La música continuó fluyendo, creando un ambiente de celebración y anticipación. Mientras los nobles regresaban a sus conversaciones y a la pista de baile, Noah y Helena permanecieron en el centro del salón, listos para disfrutar de la noche que se desarrollaba ante ellos.
Noah extendió su mano hacia Helena, con una sonrisa suave en sus labios.
—Helena, ¿me concederías este baile? —preguntó Noah con una mezcla de cortesía y afecto.
Helena asintió, colocando su mano en la de él, y ambos se dirigieron hacia el centro del salón. La música, que había estado fluyendo en segundo plano, cobró nueva vida mientras la pareja se preparaba para bailar. Los murmullos cesaron cuando Noah y Helena se movieron con gracia, y la atención de todos en la sala se concentró en ellos. La combinación de la elegancia de Noah y la deslumbrante belleza de Helena los hacía parecer como si fueran los protagonistas.
Pero no todos los ojos estaban llenos de simple admiración. Entre la multitud, una joven con cabello rosado y rizado, con una mirada tierna y dulce, se había acercado al Emperador. Su presencia era delicada, y sus ojos se abrieron con sorpresa al ver a Helena en el centro del salón, bailando con una elegancia deslumbrante. Recordaba claramente el día en que había compartido postres con esa misma joven en su restaurante favorito, sin tener idea de quién era realmente.
Al escuchar las palabras de la Reina, refiriéndose con desdén al príncipe que bailaba con Helena, la joven, que no era otra que la princesa Naira, hija menor de la Reina y el Emperador, comenzó a unir las piezas en su mente. El hombre que estaba junto a Helena no era otro que su hermano mayor, Noah, hijo de la Emperatriz. La realidad de la situación la golpeó con fuerza: aquel que había sido exiliado al nacer, del que solo había escuchado historias, estaba ahora frente a ella, por primera vez en su vida.
“¿Él es mi hermano mayor, Noah? ¿No decían que era como un monstruo?”, se preguntaba Naira, mirando con confusión y asombro a la Reina. Las palabras de su madre resonaban en su mente, llenas de advertencias sobre la amenaza que Noah representaba para su familia. Recordó cómo la Reina siempre hablaba mal del príncipe, describiéndolo como deforme y malvado, alguien que nunca debía mostrarse en sociedad para que sus hermanos, Kuzel y Kelim, tuvieran la oportunidad de tomar el trono en el futuro. “Pero… no parece un monstruo. ¿Cómo puede alguien tan odiado por la Reina moverse con tanta gracia y confianza? ¿Por qué siento que hay algo más en él que no me han contado?”
Mientras Noah y Helena giraban elegantemente por la pista de baile, Naira no pudo apartar su mirada de ellos. Su mente se llenaba de más y más preguntas, su corazón latiendo con fuerza mientras intentaba comprender la verdad. “Siempre dijeron que debía temerle, que él era nuestro enemigo… pero ahora que lo veo, no parece alguien que quisiera hacernos daño. ¿Quién es realmente mi hermano?” Se preguntaba la princesa Naira.
El bullicio en el salón de baile se incrementó cuando las puertas se abrieron nuevamente. Los dos príncipes, Kuzel y Kelim, hicieron su entrada. Kuzel, el tercer príncipe, avanzaba con un porte firme y decidido, mientras que Kelim, con una sonrisa despreocupada, seguía a su hermano menor, saludando con ligereza a los nobles que encontraba a su paso. La música cesó abruptamente, y todas las miradas se dirigieron a los recién llegados. Ambos príncipes destacaban por su elegancia, pero eran sus personalidades las que más los diferenciaban.
El Emperador, al notar la entrada de sus hijos, caminó hacia ellos con una presencia imponente. Su expresión, como era característico, permanecía inmutable, y sus pasos resonaban con autoridad en el salón. Al detenerse frente a Kuzel, su mirada se posó en su hijo con una mezcla de respeto y exigencia.
