Capítulo 115
Como no podía oírle bien porque seguía cubriéndose la cara con las palmas de las manos, mi ira volvió a desatarse aunque ya se había aplacado antes. Agarré sus manos con las mías y se las quité.
“Si tienes algo que decir, entonces quítate las ma…”.
Pero no pude terminar la frase. Su rostro, que había permanecido oculto tras las manos, estaba empapado de humedad, como si le hubiera sorprendido la lluvia. Pero, por supuesto, no era de la lluvia.
Lágrimas transparentes caían sin cesar de sus ojos azules. Las gotas caían -una, dos- sobre su ropa y la mía.
“Lo siento mucho… Me equivoqué, cariño…”
“……”
Ni en el pasado ni en el presente… Nunca le había visto llorar. Era un hombre que nunca se quejaba de nada, y mucho menos lloraba, por brutal que fuera la situación a la que se viera abocado.
“Q-Qué debo hacer para, para recuperarte…”
Entonces, me quedé completamente sin palabras. El Ciel que yo conocía era un hombre frío, insensible y arrogante.
Y sin embargo…
“Voy a expiar por el resto de mi vida. Si quieres que me arrastre, me arrastraré por ti. Si quieres que ladre, lo haré por ti…”
Me cogió las muñecas con las manos mientras seguía sollozando y tartamudeando con sus palabras. Su fuerte apretón era extremadamente cálido. Levantó una de mis manos y la colocó sobre su mejilla.
Y, como si fuera su confesión más profunda, dijo,
“Lo siento. Lo siento tanto, tanto, por no decirte que te quiero cuando te quiero… Lo siento tanto, tanto, por dejarte sola con el pretexto de protegerte… Sacrificaste tu vida para salvarme, y aun así morí… Lo siento tanto…”.
A medida que esta serie de palabras salían de sus labios, su cuerpo fue perdiendo fuerzas. Se desplomó en el suelo y, cuando levantó la vista hacia mí, de sus ojos caían cada vez más lágrimas.
“Por favor…”
Con expresión lúgubre y desesperada, bajó la cabeza y me atrajo hacia sí. Con mi cara contra su pecho, sentí los fuertes latidos de su corazón.
Badumph, Badumph, Badumph.
Mientras las vibraciones de su pulso enviaban ondas a través de mí, continuó.
“Por favor, perdóname. No me borres de tu vida, cariño…”.
Sus palabras hicieron que se me cayera el corazón al suelo. Me conocía tan bien. Sabía exactamente cómo había intentado borrar el pasado de mi presente. No podía responder a sus palabras.
Al mismo tiempo, no podía negarme directamente, así que puse excusas e hice que mis padres decidieran por mí. Me engañaba a mí misma pensando que, si a mis padres no les gustaba, a mí tampoco me gustaría. Sabía que estaba muy celoso de Morgan, pero fingía no saberlo.
Pensé que sería el mismo hombre frío que yo conocía incluso desde antes de casarnos.
Así que, con todas mis fuerzas, hice la vista gorda a sus verdaderos sentimientos. Con todo tipo de excusas…
* * *
Ciel estrechó entre sus brazos el pequeño cuerpo de Irene, con tanta fuerza que se diría que era su salvavidas. Tenía la corazonada muy, muy fuerte de que si perdía este preciso momento ahora mismo, nunca podría tener otra oportunidad de ser perdonado de nuevo.
Se abrazó al cuerpo mucho más pequeño de Irene y no la soltó. Continuó susurrándole al oído, enterrando la punta de la nariz en su pelo.
“Me equivoqué, cariño… Por favor… ¿No puedes darme una oportunidad? No volveré a hacerte daño. Lo haré bien de ahora en adelante… ¿Hm? Por favor…”
Le ofreció sus más sinceras disculpas, pero Irene, entre sus brazos, no dijo nada. Preocupado por su falta de reacción, se apartó ligeramente de ella.
Cuando bajó la cabeza para quedar a la altura de sus ojos, sus miradas se encontraron. Sintió un escalofrío cuando sus ojos verdes le miraron directamente. Era como si hubiera entrado en un bosque fresco y verde.
Siempre había existido esa fuerza en sus ojos. Consiguió soportar todo lo que le ocurrió en el pasado porque confiaba en su fuerza.
E incluso ahora, no era tan diferente. Su mirada silenciosa hizo surgir un coraje desconocido que dormía en su interior. Aunque tenía miedo, una mirada a su rostro bastaba para superarlo.
Aunque estaba lleno de pensamientos de que ella podría alejarlo, lentamente se inclinó más hacia ella. Enfrentado a su mirada, tan firme como ella lo miraba, así, tomó sus labios sobre los suyos.
Sólo se tocaron ligeramente, pero pronto sintió una profunda sensación de felicidad y satisfacción.
“Haa…”
Y cuando un suspiro de satisfacción salió así de sus labios, sus gráciles labios se entreabrieron.
“…Todavía no puedo confiar en ti”.
Al oír que sus palabras no llevaban detrás ninguna firme convicción, Ciel sonrió.
Cierto. Sigues siendo tan dulce como siempre.
Recordaba cómo su esposa mostraba una amabilidad tan tierna, sin que su semblante traicionara una sola expresión. Era muy consciente de que muchos otros Espers querían tenerla para ellos.
Aunque lo sabía, era un hombre egoísta. Nunca se le pasó por la cabeza la idea de dejarla marchar.
Incluso ahora. Por lo tanto, se dio cuenta de la apertura en las defensas de Irene en este momento.
“No importa si no puedes confiar en mí ahora. Hasta que vuelvas a confiar en mí, nunca me apartaré de tu lado”.
Así, sabiendo que su mujer era siempre tan amable y tan gentil, pronunció el conjuro de un hechizo que sabía que ella no podría resistir.
“Necesito que me guíes, Irene”.
Como si fuera un niño, suplicó y gimoteó.
“Irene, necesito…”
Se interrumpió y no especificó qué era lo que realmente necesitaba. Con sus habilidades sobre el viento, hizo flotar a Irene en el aire, y agarró el pie pálido y fino que asomaba a través de su camisón y lo acarició con la mejilla.
Entonces, Irene murmuró en voz baja.
“No…”
La visión de sus mejillas enrojeciendas por la vergüenza fue suficiente para volverlo loco de amor. Mientras se encontraba en este estado, tuvo el presentimiento de que su locura debía ser evidentemente visible en sus ojos en este momento.
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