Helena sintió una oleada de emoción y, sin pensarlo dos veces, abrazó a la mujer con fuerza, sus ojos brillando con gratitud.
— Me alegra tanto saberlo. Te lo mereces. —dijo Helena, liberando a la mujer del abrazo.
La mujer sonrió, profundamente agradecida, y luego miró el vestido de Helena con un ojo crítico pero cálido.
— Veo que su vestido ha sufrido un poco con todo lo que ha pasado. Como trabajé junto a la diseñadora para confeccionarlo, sé muy bien cómo arreglarlo. Déjeme ayudarle.
Helena asintió, aliviada por el ofrecimiento.
— Te lo agradecería mucho. No quiero preocupar a la condesa más de lo necesario.
La mujer comenzó a trabajar con destreza en el vestido de Helena, sus manos moviéndose con la precisión de quien conoce cada costura y cada detalle. Helena observaba en silencio, impresionada por la habilidad de la mujer y agradecida por el cuidado con el que era tratada.
Mientras la mujer ajustaba y arreglaba el vestido, Helena no podía evitar pensar en lo afortunada que era por haberse cruzado con ella y cómo, de alguna manera, sus actos habían llevado a este momento. Estaba claro que la generosidad y el apoyo mutuo podían cambiar vidas, y eso le daba una sensación de calidez en el pecho.
Después de unos minutos, la mujer terminó su trabajo, dando un último ajuste al vestido antes de dar un paso atrás para admirar su obra.
— Listo, ahora estás perfecta para el banquete —dijo con una sonrisa satisfecha.
Helena se miró a sí misma, sorprendida por lo bien que había quedado su vestido. Sonrió, sintiéndose más segura y lista para lo que vendría.
— Gracias, de verdad, no sé cómo agradecerte —dijo Helena con sinceridad.
— No necesita hacerlo. Ya has hecho mucho por mí. Esto es lo menos que podía hacer. —respondió la mujer
Helena asintió, profundamente conmovida, y salió del carruaje con el vestido impecable, lista para reunirse con los demás y continuar con lo que la noche aún tenía reservado. Helena vio a Noah esperándola junto al duque y a la condesa, decidiendo así ir todos juntos en el mismo carruaje, ya que la condesa ya no quería apartarse de Helena.
—Bueno, no veo el problema en que vayamos en el mismo carruaje, de todas formas, es lo suficientemente espacioso, así que podemos viajar juntos. —Dijo Helena mientras tomaba la mano de la condesa y le sonreía para luego subir al carruaje todos juntos.
El duque no pudo evitar sonreír al ver a Helena intentar calmar a la condesa quien se había esforzado mucho en parecer valiente e intentar proteger a Helena durante la batalla aun sin saber siquiera como blandir una espada “Al principio no estaba segura si ella realmente podría ver a Helena como parte de su familia, pero creo que ahora no debo de preocuparme por eso, es más que evidente que ella es capaz de arriesgarse a sí misma con tal de proteger a Helena” pensó el duque mientras miraba a Helena y la condesa conversar animadamente sin soltarse las manos.
A los pocos minutos después de retomar el viaje, estos se detuvieron llegando al palacio, las voces fuera del carruaje llamaron a la puerta.
—Ya llegamos, debemos bajar mi niña. —Dijo la condesa mientras que Helena volteaba a mirar a Noah.
Este era el momento. Al fin había llegado la hora de enfrentarse a todos aquellos que habitaban en el palacio: el emperador, la reina y los príncipes. Todos estarían allí, y ninguno recibiría con agrado al legítimo príncipe heredero.
—¿Estás lista, Helena? —preguntó Noah, luego de bajar del carruaje y extender su mano para ayudarla a descender.
Helena miró la mano de Noah, dio un pequeño suspiro y esbozó una tenue sonrisa.
—Más que lista, su alteza. Para esto nos hemos estado preparando —respondió Helena, devolviéndole la sonrisa con confianza.
—Bien, entonces vamos, mi lady —dijo Noah.
Cuando Helena bajó del carruaje, sus ojos se elevaron hacia el majestuoso palacio del emperador. Las torres blancas y las cúpulas doradas brillaban bajo el tenue resplandor del atardecer, y por un momento, la magnificencia del lugar la dejó sin aliento. Sin embargo, mientras admiraba la opulencia, una sensación de inquietud se apoderó de ella. Sabía que lo que les esperaba no sería fácil.
Era la primera vez que Helena entraba en un entorno noble tan imponente. Aunque su vestido y porte reflejaban a una joven de alta sociedad, su corazón latía con fuerza ante la perspectiva de enfrentarse a la fría mirada del emperador. Este sería el primer encuentro de Noah con su padre desde que fue exiliado a la frontera, y la hostilidad que el emperador sentía hacia él era un secreto a voces. Helena apretó ligeramente el brazo de Noah, recordándole que estaba a su lado para apoyarlo en lo que seguramente sería una presentación difícil y llena de tensiones. Sabía que él no sería bien recibido, pero estaba decidida a enfrentar cualquier desafío junto a él, sin importar cuán intimidante fuera el lugar en el que se encontraban.
