La ironía era sorprendente. Había escapado del orfanato, creyendo que estaba encontrando su propio refugio, solo para terminar en el mismo lugar que su madre había habitado antes de morir. “La gente del pueblo la llamaba bruja, pero aun así, ella ayudó a muchos antes de morir, pero nadie supo agradecerle.” Era una mujer que había hecho todo lo posible para proteger a su hija, incluso si eso significaba dejarla.
Helena sintió una mezcla de orgullo y tristeza; su madre había sido fuerte y valiente, una figura cuya historia solo ahora comenzaba a comprender.
Agotada por el peso de los descubrimientos, Helena se dejó caer en la cama. Aún aferraba los documentos junto a ella, como si no quisiera soltarlos, como si temiera perder nuevamente esa conexión con su pasado. Poco a poco, sus pensamientos se desvanecieron mientras el cansancio la envolvía, llevándola a un sueño profundo.
La tarde pasó sin que Helena se moviera. Su respiración era tranquila, pero su expresión reflejaba el eco de sus emociones, incluso en sus sueños.
Alguien llamó a la puerta de su habitación, pero Helena no lo escuchó. Siguió dormida, inmersa en su descanso. La puerta se abrió lentamente, y Noah entró con pasos silenciosos. Al verla durmiendo, se acercó a la cama con cuidado, sus ojos fijos en ella. El leve movimiento de su pecho al respirar, el modo en que se aferraba a los documentos, todo le parecía cargado de una fragilidad que no solía ver en Helena.
Con suavidad, se sentó a su lado en la cama. La observó durante unos segundos, su rostro relajado mientras dormía, y no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa. Con ternura, levantó una mano y acarició el cabello de Helena, moviendo con cuidado algunos mechones que caían sobre su rostro.
Dio un pequeño suspiro, su mente, regresando a los pensamientos que lo habían acompañado durante tanto tiempo. “Parece que ya te has enterado,” pensó Noah, con una mezcla de alivio y melancolía.
Noah siempre había sospechado que Helena pertenecía al pueblo de Bavedor, ese legendario clan de mujeres con dones especiales. La certeza comenzó a formarse en su mente el día que ella le salvó la vida en la cueva, transfiriendo sus heridas a su propio cuerpo. Era un acto que coincidía con los antiguos relatos que había leído sobre las “brujas” de Bavedor.
Desde pequeño, Noah había pasado gran parte de su vida en el castillo, aislado, refugiándose en el estudio y en la lectura. Había aprendido sobre aquel pequeño pueblo oculto en el bosque, donde las mujeres eran conocidas por sus poderes únicos, capacidades que el imperio veía con temor y desprecio. Las llamaban “brujas,” pero sus habilidades eran mucho más que supersticiones; eran dones raros y extraordinarios, profundamente ligados a la naturaleza.
Noah no tenía pruebas concretas, pero las piezas encajaban demasiado bien. Desde que Helena había mostrado aquella habilidad en la cueva, sus sospechas sobre su origen se habían vuelto cada vez más claras. Sin embargo, no se había atrevido a hablar de ello. No quería arriesgarse a confundirla más, ni a herirla con conjeturas que pudieran resultar erróneas. Prefería esperar, dejando que ella descubriera la verdad a su propio ritmo, sin añadirle el peso de sus propias suposiciones.
Helena se movió ligeramente en la cama, su sueño comenzando a desvanecerse al sentir el toque suave de la mano de Noah sobre su mejilla. Abrió los ojos lentamente, encontrando la mirada cálida de él, que la observaba con ternura.
—Noah… —murmuró, su voz aún adormilada—. ¿Qué haces aquí?
Noah sonrió, dejando que su mano se deslizara con suavidad hasta apartar un mechón de cabello del rostro de Helena.
—Vine a verte y asegurarme de que estabas bien —respondió con tranquilidad, su voz suave llenando el silencio de la habitación. Luego, sin soltar la mirada, continuó—. También quería avisarte que en dos días debemos partir para participar en la competencia de caza del imperio. Habrá varios nobles allí, y debo asistir junto al duque.
Helena parpadeó, tratando de despejarse del todo mientras asimilaba las palabras de Noah. Había oído hablar de esa competencia antes; un evento anual en el que participaban muchos nobles, una ocasión para demostrar habilidades y forjar conexiones. Se incorporó ligeramente en la cama, mirando a Noah con curiosidad.
—¿Una competencia de caza? —preguntó, ajustando su postura para estar más cómoda—. Entonces… ¿Tú vas a participar?
Noah asintió, con una expresión que mezclaba seriedad y calma.
—Sí, es importante. No solo es una tradición, sino una oportunidad para fortalecer lazos con otras casas nobles. Y aunque no me guste mucho, es necesario.
Helena asintió lentamente, recordando algo que había escuchado sobre esas competencias. Las señoritas solían entregar cintas o pañuelos bordados a sus parejas o seres queridos, como símbolo de apoyo y buena suerte. Pensó en esa costumbre, y una pequeña sonrisa asomó a sus labios. “¿Qué podría darle a Noah?”, se preguntó, mientras una idea se formaba en su mente.
