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Me convertí en la sirvienta del príncipe olvidado (Novela) – Capitulo 56

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La sorpresa inicial del Emperador fue rápidamente reemplazada por una ira contenida. ¿Cómo había sucedido esto? ¿Quién se atrevió a desafiar su voluntad? Pero, más allá de todo, estaba la molestia de ver que Noah, su propio hijo, parecía haber superado la maldición que debía haberlo debilitado para siempre.

Noah, consciente de la mirada de su padre, no desvió la suya. Sabía lo que el Emperador estaba viendo, y, aunque el ojo negro seguía siendo una marca evidente, la ausencia de la joroba era un triunfo personal, una señal de que el destino aún no estaba escrito.

La Emperatriz, por su parte, observaba a Noah con una mezcla de asombro y emoción. Las lágrimas en sus ojos brillaban más intensamente, aunque no se atrevió a dejar que cayeran. Su hijo había regresado no solo más fuerte, sino que parecía haber roto parcialmente las cadenas que lo ataban a la maldición. Su orgullo y amor por él luchaban por salir a la superficie, aunque sabía que no era el momento ni el lugar.

La Reina, sentada a la izquierda del Emperador, notó el cambio en la expresión de su esposo y la forma en que todos los presentes se habían dado cuenta de la transformación en Noah. Su molestia se profundizó, viendo en Noah no solo una amenaza, sino una humillación para todo lo que ella había apoyado durante años. La simple idea de que Noah pudiera reclamar su lugar legítimo la llenaba de rabia y temor.

El Emperador reprimió la ira que burbujeaba bajo su exterior frío e imperturbable. No podía permitir que su autoridad fuera cuestionada, especialmente no frente a los ojos atentos de los nobles que llenaban el salón. Con un esfuerzo calculado, cambió la rigidez de su semblante por una expresión más calmada, aunque sus ojos seguían destilando un sutil desprecio.

—Bienvenido, Noah. Es una sorpresa verte aquí, en esta celebración tan importante. No me llegó noticia alguna de que planeabas asistir. —dijo el Emperador, con una voz que resonaba en las paredes del salón.

La sala, que había estado en un silencio casi reverente, pareció vibrar con una tensión sutil al escuchar las palabras del Emperador. Los nobles, aún expectantes, intercambiaron miradas curiosas, conscientes del sub texto en lo que acababan de escuchar.

—Dime, hijo mío, ¿cómo llegaste aquí sin avisar? No esperaba verte, sobre todo teniendo en cuenta tú… condición de salud. Pensé que, dada tu fragilidad, no te gustaría asistir a banquetes. Nunca fuiste aficionado a estas reuniones sociales, después de todo. —continuó el Emperador, su voz afilada con una cortesía calculada.

El tono del Emperador, aunque cortés, no pudo ocultar del todo la falsedad que impregnaba sus palabras. Era evidente que estaba intentando enmascarar su sorpresa y furia ante la presencia inesperada de Noah, presentándose ante la corte con una fuerza renovada. Era un intento por minimizar la presencia de su hijo, presentándolo como un ser débil e inestable que no había sido capaz de enfrentar la vida en la corte.

Noah, alzando su barbilla con un aire de desafío controlado, mantuvo su mirada fija en la de su padre. Su expresión permaneció firme, y cuando habló, su voz fue suave, pero firme, impregnada de una determinación que dejó claro que no sería intimidado.

—¿Cómo podría ausentarme a la celebración de mayoría de edad de mi tercer hermano, el príncipe Kuzel? Ahora que mi salud se ha restablecido, he decidido asistir a cada banquete y celebración que se realice en el palacio. Es un deber que, como parte de la familia imperial, no puedo eludir. —respondió Noah, con una calma que contrastaba con la tensión en el aire.

Las palabras de Noah resonaron en el salón como un desafío sutil pero innegable. El significado detrás de ellas era claro: Noah no solo estaba allí para reclamar su lugar legítimo, sino que también estaba decidido a ser parte activa de la vida en la corte, a pesar de los intentos del Emperador de mantenerlo alejado.

Los nobles alrededor observaban con asombro y una pizca de temor. El príncipe, que muchos habían dado por perdido, se había presentado no solo como un sobreviviente, sino como alguien dispuesto a desafiar la autoridad imperial si era necesario.

El Emperador apretó los puños, disimulando su molestia con una leve sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Sabía que Noah acababa de dar el primer paso en un juego peligroso, uno que podría cambiar el curso del Imperio Golden. Pero por ahora, debía mantener las apariencias.

—Me alegra escuchar eso. Siempre es un placer ver a mi familia unida en ocasiones tan importantes. Espero que disfrutes del banquete de esta noche, príncipe Noah. —respondió el Emperador, su voz ahora suave, casi en tono paternal.

