Ambas sabían que todo era parte de una estrategia cuidadosamente orquestada. A ojos de la nobleza, Helena no era solo una joven prometedora bajo la protección de la condesa; ahora era su sangre, su legítima descendiente. Esto le otorgaba a Helena una posición firme entre los nobles, una que pocos se atreverían a cuestionar. Solo ellas dos, la condesa y Helena, conocían la verdad: que Helena seguía siendo la joven que la condesa había decidido adoptar poco tiempo atrás.
Aun así, ese detalle era irrelevante para el resto del mundo. Lo importante era mantener las apariencias, y eso lo habían hecho con éxito. Helena mantenía la sonrisa en su rostro, una sonrisa que transmitía agradecimiento hacia la condesa por darle no solo un hogar.
La condesa le devolvió la sonrisa, con una mezcla de orgullo y alivio. Sabía que había tomado la decisión correcta al adoptar a Helena, no solo por las ventajas que esto podía traer a su familia, sino porque había encontrado en ella una hija leal y agradecida. Aunque la verdad permanecía en las sombras, su relación era real para ella.
—Estás manejando esto muy bien, Helena —murmuró la condesa en voz baja, solo para que ella la escuchara—. Estoy orgullosa de ti.
Helena inclinó ligeramente la cabeza en agradecimiento.
—Gracias, madre. Estoy aprendiendo de la mejor.
La conversación entre ellas se desvaneció en ese momento, mientras los nobles seguían felicitando a la condesa por su “redescubrimiento” de su hija. Helena se sintió envuelta por la cálida mirada de su madre adoptiva, y por un breve momento, el peso de la verdad dejó de importarle. Lo que más valoraba era el apoyo y la confianza que la condesa le otorgaba.
Mientras tanto, la noticia del parentesco entre la condesa y Helena comenzaba a propagarse por el salón, atrayendo más nobles curiosos que buscaban estrechar lazos con la joven, que ahora ostentaba un título mucho más valioso. De la misma manera, Noah seguía siendo presentado a otros nobles, quienes también veían en él la posibilidad de crear alianzas provechosas.
Ambas, Helena y la condesa, sabían que la nobleza podía ser despiadada, pero esa noche habían dado un paso importante para asegurar su lugar entre ellos. Por ahora, el juego de las apariencias estaba a su favor.
Mientras la condesa y Helena disfrutaban del éxito de su estrategia, en otra parte del palacio, la atmósfera era mucho más oscura. La reina, en una habitación privada, caminaba de un lado a otro, su rostro era una máscara de furia. Sus pasos resonaban con fuerza en el suelo de mármol, y sus ojos brillaban con una mezcla de ira y preocupación. Kuzel y Kelim, sus hijos, estaban de pie cerca de ella, observándola en silencio. Sabían que el malestar de su madre iba mucho más allá de las apariencias.
—¡Ese bastardo ha regresado para arrebatarnos todo lo que nos pertenece!—gruñó la Reina, deteniéndose un momento para enfrentar a sus hijos—. Es el hijo de la emperatriz, ¡nuestro enemigo! No puede ser casualidad que haya aparecido ahora, justo cuando todo está en juego.
Kelim se encogió de hombros, manteniendo su tono desenfadado.
—Madre, ¿no crees que estás exagerando un poco? Noah no ha dado ninguna señal de que quiera el trono. Es solo… un tipo más.
La Reina lo fulminó con la mirada, su furia avivada por la aparente indiferencia de su hijo mayor.
—¡No seas tan ingenuo, Kelim! —exclamó, su voz cortante—. El príncipe Noah no es “un tipo más”. Es el hijo legítimo de la emperatriz, y, por lo tanto, una amenaza directa para todo lo que hemos luchado por asegurar. Él quiere lo que es de ustedes, lo que les pertenece.
Kelim suspiró, cruzando los brazos, con un aire despreocupado, aunque mantenía una sonrisa en los labios.
—No me preocupa, madre. No hay manera de que pueda cambiar las cosas tan fácilmente. Los nobles ya están alineados con nosotros.
Kuzel, quien había permanecido en silencio hasta entonces, habló con su tono tranquilo pero calculador.
—Madre tiene razón en una cosa, Kelim. Noah puede no haber mostrado aún sus intenciones, pero eso no significa que no las tenga. Si lo subestimamos, podría convertirse en una verdadera amenaza. —Kuzel se volvió hacia la Reina—. ¿Qué sugieres que hagamos, madre?
La Reina miró a su hijo menor con aprecio por su seriedad e inteligencia.
—No podemos actuar abiertamente todavía —dijo, calmándose ligeramente al sentir que Kuzel estaba de su lado—, pero debemos estar atentos a cualquier movimiento de Noah. Su regreso no es accidental. Está aquí para arrebatarte el trono, Kuzel. No lo permitiremos.
Kelim se estiró, todavía relajado.
—Bueno, estaré observando, pero de momento no me preocupa. Además, ¿quién querría el trono con todas esas responsabilidades aburridas? No es para mí.
Kuzel le lanzó una mirada severa.
—No se trata de quererlo o no, Kelim. Se trata de mantener lo que nos pertenece.
La Reina asintió, firmemente, su expresión decidida.
