Durante la siguiente noche Helena no podía detener su mente mientras daba vueltas en la cama pensando en el príncipe y aquella sirvienta, “¿Por qué me molesta tanto?, ella no pertenece al castillo, solo es una sirvienta del duque, ella no…” Helena seguía dando vuelta entre sus propios pensamientos cuando recordó las palabras del príncipe.
*—No, no tengo la intención que nadie más me sirva, ni se convierta en mi sirvienta personal, además de ti. —* Helena recordó las palabras del príncipe, cuando ella le había preguntado si él pensaba en que alguien más se convirtiera en su sirvienta.
Helena recordaba claramente las palabras del príncipe, pero aun así no podía evitar que aquella incomodidad que sentía abandonara su pecho.
Al día siguiente, Helena encontró aquella sirvienta nuevamente llevándole una merienda al príncipe, a pesar de que este ya se había servido el desayuno preparado por Helena. La joven sirvienta le pidió al príncipe que probara la comida, la cual había preparado ella con mucho esfuerzo, mostrándole así intencionalmente sus manos con cortes y quemaduras al cocinar. El príncipe, al ver a la joven con las manos heridas y pensando que esta era una sirvienta del duque y que era joven, casi de la misma edad que Helena, decidió aceptar la merienda. Al terminar de comer el príncipe comenzó a trabajar sin esperar que justo en ese momento un fuerte estruendo se escuchara en todo el castillo, el príncipe preocupado miro a Helena, la cual estaba sentada frente a él, ayudándolo a organizar los documentos.
— ¿Qué fue eso? —Se preguntó el príncipe colocándose de pie frente a su escritorio.
Helena, preocupada, pidió permiso al príncipe saliendo de la habitación para correr a buscar a sus hermanos, para así asegurarse que estos estuvieran bien debido a que eran demasiado pequeños y podrían asustarse. Al llegar a la habitación donde solían estar sus hermanos se dio cuenta de que dos de ellos no se encontraban en la habitación, Helena asustada y preocupada se dispuso a ir a buscarlos por el castillo, encontrándose así con Jessica en el pasillo de las habitaciones.
—Señorita Helena, que bueno que la encuentro, venía a dar aviso que vi a unos niños pequeños corriendo fuera, parecían estar alejándose del castillo, no estoy segura, estaban jugando mientras corrían en dirección a la montaña de las rocas. —Dijo Jessica mientras respiraba agitadamente y mostraba un rostro preocupado.
Al escuchar las palabras de la sirvienta Helena se preocupó, se sabía que las bestias habían estado merodeando el territorio en esos últimos días, por lo que era peligroso estar fuera sin escolta. Helena deseando que los niños no se hubieran ido muy lejos decidió correr lo más rápido que pudo afuera “Liam y Oliver son pequeños, no pueden haber ido muy lejos” pensaba Helena mientras corría afuera “Debería avisarle a los demás, pero solo lograré perder tiempo si comienzo a buscar gente para que me ayude” Helena corrió lo más rápido que pudo, pero no lograba ver a nadie.
—No, no creo, no pueden haber ido tan lejos. —Se susurró a sí mismo Helena mientras miraba la montaña rocosa que se encontraba detrás del castillo, la cual era conocida por estar invadida por lobos, bestias y animales salvajes.
Helena asustada al imaginar a los pequeños entrando en aquella montaña corrió sin importar el frío o si estaría en peligro, lo único que podía pensar, era en la seguridad de sus pequeños hermanitos, quien ella misma había rescatado del hogar de niños, donde ellos habían sido maltratados severamente. Cuando Helena conoció a Liam y Oliver, estos apenas tenían dos años, estaban desnutridos, sus pequeños cuerpos estaban cubiertos de heridas y cicatrices, muchas de ellas sin haber sido tratadas adecuadamente, provocando infecciones o malas cicatrizaciones. Liam y Oliver tenían miedo de las personas más grandes que ellos, incluso cuando fueron rescatados por Helena no podían estar cerca de ella sin temblar de miedo, era una marca en su memoria que jamás sería borrada por culpa de los adultos que los habían maltratado cuando apenas eran unos bebes e infantes.
—No puedo dejar que les pase algo, les prometí que siempre estaría para ellos, que siempre los protegería. —Se repetía una y otra vez Helena a sí misma en voz alta, tratando de ganar valentía y fuerza para seguir corriendo hacia la montaña rocosa.
La niebla que fría parecía nublar su vista, era difícil mirar hacia adelante, pero el amor por esos niños la empujaba a seguir, “No los dejaré solos, no puedo” pensaba Helena cuando un fuerte estruendo se escuchó nuevamente. Aquel ruido era provocado desde el interior de la montaña. Helena, asustada por la seguridad de los niños, corrió aún más fuerte entrando al interior de la montaña.
—Está demasiado oscuro aquí. —Dijo Helena mientras caminaba sintiendo como sus botas se mojaban por la humedad del interior de la cueva.
Gotas caían desde la parte superior de la cueva, provocando que el ruido de cada una de ellas se escucha en toda la cueva al caer en los charcos de agua en el suelo. Helena intentó caminar sin tropezar por la oscuridad cuando escucho unos sollozos a lo lejos y luego un fuerte grito se dejó oír.
— ¡Ayuda!, ¡Socorro hermana! —Se escuchó la voz de uno de los niños (Liam) mientras sollozaba y gritaba.
— ¡Hermana Helena, ayudarnos! —Se escuchó nuevamente otro grito proveniente del interior más profundo de la cueva, esa era la voz de su hermano (Oliver).
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