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Me convertí en la sirvienta del príncipe olvidado (Novela) – Capitulo 69

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Después de terminar la conversación, Helena sintió que necesitaba distraerse, procesar todo lo que había escuchado y encontrar alguna forma de ayudar. Se giró hacia la condesa, quien parecía haber notado su inquietud.

—Su señoría, si me lo permite, me gustaría usar la biblioteca de la mansión. Hay algo que quiero investigar —pidió Helena, manteniendo una voz tranquila, aunque en su interior había una mezcla de curiosidad y ansiedad.

La condesa le sonrió de manera comprensiva, asintiendo.

—Por supuesto, querida. Estás en tu hogar, puedes ir cuando lo desees —respondió suavemente, pero su mirada aún seguía atenta a Helena, como si quisiera asegurarse de que estuviera realmente bien.

Helena hizo una pequeña reverencia en agradecimiento y salió del salón, dirigiéndose a la biblioteca de la mansión. Al entrar, el olor a libros antiguos y el silencio del lugar le brindaron una extraña calma. El sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando el polvo en el aire mientras caminaba entre los estantes, buscando cualquier indicio sobre su pueblo de origen.

Finalmente, encontró un libro que parecía contener información sobre regiones y pueblos olvidados del imperio. Sus dedos recorrieron el lomo del libro antes de tomarlo y sentarse en una pequeña mesa. Abrió el volumen con cuidado, notando lo frágiles que eran las páginas. La ansiedad creció en su pecho mientras buscaba la sección que mencionara Bavedor.

Sus ojos se posaron en un párrafo breve, casi escondido entre descripciones de otros pueblos.

Bavedor, un pequeño pueblo en medio de un denso bosque, con una población de entre doscientas y trescientas personas. Era conocido por la calma y el silencio de sus bosques, y por las mujeres que nacían con ciertos dones peculiares. Algunas de ellas eran conocidas como “brujas” en el imperio, debido a los poderes extraños que desarrollaban. No todas las mujeres de Bavedor poseían esos dones, pero las que lo hacían eran temidas y respetadas por su capacidad para controlar la naturaleza y otros aspectos misteriosos del mundo. Vivían en paz, apartadas del resto del imperio.

Helena frunció el ceño mientras leía, sintiendo una mezcla de desconcierto y frustración. “¿Eso es todo?”, pensó, pasando las páginas con más rapidez, buscando algo más que pudiera darle pistas sobre su pasado. Sin embargo, las siguientes líneas solo hablaban de trivialidades sobre el estilo de vida del pueblo: cómo amaban la naturaleza, sus celebraciones sencillas y su respeto por el equilibrio natural. Nada más que pudiera ayudarla a entender lo que realmente había ocurrido o quiénes eran las mujeres que compartían esos dones.

Helena suspiró, cerrando el libro con cuidado, su mente aun girando en torno a las escasas pistas que había encontrado. “Brujas… siempre las llamaron así, pero no parece haber más información sobre ellas”, pensó, sintiendo que el misterio sobre su propio origen seguía sin resolverse.

En ese momento, escuchó unos pasos acercándose. Al levantar la vista, vio al duque entrando en la biblioteca. Su porte siempre imponente, pero ahora con una expresión más relajada, la observaba con curiosidad.

—Helena, ¿qué estás leyendo? —preguntó el duque, con un tono de interés mientras se acercaba.

Helena sonrió levemente y levantó el libro.

—Estoy intentando encontrar más información sobre mi pueblo, Bavedor… pero apenas se dice algo. Solo mencionan que era un lugar pequeño, y que algunas mujeres nacían con poderes, las llamaban brujas —explicó, cerrando el libro mientras lo colocaba sobre la mesa.

El duque asintió, pero en lugar de continuar la conversación sobre el libro, sacó un documento que llevaba en la mano. No era extenso, pero su apariencia indicaba que tenía cierta importancia.

—Tal vez esto te interese más —dijo, extendiendo el documento hacia ella—. Lo encontré hace poco, y creo que puede tener alguna relación con lo que estás buscando.

Helena sintió una chispa de emoción recorrerla al recibir el documento. El duque lo dejó en sus manos, y ella notó la seriedad en su mirada.

—Gracias, su alteza —respondió Helena, sintiendo que ese pequeño gesto podía ser el comienzo de respuestas que tanto deseaba.

Sin más, el duque se despidió con un ligero movimiento de cabeza y salió de la biblioteca, dejándola sola con sus pensamientos y el documento en las manos. La puerta se cerró tras él con un suave clic, y el silencio del lugar envolvió a Helena, dándole la sensación de que el mundo exterior había desaparecido por un momento.

Al verlo marcharse, una oleada de curiosidad la invadió. Miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie observándola. Con manos temblorosas, abrió el documento, su corazón latiendo con fuerza. En la primera hoja, una palabra resaltó en letras grandes: Investigación de Bavedor, subtitulada La ciudad de las brujas.

El aliento se le cortó al leer esas palabras. Se levantó de su asiento, el documento firmemente aferrado en sus manos. La emoción y la urgencia la llevaron a actuar rápidamente. Miró a su alrededor una vez más, asegurándose de que la biblioteca estaba vacía, y luego se dirigió rápidamente hacia su habitación, ansiosa por leer el contenido sin que nadie la interrumpiera.