—Exactamente, Kuzel. Este trono es tu destino, y haremos todo lo necesario para protegerlo del príncipe Noah, de la emperatriz, y de cualquiera que intente arrebatártelo.
El silencio que siguió a las palabras de la Reina fue tenso, cargado con la gravedad de la situación. Kuzel, siempre atento y calculador, asintió lentamente ante las palabras de su madre. Entendía bien el peso de la corona que eventualmente recaería sobre sus hombros, y no tenía intenciones de permitir que alguien como Noah se interpusiera en su camino.
Kelim, por su parte, se alejó de la mesa con una sonrisa despreocupada y se acercó a la ventana para observar el paisaje exterior del palacio.
—Sabes, madre, siempre me ha parecido curioso cómo la gente pelea tan ferozmente por el trono —comentó en un tono ligero—. No es que no valore lo que tenemos, pero si alguien me ofreciera una vida tranquila en una simple mansión, sin intrigas ni presiones, no me opondría.
La Reina dejó escapar un suspiro de exasperación ante la actitud despreocupada de Kelim, su mirada oscureciéndose mientras sus pensamientos se volvieron aún más sombríos. La reina caminó con paso lento, su silueta se veía elegante y fría, como una sombra oscura que acechaba entre las luces de la sala.
—No entiendes nada, Kelim. —La dureza en su voz no dejaba espacio para interpretaciones equivocadas—. No se trata de vivir en una mansión cómoda, libre de intrigas. Se trata de poder, de control. Se trata de proteger lo que nos pertenece. Noah debería haber muerto hace años, cuando lo exiliaron a ese castillo olvidado en la frontera. Aquel lugar frío, inhóspito… donde los monstruos atacan sin descanso. Pero no, él aún sigue vivo. Sobrevivió a donde otros hubieran perecido. Y eso, lo convierte evidentemente en una amenaza que no podemos ignorar.
Kuzel, atento y reflexivo como siempre, mantuvo su postura erguida, asintiendo lentamente ante las palabras de su madre. Sabía que, aunque su madre no lo decía abiertamente, su frustración no era solo con la situación, sino con el hecho de que Noah había escapado a su destino fatal.
—Me sorprende que haya sobrevivido tanto tiempo en ese lugar —comentó Kuzel con un tono neutral.— Pensé que los monstruos y el clima implacable lo habrían deteriorado bastante. Sin embargo, parece que subestimamos su capacidad de supervivencia.
La Reina apretó los labios, su expresión rígida. Los recuerdos de cuando Noah había sido desterrado le invadieron la mente: el placer frío de saber que el joven príncipe estaba siendo enviado a un infierno en la tierra. Pero Noah, el hijo bastardo de la emperatriz, había sido más resistente de lo esperado. Y eso le molestaba profundamente.
—Nunca debió haber vuelto —dijo la reina con amargura—. Pensé que aquel castillo se encargaría de él, que su frágil cuerpo no resistiría el frío, que los monstruos lo devorarían vivo. Pero aquí estamos, enfrentando su regreso como si nunca hubiera sido desterrado. Esto es… decepcionante. —La palabra cayó como una piedra en la habitación, llena de un veneno silencioso en sus palabras.
Kelim se giró, aun sonriendo de manera despreocupada, pero ahora sus ojos mostraban una chispa de interés genuino en la conversación. Sabía que su madre era implacable, y aunque él no compartía del todo sus ambiciones, podía reconocer la peligrosa inteligencia que poseía.
—Y ahora, ¿qué propones, madre? —preguntó Kelim, con una mezcla de curiosidad y cierto respeto cauteloso—. Si Noah ha sobrevivido a ese lugar, no creo que sea fácil de eliminar en este palacio lleno de ojos y oídos.
La Reina se detuvo frente a la ventana, observando las luces del palacio con una mirada calculadora. Su rostro se endureció aún más, su mente maquinando posibilidades, peligros y ventajas. La idea de eliminar a Noah de una vez por todas había comenzado a germinar nuevamente en su mente.
—No cometamos el mismo error dos veces —dijo, volviéndose hacia sus hijos con una determinación glacial—. Ahora que ha vuelto, debemos asegurarnos de que no tenga oportunidad de reclamar lo que no le pertenece. Y esta vez, no dejaré su destino al azar.
Kuzel cruzó los brazos, entendiendo el sub texto de las palabras de su madre. Sabía que lo que estaba sugiriendo era claro: Noah debía ser eliminado, y esta vez, sin lugar para errores.
—Ya lo dije antes, madre. Haré todo lo que sea necesario para asegurar el trono —declaró Kuzel con firmeza.
Kelim, aunque menos comprometido con las intrigas, arqueó una ceja, observando a su madre y a su hermano menor con una mezcla de interés y cautela.
—Bueno, parece que la diversión está por comenzar —dijo Kelim, aunque su tono ligero no lograba suavizar la oscuridad que se cernía sobre la conversación.
La Reina lanzó una última mirada cargada de determinación a sus hijos antes de darse la vuelta y salir de la sala. Sus pasos resonaron por los corredores, mientras su mente seguía planificando el destino de Noah. No podía permitirse un error esta vez; el trono de Kuzel dependía de ello.
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