“Una cinta morada, que se asimilara al color de su cabello”, pensó. Algo elegante, pero discreto, que pudiera llevar consigo durante el evento. Imaginó una cinta con el nombre de ambos bordado con cuidado, un símbolo que representara la conexión que compartían y que pudiera acompañarlo durante la competencia. La idea la llenó de una calidez inesperada, y la determinación creció en su interior.
—Noah, ¿estarás bien si voy a verte competir? —preguntó, con un tono casual, pero curioso, mientras sus pensamientos seguían girando en torno a su idea.
Noah la miró con sorpresa, pero su expresión se suavizó al ver la sinceridad en sus ojos.
—Por supuesto, Helena. Me sentiría muy feliz si estuvieras allí —respondió, sin poder evitar que una sonrisa apareciera en sus labios. Aunque sus palabras eran simples, había algo más profundo en ellas; una especie de alivio al saber que ella deseaba estar a su lado, incluso en momentos que él consideraba complicados.
Helena asintió, con una pequeña sonrisa que ocultaba la emoción que sentía por dentro. Ya sabía lo que debía hacer. En cuanto tuviera un momento libre, se aseguraría de comenzar a preparar esa cinta, algo que pudiera entregarle a Noah antes de que partieran para la competencia. “Será morada, y tendrá nuestros nombres juntos… como una promesa”, pensó, sintiendo que ese pequeño gesto era mucho más que un simple adorno.
Noah notó el brillo en los ojos de Helena, y su corazón se llenó de calidez. Se acercó un poco más y le sonrió.
—Es tarde, Helena. Deberías descansar —dijo suavemente—. Voy a pedirle a una sirvienta que te traiga algo ligero para comer, y que prepare un baño relajante para ti. Así podrás dormir tranquila esta noche.
Helena asintió, agradecida por el cuidado de Noah, mientras él la observaba con una expresión que mezclaba ternura y preocupación. Aunque trataba de ocultarlo, Noah aún sentía el peso de la angustia que había vivido durante esos días en los que Helena había estado inconsciente tras desmayarse en el banquete del palacio. El miedo que sintió al ver que no despertaba, la impotencia de no poder hacer nada por ella, seguían latentes en su mente, recordándole cuán frágil podía ser la vida.
Se inclinó hacia ella, y con un gesto lleno de cariño, le dio un tierno beso en la frente. Sus labios se posaron suavemente sobre su piel, como si con ese contacto pudiera transmitirle toda la calidez y protección que sentía hacia ella.
—Descansa bien, Helena —susurró, antes de apartarse lentamente y dirigirse hacia la puerta.
Helena lo observó salir, sintiendo una mezcla de tranquilidad y seguridad. Sabía que Noah siempre estaba a su lado, velando por ella, y eso le daba la paz que tanto necesitaba.
Poco después de que Noah se marchara, una sirvienta tocó a la puerta y entró con una bandeja de comida. Colocó la bandeja sobre una pequeña mesa junto a la cama de Helena, que contenía una selección de frutas frescas, un poco de pan suave y una sopa ligera, perfecta para antes de dormir.
—Su alteza ha pedido que le trajera algo ligero para comer, señorita Helena —dijo la sirvienta con una reverencia, su tono respetuoso y atento.
—Gracias —respondió Helena, sonriendo mientras tomaba un trozo de fruta y comenzaba a comer.
La sirvienta, después de asegurarse de que Helena se sentía cómoda, se dirigió al baño para prepararlo. Poco después, el aroma de esencias relajantes y pétalos frescos llenó la habitación. La sirvienta había dispuesto el agua con cuidado, añadiendo pétalos de flores y aceites aromáticos que flotaban en la superficie, creando un ambiente de serenidad.
—El baño está listo, señorita Helena —anunció la sirvienta con una leve sonrisa—. Espero que pueda descansar bien esta noche.
Helena agradeció con un suave asentimiento. Se acercó al baño, sintiendo cómo la calidez del agua y el aroma dulce de las esencias la envolvían, aliviando las tensiones de su cuerpo y su mente. Mientras se sumergía en el agua, se permitió cerrar los ojos y dejar que sus pensamientos se desvanecieran, al menos por un momento. Era una noche que necesitaba calma, después de todo lo que había descubierto y procesado ese día.
Al salir de la bañera, Helena se envolvió en una suave toalla y se dirigió hacia su cama, pero antes de acostarse, un pensamiento cruzó su mente. Giró hacia la sirvienta, que aún estaba en la habitación.
—¿Podrías traerme una hoja de papel, una pluma y el tintero? —pidió Helena con amabilidad—. Me gustaría escribir una carta antes de dormir.
—Por supuesto, señorita Helena —respondió la sirvienta con una reverencia antes de salir para cumplir con su pedido.
Mientras esperaba, Helena se cambió a su camisón de dormir, disfrutando de la suavidad del tejido contra su piel. Minutos después, la sirvienta regresó y dispuso el papel, la pluma y el tintero sobre el escritorio con cuidado.
—Todo está listo, señorita —anunció la sirvienta antes de retirarse en silencio, dejándola a solas.
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