Noah y Helena no solo habían escuchado toda la conversación que el Emperador, la Reina y la Emperatriz mantenían con los príncipes; también sintieron el peso de cada palabra. El aire estaba cargado de tensión, cada frase ocultaba una intención política o un rencor personal. Noah mantuvo la compostura, aunque en su interior se sentía como si las palabras de la Reina fueran flechas disparadas directamente hacia su honor. Helena, por su parte, se mantenía firme a su lado, con la cabeza alta, pero su corazón latía aceleradamente.
Mientras observaban a los miembros de la familia imperial, Helena sintió una mirada persistente sobre ella. Al girar su rostro, sus ojos se encontraron con los de la princesa Naira. Un destello de reconocimiento pasó por la mente de Helena. Aunque no habían sabido quién era la otra en ese momento, ambas se habían encontrado previamente en un restaurante, compartiendo postres y risas. Aquella ocasión había sido inesperadamente agradable, una pausa refrescante en medio de la rutina. Recordar ese momento trajo una pequeña sensación de alivio a Helena, aunque la situación actual era completamente distinta. “Ella es la princesa Naira… ¿Cómo no lo supe entonces?” Pensó, mientras trataba de mantener su expresión neutral.
Justo en ese momento, el príncipe Kelim rompió la tensión en el ambiente con su actitud extrovertida y despreocupada. Con una sonrisa en el rostro, se giró hacia la orquesta y, con un gesto exagerado, les pidió que comenzaran a tocar nuevamente.
—¡Vamos, ya es suficiente de silencios tensos! ¡Hemos venido aquí a disfrutar! —exclamó Kelim con una voz animada que resonó en el salón, aliviando momentáneamente la presión que había en el ambiente.
La orquesta, sorprendida, pero obediente, retomó la música, y la atmósfera en el salón cambió de inmediato. Los nobles que habían estado tensos comenzaron a relajarse nuevamente, y el bullicio suave de las conversaciones regresó al lugar.
La Reina, viendo que el momento oportuno había llegado, se levantó lentamente de su asiento, alisando la seda de su vestido con una gracia innegable. Hizo una reverencia breve pero elegante al Emperador, y luego, con una sonrisa calculada, dirigió una última mirada hacia Noah y Helena. Los príncipes Kuzel y Kelim siguieron su ejemplo, aunque la mirada de Kelim destilaba más molestia que respeto.
—Nos retiramos por un momento su majestad. Espero que disfruten del banquete. —dijo la Reina con suavidad, aunque el subtexto en sus palabras era evidente para quienes podían leer entre líneas.
Noah y Helena observaron mientras la Reina se alejaba del salón, flanqueada por Kuzel y Kelim. La Reina mantenía su porte altivo, y los príncipes la seguían con pasos seguros, pero era evidente que estaban intrigados. Noah frunció el ceño. “¿Qué estará planeando ahora?” Pensó, sabiendo que la Reina probablemente estaba dispuesta a compartir más detalles en privado con sus hijos.
—Parece que la Reina tiene asuntos que discutir… en privado con sus hijos. —murmuró Noah para sí mismo, aunque Helena lo escuchó claramente. Ella asintió levemente, compartiendo la preocupación de Noah.
Apenas se había alejado la Reina, la Emperatriz, quien había estado observando todo en silencio, comenzó a moverse inquieta en su trono. Había un brillo de inquietud en sus ojos mientras miraba a Noah. Helena notó cómo la Emperatriz hacía el ademán de levantarse, como si quisiera ir hacia ellos, pero justo en ese instante, el Emperador extendió su brazo y la sujetó firmemente del brazo. Su agarre era firme y posesivo, impidiéndole a la emperatriz ponerse de pie.
Los ojos de la Emperatriz se abrieron con sorpresa y luego se oscurecieron de indignación. Sin embargo, no dijo una palabra, permaneciendo en su lugar por la fuerza de su esposo. El Emperador no apartaba su mirada fría de ella, y aunque su rostro no revelaba emoción alguna, su gesto era claramente una advertencia: no debía moverse.
Helena observó todo esto desde su posición al lado de Noah. La tensión entre el Emperador y la Emperatriz era palpable, y el silencio que seguía al agarre del Emperador parecía ensordecedor a pesar de la música de fondo. No sabía exactamente qué estaba ocurriendo entre ellos, pero estaba claro que el Emperador no permitiría que la Emperatriz se acercara a Noah.
El príncipe Noah observó con creciente molestia cómo su padre, el Emperador, sujetaba con fuerza el brazo de la Emperatriz. Desde donde estaba, Noah pudo notar el leve gesto de dolor que se reflejó en el rostro de su madre. Sus ojos se estrecharon en una mezcla de furia e impotencia, y sin pensarlo, apretó el puño con fuerza. El deseo de intervenir lo impulsó a dar un paso adelante, pero antes de que pudiera actuar, sintió una mano suave en su brazo. Helena lo detuvo con firmeza, mirándolo directamente a los ojos. Sus ojos azules reflejaban una mezcla de preocupación y advertencia.
Justo en ese momento, el duque, quien se había mantenido cerca observando la escena, también intervino. Con una voz calmada, pero autoritaria, dijo:
—Noah, cálmate. Ya he solicitado una audiencia privada con la Emperatriz. Soy su hermano y el Duque del Norte. Se me ha concedido por mi posición y mis responsabilidades en el imperio. —El duque miró al príncipe con seriedad, consciente de la tensión en el ambiente.
Su mirada firme se posó en el Emperador por un breve instante antes de volver a Noah
—Además, como el mayor comerciante de piedras de maná y quien se encarga de las minas en el norte, incluso el Emperador me muestra algo de respeto.