—Príncipe Kuzel, felicidades por tu mayoría de edad y tus recientes logros en la Academia Imperial. Tu diligencia y dedicación son un ejemplo para todos en este reino. —dijo el Emperador con voz firme, que no mostraba ninguna emoción más allá de su deber como gobernante.
Kuzel inclinó la cabeza ligeramente, aceptando las palabras de su padre con humildad. Sin embargo, en su interior, sabía que esas felicitaciones eran más una formalidad que un verdadero gesto afectuoso.
—Gracias, Su Majestad. Continuaré esforzándome para ser digno de su confianza y de las expectativas puestas en mí. —respondió Kuzel con voz controlada, pero con un brillo decidido en sus ojos.
Kelim, que había estado observando la interacción con su típica despreocupación, se acercó a su hermano menor con una sonrisa relajada y le dio una palmada en la espalda.
—Bien hecho, Kuzel. Sabía que lo lograrías. Aunque… sigo sin entender cómo puedes disfrutar tanto esos estudios tan aburridos. —comentó Kelim con una risa ligera, más interesado en las festividades que en las responsabilidades imperiales.
Kuzel le devolvió una sonrisa leve, pero sus ojos reflejaban la seriedad de sus responsabilidades. Sin embargo, antes de que pudiera responder, la Reina hizo su aparición, avanzando con pasos elegantes y una sonrisa impecable. A pesar de su porte, la frialdad en su mirada era evidente para quienes la conocían bien.
—Mi querido Kuzel, siempre tan dedicado. No me sorprende que todos en la corte vean en ti el futuro de nuestro reino. —comentó la Reina con un tono suave, pero en su voz había una intención calculada.
El comentario atrajo la atención de Kelim, quien, aunque despreocupado, no pudo evitar notar el énfasis de su madre en la palabra “futuro”. Kuzel asintió con modestia, pero sus ojos mostraban una chispa de orgullo.
—Gracias, madre. Es mi deber asegurar el bienestar del Imperio y ser digno de la confianza que se deposita en mí. —respondió Kuzel con respeto.
La Reina deslizó una mirada rápida hacia el Emperador, quien permanecía en silencio, observando la interacción. Entonces, como si fuera una mera observación, la Reina agregó:
—Con tanto esmero por parte de mis hijos, es un alivio saber que el Imperio siempre tendrá un líder fuerte y capaz… especialmente mientras otros permanecen en las sombras.
El comentario, aunque sutil, estaba claramente dirigido a Noah. La Emperatriz, que estaba presente, pero había permanecido en silencio hasta ese momento, levantó la vista ante las palabras de la Reina. Su mirada se oscureció ligeramente, pero mantuvo su compostura.
—Es cierto, Reina. Sin embargo, el pasado tiene una manera de regresar cuando menos lo esperamos. —replicó la Emperatriz, sus palabras llenas de un significado profundo mientras sus ojos se dirigían hacia Noah, que estaba lo suficientemente cerca para escuchar la conversación.
Kuzel y Kelim intercambiaron miradas rápidas, captando la insinuación de su madre. Ambos príncipes giraron ligeramente, sus ojos buscando entre la multitud. Fue entonces cuando sus miradas se encontraron con la figura de Noah, quien seguía junto a Helena en el centro del salón, su postura firme y su mirada tranquila.
—¿Es él…? —murmuró Kelim en voz baja, su despreocupación habitual, desvaneciéndose por un instante al ver al príncipe heredero frente a él por primera vez.
Kuzel frunció el ceño levemente, sus pensamientos girando rápidamente. “Noah… el príncipe heredero. El hombre que siempre pensé que no regresaría jamás.” Una mezcla de emociones se agitaba en su interior, pero su semblante se mantuvo controlado.
La Reina, notando que la atención de sus hijos había sido captada, sonrió con satisfacción y continuó hablando en un tono casual.
—Sí, parece que algunos han decidido reaparecer después de tanto tiempo… Qué interesante será ver cómo intentan encajan en un ambiente que no es el suyo. —dijo con una sonrisa afilada, sus ojos nunca apartándose de Noah.
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