Noah y Helena, con la misma elegancia con la que habían llegado, hicieron una última reverencia de respeto ante el Emperador, la Emperatriz y la Reina. La sala permanecía en un silencio expectante, como si todos los presentes estuvieran conteniendo el aliento, esperando el desenlace de este tenso intercambio. El murmullo apenas perceptible que había comenzado entre los nobles se apagó de nuevo cuando Noah y Helena, erguidos y dignos, comenzaron a alejarse del trono imperial.

El Duque Hurelbad y la Condesa Verónica, quienes habían seguido de cerca cada palabra y gesto, intercambiaron una mirada satisfecha. Noah había manejado la situación con la precisión de un guerrero en un campo de batalla, respetuoso pero sin ceder terreno. Era evidente que el príncipe no se dejaría intimidar por su padre, ni por nadie más en la corte. La firmeza en su voz, su postura desafiante, pero controlada, habían dejado claro que Noah estaba dispuesto a reclamar su lugar.

Helena, a su lado, mantenía una calma imperturbable, pero en su interior, una chispa de desafío ardía con fuerza. Antes de girarse para seguir a Noah, sus ojos se encontraron brevemente con los de la Reina, y en ese instante, Helena dejó que una mirada desafiante brillara en sus iris. La Reina, al percibir la sutil, pero innegable provocación, frunció el ceño, su molestia cada vez más evidente. La tensión en el aire se intensificó, aunque nadie osó comentar lo que acababa de suceder.

La Condesa Verónica notó la mirada cargada de resentimiento que la Reina lanzaba a su hija adoptiva. El corazón de la Condesa se aceleró con una mezcla de rabia y preocupación. Sabía bien que la Reina no era alguien que tomara las ofensas a la ligera, y la expresión en su rostro dejaba claro que Helena había despertado algo peligroso en ella. Aunque estaba orgullosa de la valentía de Helena, no pudo evitar sentir un nudo de temor en el estómago, temiendo las posibles represalias de la Reina.

A medida que Noah y Helena avanzaban hacia el centro del salón, todas las miradas se concentraron inevitablemente en la figura de Helena. Su belleza era deslumbrante, con una figura esbelta y elegante que se movía con una gracia natural. Su cabello lila, con grandes ondas rizadas que caían en cascada sobre sus hombros, brillaba bajo la luz de las lámparas del salón, creando un contraste perfecto con su vestido negro adornado con toques de morado. Cada paso que daba destacaba la delicadeza de su silueta, y su porte noble la hacía parecer aún más imponente. No era solo su apariencia lo que atraía; su presencia irradiaba una confianza serena que la hacía aún más fascinante.

Los murmullos entre los nobles se intensificaron, esta vez llenos de admiración y deseo. Muchos de los hombres en el salón, incapaces de resistirse a la atracción de Helena, comenzaron a considerar la posibilidad de acercarse a ella. Todos querían tener la oportunidad de invitarla a bailar, de ser los primeros en tenerla entre sus brazos, aunque fuera solo por un breve momento.

Helena, consciente de las miradas que recibía, mantuvo su porte noble, aunque no pudo evitar sentir una ligera incomodidad ante la intensidad de la atención. A su lado, Noah permanecía alerta, sabiendo que muchos en el salón veían a Helena como una joya preciosa que deseaban poseer. Pero para él, Helena era más que eso; era su compañera, su aliada, y estaba dispuesto a protegerla de cualquier amenaza.

A medida que la música llenaba el salón con sus suaves acordes, el ambiente se volvió aún más festivo. Los nobles, cautivados por la presencia de Helena, comenzaron a moverse hacia el centro del salón, donde ella y Noah se encontraban. Entre ellos, un noble con gran confianza, bien vestido y de porte elegante, avanzó con determinación hacia Helena. Sus intenciones eran claras: invitar a Helena a bailar.

El noble se acercó con una sonrisa segura, y con un gesto cortés, extendió su mano hacia Helena. La atención de todos en el salón se centró en este momento, expectantes por ver cómo reaccionaría la joven. Sin embargo, antes de que Helena pudiera responder, Noah, manteniendo su postura protectora, se interpuso entre el noble y Helena.

—Lo siento, pero eso sería imposible, la señorita Helena ya me ha prometido su primer baile. Ella es mi compañera en este banquete y, por lo tanto, bailará conmigo. —dijo Noah, su voz firme y clara, cortando cualquier intento de malentendido. Sus ojos, llenos de determinación, se dirigieron hacia el noble con una mezcla de respeto y desafío.

El noble, sorprendido por la intervención de Noah, intentó mantener la compostura mientras asimilaba la respuesta. Aunque su rostro mostraba una leve decepción, su actitud seguía siendo educada.

—Por supuesto, Príncipe Noah, bien entonces, buscaré a otra dama para bailar. —respondió el noble con una inclinación de cabeza.

Con un gesto de desvío cortés, el noble se alejó, buscando a otra joven en la sala con quien compartir el baile. Noah, aliviado de haber defendido su posición, se volvió hacia Helena con una sonrisa protectora y un brillo de satisfacción en sus ojos.

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Chapter 56