Noah respiró hondo, intentando calmarse. El duque tenía razón; la situación era demasiado delicada como para precipitarse. Aunque su instinto le gritaba que debía hacer algo, sabía que no era el momento adecuado. Relajó el puño, pero sus ojos no se apartaron del Emperador, quien seguía sosteniendo a la Emperatriz con un gesto casi posesivo.
—Ya habrá una oportunidad de hablar con tu madre. Ahora no es el momento ni el lugar para desafiar abiertamente al Emperador. Debes ser paciente.—continuó el duque en voz baja, inclinándose hacia Noah.
Noah asintió ligeramente, aunque la rabia no desaparecía por completo de su mirada. Helena, sintiendo el alivio en la tensión del brazo de Noah, suspiró con discreción y mantuvo su mano en la suya, brindándole apoyo en silencio.
La música continuaba resonando en el salón, y los nobles seguían inmersos en sus conversaciones, ajenos a la batalla emocional que se desarrollaba entre los miembros de la familia imperial. Sin embargo, para Noah, Helena y el duque, el aire estaba cargado de tensión, una tensión que no sería fácil de disipar.
Helena se mantuvo firme a su lado, consciente de que Noah necesitaba su apoyo más que nunca. Mientras tanto, el duque lanzaba una mirada calculadora hacia el Emperador, su mente claramente ocupada en cómo manejar la situación sin agravar las tensiones entre ellos.
El agarre del Emperador sobre la Emperatriz finalmente aflojó, pero el daño ya estaba hecho. La mirada de la Emperatriz estaba fija en Noah, sus ojos brillaban con una mezcla de dolor y tristeza. A pesar de todo, ella permaneció en su lugar, respetando la voluntad de su esposo, pero sin apartar la mirada de su hijo.
El duque al ver que Noah ya parecía más tranquilo, aprovechó la oportunidad para comenzar con las presentaciones formales. Con una sonrisa calculada pero amable, empezó a presentar al príncipe Noah ante varios nobles influyentes, consciente de la importancia de establecer alianzas fuertes.
—Su Alteza, el príncipe Noah —dijo el duque con tono firme, dirigiéndose a un grupo de nobles que se acercaron—. Estoy seguro de que ya conocen al legítimo heredero.
Algunos nobles intercambiaron miradas significativas, reconociendo el valor estratégico de acercarse a Noah. El príncipe, mostrando una compostura renovada, asintió con respeto hacia ellos.
—Es un honor finalmente conocerle, su Alteza —comentó el Conde Ravel, un hombre de aspecto robusto con ojos astutos—. Había escuchado mucho sobre usted, pero verlo tan enérgico… bueno, eso desmiente muchos rumores.
Noah sonrió de manera cortés.
—Los rumores suelen distorsionar la realidad, conde. —Su tono era suave, pero firme—. Me encuentro en perfecto estado, preparado para asumir mis responsabilidades.
El conde asintió, y varios nobles a su alrededor parecían impresionados por la seguridad que mostraba Noah.
Mientras tanto, la condesa, con la misma destreza social, presentó a Helena ante varias damas y caballeros de la nobleza. Helena, aunque ligeramente nerviosa por la atención, seguía las enseñanzas de la condesa con elegancia. Los nobles, notando el vínculo entre la condesa y Helena, no tardaron en mostrar interés.
—Es un placer conocerte, señorita Helena. —Lady Elora, una dama de alta cuna, la observó con ojos calculadores—. Debo decir que tienes una presencia encantadora.
Helena hizo una pequeña reverencia, con una sonrisa educada.
—Gracias, mi lady. Mi madre ha sido más que generosa conmigo. No podría haber esperado un mejor apoyo.
Lady Elora sonrió, claramente intrigada por la cercanía entre Helena y la condesa. Varios nobles comenzaron a rodearlas, viéndolo como una oportunidad de establecer una conexión con la condesa y, por extensión, con Helena.
—Es admirable que la condesa haya encontrado a alguien tan digna de su atención —añadió Lord Avrik, un noble de considerable influencia en la corte—. Sin duda, hay mucho que aprender de ella.
Helena asintió, manteniendo su postura firme y confiada. La condesa, a su lado, la observaba con satisfacción.
—Helena no es solo alguien digna de mi atención, Lord Avrik —intervino la condesa con voz firme—. Ella es mi hija biológica. La perdí hace muchos años junto con mi esposo, el antiguo conde, y he tenido la fortuna de reencontrarla recientemente.
Los ojos de los nobles se ensancharon al escuchar esas palabras. El cambio en sus expresiones fue evidente: ahora no solo veían a Helena como una protegida de la condesa, sino como su hija legítima, con todo el peso que ese linaje conllevaba.
—Entiendo… entonces es cierto lo que se dice. Mi más sincera enhorabuena, Condesa —dijo Lady Elora con una reverencia ligera, ahora mucho más respetuosa—. Debe haber sido una bendición poder reencontrarse con su hija después de tantos años.
—Lo ha sido, mi lady —respondió la condesa con una sonrisa que ahora parecía mucho más cálida—. Helena es y siempre será mi hija, con todo lo que eso implica.
La condesa observó a los nobles que se habían reunido a su alrededor, satisfechos por haber reforzado la posición de Helena con la afirmación de que era su hija biológica. El susurro de asombro entre la nobleza se extendía por el salón, y ella sabía que las palabras dichas ese día fortalecerían aún más la imagen de Helena. Sin embargo, cuando sus ojos se posaron en su hija adoptiva, ambas compartieron una sonrisa cómplice, discreta pero cargada de significado.
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