El príncipe Noah observó a la condesa, molesto y avergonzado al mismo tiempo, puesto que sabía que las palabras de ella eran verdad, el príncipe jamás se había involucrado con la gente del imperio a excepción de los que habitaban en su territorio, y aun así, en lo único que se involucraba era en la defensa de este. Para que no hubiera pérdidas humanas o personas lastimadas por su negligencia, pero desde que había conocido a Helena se había dado cuenta de que él jamás había cuidado de nadie. Al verla a ella hacer todo para proteger a sus hermanos, al ver como actuaba alguien que realmente amaba y deseaba la felicidad y la protección de los demás, podía darse cuenta de que él jamás había actuado de esa manera por nadie del imperio. Noah jamás se había interesado en nadie, ya que los veía a todos como enemigos que lo habían abandonado y lo tallaban de monstruo por su aspecto, pero ahora, ahora, él deseaba cambiar eso. Deseaba proteger a tantas personas como pudiera, deseaba que ya más nadie sufriera lo que él había sufrido, la discriminación, el abuso y la soledad, deseaba poder darles un mejor hogar a aquellas personas que se sentían desesperadas, un lugar al cual ellos desearan pertenecer.
—He… Mi señora Condesa, ¿Qué está sucediendo aquí?, ¿Por qué habla de ese modo del príncipe Noah? —Pregunto Helena mientras fruncía el ceño, molesta al ver que la condesa estaba despreciando abiertamente al hombre que ella amaba.
—Helena, ya has despertado, vamos ven aquí, siéntate a mi lado, te traerán el desayuno de inmediato. —Respondió la condesa sin prestar atención a la pregunta de Helena.
Helena la observo por unos segundos y molesta la ignoro para caminar hacia el asiento de Noah y saludar a este con respeto, Noah al ver el rostro de Helena pudo notar de inmediato que ella se sentía molesta, así que para lograr calmarla alzo su mano acariciando el rostro de Helena con ternura delante de todos. “Con solo verla me siento mejor, la condesa tiene razón en lo que dice, pero ella no sabe de lo que soy capaz si se trata del futuro del imperio donde vive esta hermosa mujer y las personas que ella ama” pensó el príncipe mientras que Helena levantaba su mirada para verlo directamente a los ojos y regalarle una sonrisa llena de amor.
— ¿He?… Helena, vamos siéntate, debes tener hambre. —Volvió a hablar la Condesa, sintiéndose incomoda al notar los brillantes ojos de la hija que acababa de adoptar al mirar al príncipe que ella había despreciado.
Helena se sentó entre la condesa y el príncipe, sin dejar de mirar a este con gran cariño. La Condesa, que se sentía incrédula ante el príncipe que tenía en su presencia, no podía evitar dudar de sus creencias al notar la devoción de su hija y del duque, quien era un gran hombre, alguien leal, inteligente y que siempre pensaba en el bien del imperio.
—Helena, hoy debemos ir a comprar tu vestido para el banquete, así que, ¿Qué piensas en que vayamos juntas a la boutique? Así aprovechas de conocer un poco más de la capital. —Pregunto la condesa a Helena.
—Sí, claro, está bien su señoría. —Respondió Helena con respeto.
—Mamá, debes de llamarme madre, ya que tú ya te has convertido en mi hija, y debemos demostrar que somos familia a todos en el banquete, así nadie podrá despreciarte. —Dijo la condesa.
—Bien, entiendo… Madre. —Respondió Helena sin ninguna emoción en sus ojos.
Durante las horas siguientes, el duque salió con Noah para organizar mejor la guardia que usarían para el día del banquete. El duque necesitaba que el príncipe se ganara la confianza y respeto de los caballeros de la condesa, quienes los escoltarían al palacio, para la celebración de mayoría de edad del príncipe Kuzel
[Mientras tanto]
—Helena vamos, este lugar te va a encantar. —La condesa sostenía la mano de Helena y sonreía alegremente.
Helena solo se dejaba llevar por la condesa, esta había recorrido así toda la capital comprando joyas, vestidos y otros accesorios para Helena. La condesa, al igual que Helena, había crecido como plebeya siendo la única hija de una familia de comerciantes, al pasar los años ella se enamoró del conde y ambos se casaron a pesar de las críticas de otros nobles, pero luego de varios años juntos, descubrieron que el conde era estéril. La condesa, para evitar que se hablara mal del conde por no poder engendrar un hijo, prefirió llevarse ella la culpa, diciéndole a todos quienes la conocían que la infértil era ella, así nadie juzgaría al conde por su estado. La condesa amaba tanto a su esposo que no le importaba todo lo que el imperio hablaba de ella por no haber podido tener un hijo, ella prefería ser feliz con su gran amor al conde. Los años pasaron y decidieron que adoptarían un niño o una niña en el futuro, pero antes de que esto sucediera el conde murió, jamás se supo la causa exacta de su muerte, solo se pudo encontrar el carruaje de él en medio de un precipicio muy lejos de la ruta a la que se dirigía. La condesa, al sepultar a su esposo, no derramo ninguna lágrima, parecía una mujer completamente vacía y amargada, dedicada únicamente al bien del condado. Cuando el duque le hablo de Helena, la condesa no estaba segura de apoyarla, pero al saber un poco de la historia de ella se decidió. Esta joven era una plebeya al igual a como había sido ella en el pasado, y cada informe que le daba el duque sobre los progresos y gustos de Helena en sus cartas la hacían desear cada vez más conocerla, Helena podría ser esa hija que siempre había querido tener con su esposo. Al conocer a Helena por primera vez, y verla de cerca se convenció, Helena era hermosa, tierna, con una mirada gentil y muy educada, en ella se podía notar la amabilidad, pero también se veía claramente su inteligencia y astucia.
—Su señora, ¿a qué vinimos aquí? —Pregunto Helena frente a un gran restaurante.
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