrar la puerta del carruaje, Noah dirigió una última mirada hacia el palacio, la furia y la determinación brillando en sus ojos al recordar el rostro de su padre el emperador, quien no mostraba ni una misera pizca de felicidad al verlo, en las miradas de la reina y el emperador solo había odio e intriga.
El carruaje avanzaba por los oscuros caminos que los alejaban del palacio, el sonido de los cascos de los caballos resonaba en la quietud de la noche. Dentro, la tensión era palpable. Noah sostenía a Helena con cuidado, manteniéndola cerca de su pecho mientras observaba su rostro, el sudor perlaba su frente y su respiración seguía agitada.
La condesa, sentada a su lado, no podía contener su preocupación. Con una mano temblorosa, tocó la frente de Helena y frunció el ceño al sentir el calor abrasador.
—Está ardiendo en fiebre —dijo la condesa con voz trémula, volviendo a mirar a Noah—. Esto no es normal. ¿Qué sucedió, Noah? ¿Cómo pudo pasar algo así tan rápido?
El duque, a su lado, miraba a Helena con igual preocupación, pero su mirada se desvió rápidamente hacia Noah, esperando una explicación.
—Cuando salí del salón… encontré a Helena en uno de los pasillos —comenzó Noah, su voz grave, mientras evitaba con esfuerzo dejar que la furia empañara su juicio—. El príncipe Kelim la había acorralado. No sé exactamente qué le dijo o hizo, pero estaba visiblemente alterada. Apenas la aparté de él, comenzó a temblar, y su temperatura subió de inmediato.
La condesa apretó los labios, intercambiando una mirada preocupada con el duque.
—Helena estaba bien en el salón, ¿cómo pudo cambiar su estado tan de repente? —murmuró el duque, tratando de entender—. ¿Crees que el príncipe Kelim… hizo algo más?
—No lo sé —respondió Noah con sinceridad—. No alcancé a escuchar sus palabras. Pero lo que sea que haya pasado… no podemos subestimarlo. —La ira apenas contenida destellaba en los ojos de Noah—. Kelim cruzó una línea. Y alguien tendrá que responder por esto.
El carruaje continuó avanzando en silencio durante un buen rato. Nadie sabía qué más decir. La única prioridad era llegar a la mansión de la condesa lo antes posible.
Finalmente, llegaron a la gran entrada de la mansión, las antorchas iluminaban el camino y varios sirvientes salieron rápidamente al ver el carruaje acercarse. Noah salió primero, con Helena aún en brazos, seguido por la condesa y el duque. Apenas pisaron el suelo, la condesa dio órdenes claras y rápidas.
—¡Llamen al médico de inmediato! ¡No pierdan el tiempo! —gritó la condesa, su tono urgente. Dos sirvientes corrieron al instante.
Llevaron a Helena a su habitación, donde la colocaron con cuidado en la cama. La condesa se sentó a su lado, tomando su mano con suavidad, mientras el médico, que llegó pocos minutos después, se apresuraba a examinarla. Noah y el duque observaban desde el umbral de la puerta, con los rostros tensos.
El médico trabajaba con diligencia, verificando la fiebre de Helena, su respiración y los latidos de su corazón. Después de varios minutos de silencio, se apartó, con la frente fruncida.
—No puedo determinar qué la ha afectado exactamente —dijo finalmente—. Su fiebre es demasiado alta y su pulso está irregular. Lo único que puedo hacer por ahora es administrar algunos medicamentos que deberían aliviar sus síntomas y ayudarla a dormir.
La condesa asintió, aunque la preocupación seguía reflejada en su rostro.
—Haga lo que sea necesario —ordenó—. Helena debe recuperarse.
El médico le dio a Helena un calmante para reducir su fiebre y otra mezcla que la ayudaría a descansar. Pronto, la respiración de Helena se volvió más estable, aunque seguía siendo un susurro débil en la habitación. Noah se quedó junto a la cama, sin moverse, observando cada pequeño cambio en su expresión.
El duque, notando la preocupación constante en Noah, se acercó.
—Estará bien —dijo el duque en voz baja—. El médico ha hecho lo posible. Ahora es cuestión de tiempo.
Noah se quedó sentado al lado de la cama de Helena, su mano acariciando suavemente el cabello de ella, esperando cualquier señal de mejoría. Observaba atentamente su rostro, buscando algún indicio de que la fiebre disminuía. Sin embargo, en ese momento, algo perturbador ocurrió. Las ventanas de la habitación, que estaban bien cerradas, se abrieron repentinamente de par en par, dejando que una ráfaga de viento frío entrara y sacudiera las cortinas bruscamente.
Noah se levantó de inmediato, frunciendo el ceño mientras miraba hacia las ventanas. “¿Qué demonios…?”, pensó, sintiendo una inquietud en su interior. No había razón aparente para que se hubieran abierto de esa manera, y menos con tanta fuerza. Cerró las ventanas rápidamente, asegurándose de que estuvieran bien trabadas esta vez. Pero mientras se giraba para regresar junto a Helena, un sonido agudo resonó por la habitación.
—¡Crack!
Una lámpara en la esquina de la habitación estalló en pedazos, enviando fragmentos de vidrio por el suelo. Noah dio un paso atrás, sorprendido por la repentina explosión. Se apresuró a recoger los fragmentos de la lámpara rota, cuidando de no cortarse, pero su mente no dejaba de darle vueltas a los extraños eventos que acababan de suceder. Algo no parecía estar bien.
Una vez que recogió los pedazos y los dejó a un lado, se volvió hacia Helena. Ella seguía inconsciente, pero ahora su rostro estaba fruncido en una mueca de incomodidad. Su respiración, que antes se había estabilizado un poco, parecía acelerarse nuevamente, y sus manos se aferraban a las sábanas como si estuviera luchando contra algo en sus sueños.
—Helena… —susurró Noah, acercándose a ella y tomando su mano. Estaba fría y temblorosa, un marcado contraste con la fiebre que aún parecía consumirla.
Helena se agitaba en la cama, su expresión cada vez más tensa. Era evidente que estaba teniendo una pesadilla, atrapada en alguna visión inquietante que Noah no podía ver ni comprender. Se inclinó hacia ella, sosteniéndola con más fuerza, con la esperanza de que su presencia pudiera tranquilizarla, aunque fuera un poco.
—Estás a salvo —susurró Noah, su voz apenas un murmullo mientras miraba su rostro atormentado—. Estoy aquí. Nadie te hará daño.
Pero algo en su interior le decía que esto no era un simple mal sueño. Había algo más, algo mucho más oscuro rondando en torno a Helena.
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