Al llegar a su habitación, cerró la puerta tras de sí rápidamente, sintiéndose aliviada por la privacidad. Se sentó en la cama y desplegó el documento, sintiendo una mezcla de nerviosismo y anticipación. Lo que había encontrado podría ofrecerle respuestas sobre su pasado y su conexión con Bavedor, un lugar que parecía estar envuelto en un velo de misterio.

Informe sobre el pueblo de Bavedor

Introducción: Bavedor fue un pueblo pacífico de 200 a 300 personas, oculto en un bosque y conectado profundamente con la naturaleza. Algunas mujeres, bendecidas por la diosa Eilora, poseían dones especiales que las convirtieron en blanco de persecución por parte del imperio, que las consideraban “brujas”.

Conexión con Eilora: Las mujeres de Bavedor eran bendecidas por la diosa Eilora, quien les otorgaba poderes como la comunicación con animales, el control de elementos y la capacidad de sanar. Su habilidad más sagrada era la de transferir el dolor de seres amados a sus propios cuerpos, un acto de sacrificio y amor. Las maldiciones, sin embargo, estaban prohibidas por la diosa; lanzar una maldición condenaba su alma y causaba su muerte.

El conflicto con el Imperio: El emperador, temeroso del poder de las mujeres de Bavedor, las declaro herejes bajo la influencia de la iglesia. Esto condujo a la destrucción total del pueblo y a la muerte de casi todos sus habitantes.

Informe adicional: La pareja que escapó: Se reporta que, días antes de la purga, una mujer de cabello morado y ojos rosados escapó con su esposo. Ella ayudó a un pueblo fronterizo con medicinas, pero tras la muerte de su esposo, envejeció rápidamente y fue llamada “bruja”. Poco después de su muerte, una niña con cabello morado y ojos azules apareció en la puerta de un orfanato en el mismo pueblo.

Conclusión: La destrucción de Bavedor dejó un legado de misterio. Aunque su gente fue casi aniquilada, los rumores sobre una sobreviviente y una niña en la frontera alimentan la esperanza de que el linaje de Bavedor no ha desaparecido por completo. La información aquí adquiera, solo es de conocimiento del duque Hurelbad.

Helena sintió una punzada de tristeza al leer la conclusión del informe. Sabía que su pueblo había sido destruido, lo había visto en sus sueños, en aquellas terribles visiones de fuego, muerte y gritos. Sin embargo, leerlo en un documento oficial lo hacía más real, más palpable. El dolor y la desesperación de la gente de Bavedor, al saber que serían aniquilados por el imperio, debía haber sido aterrador.

Cerró los ojos por un momento, intentando calmar la oleada de emociones que la invadían. El eco de la masacre resonaba en su mente, pero algo más llamó su atención, algo que hizo que su corazón diera un vuelco. La mención de la mujer que escapó… la mujer que dejó una niña en la puerta de un orfanato.

“Esa niña.”. Los pensamientos de Helena se entrelazaban rápidamente, atando los cabos. Se levantó de golpe, como si la verdad la hubiera golpeado con fuerza. Esa niña era ella. Y la mujer que envejeció rápidamente, llamada “bruja” por la gente del pueblo, no era otra que su madre.

El aire se sintió pesado de arrepentimiento, y su pecho se apretó con una mezcla de dolor y revelación. “Mi madre…” pensó Helena, sintiendo una conexión que siempre había estado allí, pero que nunca había comprendido del todo. Esa mujer que la gente del pueblo llamaba bruja, la que había envejecido rápidamente, no era otra que su madre. “La dueña de la cabaña…” La verdad se abría paso en su mente, trayendo consigo una ola de tristeza y añoranza por una figura que había perdido sin siquiera conocerla realmente.

Las piezas finalmente encajaron. Esa mujer, la que vivió en la cabaña en el bosque, era la misma que había dejado a Helena en la puerta del orfanato, siendo solo un bebé. “Ella sabía que iba a morir”, pensó Helena, sintiendo el peso de aquel sacrificio. Al debilitarse y envejecer de un día para otro, había tomado la decisión más difícil: dejar a su hija en el orfanato para salvarla, para asegurarse de que tuviera una oportunidad de vivir, lejos del peligro que ella misma no podría evitar.

Helena se dejó caer sobre la cama, aferrando el documento contra su pecho. Un nudo se formó en su garganta mientras intentaba procesar la verdad que acababa de descubrir. Su madre había sacrificado todo, incluso el consuelo de tenerla cerca, para darle una oportunidad de vivir. “Me dejo en ese orfanato para salvarme”, pensó Helena, y aunque quería llorar, las lágrimas no llegaban. Sabía que debía ser fuerte, que ahora más que nunca debía honrar el sacrificio de su madre y el legado de su pueblo. “Toda mi vida he estado buscando respuestas, y ahora que las tengo, el vacío al descubrir esto, parece más grande. Siempre pensé que ella, que mis padres biológicos me habían abandonado porque no me amaban, pero no fue así”.

Cerró los ojos y recordó aquellos días en la cabaña, junto a los niños que escaparon del orfanato con ella, niños que ahora consideraba sus hermanos. Habían huido juntos, buscando un lugar donde sentirse seguros, y sin saberlo, habían encontrado refugio en la casa que una vez perteneció a su madre.

“Esa cabaña era de ella, ella vivió allí,” pensó Helena, y el descubrimiento la dejó sin aliento. “Sin saberlo, regresé al hogar que mi madre había dejado atrás.”

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