—¿Qué es lo que ha ocurrido? —preguntó Helena, su voz, apenas un susurro mientras un escalofrío recorría su espalda.
Fue el duque quien respondió, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si el peso de lo que iba a decir fuera demasiado grande para sostenerlo.
—Cada vez que una joven desaparece, al poco tiempo aparece una caja en la puerta de la mansión de su familia. Dentro de esas cajas, encuentran mechones de cabello… el cabello de las jóvenes desaparecidas, cubierto de sangre y con pequeños trozos de piel aún pegados a ellos —explicó, con una gravedad que heló la atmósfera del comedor.
Helena contuvo la respiración por un instante, sorprendida y horrorizada por lo que escuchaba. La imagen de aquellas cajas, tan macabra, hizo que su corazón se contrajera.
—No podemos ignorar que todo esto comenzó tras el banquete —continuó la condesa—. Y aunque no queremos alarmarte, necesitamos que entiendas la gravedad de la situación. Los rumores han empezado a correr, y hay quienes temen que pueda haber una conexión con lo que ocurrió esa noche en el palacio.
—¿Y creen que pueda estar relacionado con Noah? —preguntó Helena, casi sin querer decir las palabras en voz alta, temiendo la respuesta.
—No estamos seguros de nada aún, pero algunos podrían pensar eso si no encontramos una explicación rápida —admitió el duque, sus ojos reflejando la seriedad de la situación—. Es por eso que estamos haciendo todo lo posible para investigar y detener lo que está ocurriendo. Pero, Helena, necesitamos tu ayuda. Si hay algo que recuerdes del banquete, algo que pareciera fuera de lugar, cualquier detalle podría ser crucial para entender qué está sucediendo.
Helena se quedó en silencio, su mente retrocediendo al día del banquete, intentando encontrar alguna pista que pudiera ayudar. Las palabras del duque y la condesa la hicieron sentirse más conectada a ellos, como si estuvieran pidiendo su colaboración no solo por el bien de Noah, sino para proteger a todos.
—No sé si recuerde algo que pueda ser útil, pero pensaré en ello. Esto… esto es horrible, y haré lo que pueda para ayudar —dijo finalmente, su voz temblando un poco pero cargada de determinación.
El duque y la condesa intercambiaron una mirada antes de que la condesa sacara de un sobre dos hojas, colocándolas cuidadosamente sobre la mesa frente a Helena. En ellas había información escrita, junto con pequeños retratos de las jóvenes desaparecidas. Helena tomó las hojas y comenzó a examinarlas, sus ojos recorriendo las imágenes con detenimiento.
—Estas son las víctimas de las desapariciones —dijo la condesa, su tono grave—. Queríamos que las vieras porque asistieron al banquete, y pensamos que tal vez las recuerdes.
Helena miró la primera hoja. Mostraba el retrato de una joven de cabello castaño rizado, con ojos verdes y una expresión serena. Su nombre, escrito elegantemente, era Halina, hija del conde Raver.
—Halina, sí… la recuerdo —murmuró Helena, sus dedos rozando la hoja—. Estaba con su padre, el conde Raver. Recuerdo que él tuvo una pequeña conversación con Noah esa noche.
—Es cierto —confirmó el duque—. Halina era la hija de una figura noble muy respetada. Desapareció tras salir de su mansión en la mañana, se dirigía a una fiesta de té con amigas, pero nunca llegó a su destino. Fue la primera en desaparecer.
Helena asintió, su mente regresando al banquete, recordando a la joven Halina, con su presencia tranquila y la forma en que se relacionaba con su padre.
La condesa extendió la siguiente hoja, que mostraba a una joven de cabello rojo brillante y ojos azules. Firina, hija de un vizconde, de 19 años. Helena reconoció a la joven de inmediato, no solo por su apariencia llamativa, sino porque recordaba haberla visto en más de una ocasión durante la noche del banquete.
—Firina… sí, la recuerdo también. Siempre estaba rodeada de nobles de alto estatus, y recuerdo que trató de acercarse a los príncipes Kuzel y Kelim esa noche, pero ellos la evitaron —dijo Helena, evocando la imagen de la joven mientras intentaba captar la atención de los príncipes.
—Eso concuerda con lo que sabemos —respondió el duque, su rostro tenso—. Firina fue vista por última vez saliendo de una casa de subastas. Después, subió a un carruaje, y no se volvió a saber de ella. Fue la segunda en desaparecer.
Helena bajó la mirada, sintiendo un nudo en el estómago. Firina tenía un carácter extrovertido, y aunque algunos la consideraban demasiado insistente, nadie merecía un destino como ese.