Las enormes puertas doradas del palacio se abrieron con un crujido solemne, revelando el resplandor de los candelabros que colgaban del techo y el brillo de los mármoles que decoraban el gran salón. Mientras Helena y Noah cruzaban el umbral, las miradas de los nobles se fijaron en ellos, y el murmullo que llenaba el salón se apagó casi instantáneamente.
Helena avanzaba con gracia, llevando un majestuoso vestido negro con toques de morado profundo, que resaltaba tanto su elegancia como su audacia. La seda y el encaje caían en cascadas desde sus hombros hasta el suelo, con un ligero destello púrpura que atrapaba la luz a cada paso. Su porte era el de una auténtica dama noble, y muchos no pudieron evitar pensar que era la mujer más hermosa que habían visto en el Imperio Golden.
A su lado, Noah caminaba con una seguridad que hacía eco en el salón. Su vestimenta, perfectamente combinada con la de Helena, constaba de un traje negro de cortes marcados, adornado con detalles morados que reflejaban su poderosa presencia. La tela oscura destacaba sus anchos hombros y su esbelta figura, mientras que los detalles morados sugerían una sutil pero inquebrantable conexión con la mujer a su lado. Los nobles no pudieron evitar notar el parecido entre Noah y el emperador, lo que reforzaba aún más su legitimidad como heredero del trono.
Mientras avanzaban, el heraldo del palacio levantó su bastón ceremonial y, golpeando el suelo tres veces, anunció en voz alta:
—Se anuncia la llegada de Lady Helena, heredera del Condado Ashwood, hija de la Condesa Verónica Ashwood, y el Príncipe Heredero de la Corona, Noah, del Imperio Golden.
Los ojos de los presentes se abrieron con asombro al escuchar las palabras del heraldo, y una mezcla de admiración y respeto llenó el aire. El príncipe heredero y su dama eran una pareja que imponía y deslumbraba por igual, dejando claro a todos que se enfrentaban a una fuerza que no debía ser subestimada.
Helena y Noah, conscientes de todas las miradas sobre ellos, avanzaron hacia el corazón del salón, listos para enfrentar lo que les aguardaba en el imponente palacio.
Noah y Helena avanzaron por el imponente salón, sus pasos resonando en el silencio solemne que se había apoderado del lugar. Cada mirada estaba fija en ellos, admirando la imponente figura de Noah y la elegancia de Helena, quienes se movían con una dignidad que solo la realeza podía poseer.
Mientras caminaban, Noah inclinó ligeramente su cabeza hacia Helena y, en un susurro, buscó tranquilizarla.
— Tranquila, Helena. No te preocupes. Todo estará bien. No tengas miedo, estoy contigo.
Helena, sintiendo el apoyo incondicional de Noah, levantó la cabeza con determinación. Su corazón, aunque acelerado, se llenó de una confianza renovada.
— No se preocupe. Me he preparado para esto desde hace mucho— respondió Helena en voz baja, devolviéndole una leve sonrisa.
Noah asintió, reconfortado por la firmeza en su voz, y juntos continuaron avanzando.
Finalmente, se detuvieron frente al trono imperial. El Emperador del Imperio Golden estaba sentado en su majestuoso trono, observando a la pareja con una expresión severa e impenetrable. A su lado, la Emperatriz, con ojos llenos de lágrimas que no caían, luchaba por mantener la compostura. Ver a su hijo después de tantos años despertaba en ella una mezcla de alegría y dolor que no podía disimular.
La Reina, en cambio, permanecía rígida y molesta, su mirada fría y calculadora dirigida hacia Noah, claramente irritada por su presencia. La tensión en el aire era palpable, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse para presenciar este momento.
Con un movimiento sincronizado y fluido, Noah y Helena se inclinaron en una profunda reverencia. Helena, con una gracia natural, dejó que su cabello cayera suavemente sobre sus hombros, mientras Noah mantenía una postura firme y digna, encarnando la esencia del príncipe heredero que era.
El salón permanecía en un silencio absoluto, cada noble, sirviente y guardia contenían el aliento, incapaces de apartar la vista de la escena que se desarrollaba ante ellos. Noah y Helena, después de su reverencia, se mantuvieron erguidos, desafiando la tensión en el aire con una dignidad innata.
El Emperador, desde su trono, observaba a su hijo con una mirada penetrante. Durante un instante que se sintió como una eternidad, su atención se centró exclusivamente en Noah, evaluando cada detalle, cada aspecto de su presencia.
Los ojos del Emperador se estrecharon al notar un cambio sorprendente en su hijo. La joroba que durante años había marcado a Noah, el recordatorio visible de la maldición que había transferido a su heredero, ya no estaba allí. En su lugar, la figura de Noah se erguía alta y orgullosa, sin rastro alguno de la deformidad que una vez había sido su carga.
Un escalofrío recorrió la espalda del Emperador al darse cuenta de lo que esto significaba. La maldición que había intentado desviar, esa que una bruja enloquecida le había impuesto, parecía haberse debilitado en Noah. Solo quedaba la oscuridad en uno de sus ojos, un remanente de la maldición que no podía ignorarse. Pero la fuerza que Noah mostraba ahora, libre de la joroba, desafiaba el poder que alguna vez creyó absoluto.
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