La condesa giró la tercera hoja, mostrando a la última víctima: Cathira, una joven de 17 años con cabello castaño rojizo y ojos morados. Su expresión en el retrato era alegre, casi juguetona.
—Cathira… —susurró Helena, recordando a la joven de sonrisa fácil—. Ella no vestía como las otras, su ropa era más modesta. Me parece que la vi cerca de las mesas, pero no interactuó con muchos.
—Es correcto. Cathira era hija de un barón, cuya familia perdió toda su fortuna. Aunque aún conservaban el título, vivían con lo justo —explicó la condesa—. Desapareció al dirigirse a la biblioteca. No tenía escoltas, así que no hay testigos de lo que ocurrió en su último trayecto. Fue la tercera en desaparecer.
Helena tragó saliva, sintiendo la gravedad de la situación. Tres jóvenes nobles, cada una con una historia diferente, pero con un destino similar. Halina, la primera, vista por última vez camino a una fiesta de té. Firina, la segunda, desaparecida tras visitar una casa de subastas. Y Cathira, la tercera, perdida sin dejar rastro mientras iba a la biblioteca.
—Nadie ha visto ni escuchado nada en cada una de estas desapariciones —dijo el duque, rompiendo el silencio que se había instalado en la habitación—. Y los mensajes que llegan con las cajas… el cabello ensangrentado… Es una advertencia clara de que alguien está disfrutando al seguir esta clase de juego macabro con las familias de las víctimas.
Helena no pudo evitar sentirse inquieta. Las desapariciones, las cajas macabras, los rumores que corrían entre las familias nobles… Todo apuntaba a algo más grande y siniestro.
La condesa, con la preocupación claramente dibujada en su rostro, se inclinó ligeramente hacia adelante, su mirada fija en Helena.
—Debemos encontrar quién está detrás de esto antes de que más jóvenes desaparezcan —dijo, pero había algo más en su tono, una urgencia que no había mostrado antes. Su mirada, profunda y cargada de preocupación, se mantuvo en Helena por un momento más—. No solo me preocupa lo que está ocurriendo en el imperio. Lo que más me preocupa es tu seguridad, Helena.
Helena parpadeó, sorprendida por la intensidad en las palabras de la condesa.
—¿Mi seguridad? —preguntó, tratando de comprender.
La condesa esbozó una leve sonrisa, pero sus ojos no perdieron ese brillo de inquietud.
—Sí, querida. Todas las víctimas hasta ahora han sido jóvenes nobles, y todas tenían entre quince y veinte años. Tú también estás en esa misma edad… y en tiempos como estos, no puedo evitar sentirme un poco ansiosa—dijo, con una suavidad que casi disimulaba la ansiedad en su voz—. Es natural preocuparse, ¿no crees?
El silencio que siguió fue pesado, lleno de una verdad que Helena no había considerado hasta ese momento. Había estado tan concentrada en las desapariciones y el misterio detrás de ellas que no había pensado en el peligro real que esto representaba para ella misma. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda al darse cuenta de que la preocupación de la condesa no era solo por las jóvenes desaparecidas, sino también por ella.
—Noah y el duque también están al tanto de esto, y hemos incrementado la seguridad en la mansión, pero aun así… —la condesa hizo una pausa breve, como si considerara sus palabras antes de continuar—. Quiero que estés atenta, eso es todo. Sé lo difícil que puede ser, pero te agradecería si eres un poco más cautelosa desde ahora.
Helena asintió lentamente, consciente de que lo que estaba ocurriendo era mucho más peligroso de lo que imaginaba al principio. No podía quitarse de la cabeza la imagen de esas cajas, y sabía que tendría que hacer todo lo posible para ayudar a detener este horror antes de que fuera demasiado tarde. Por un momento, sintió el peso de la responsabilidad y el miedo que cargaban aquellos que la rodeaban, y se prometió a sí misma que encontraría una manera de ayudar a poner fin a esa pesadilla.
—Entiendo, su señoría. Gracias por su preocupación —dijo Helena, con una voz más firme de lo que esperaba—. Haré todo lo que esté en mi mano para poder ayudar, y también seré cuidadosa. No dejaré que me suceda nada… ni a mí ni a las personas que me importan.
La condesa la observó por un momento, y luego asintió con una leve sonrisa, aunque sus ojos aún reflejaban la preocupación.
—Gracias, Helena. Saber que estás dispuesta a luchar y a protegerte me da algo de consuelo… pero no puedo evitar pensar que necesito cuidarte más desde ahora.
Helena notó el temblor en la voz de la condesa, una vulnerabilidad que no solía mostrar. Su expresión era suave, pero había una sombra de miedo en sus ojos, una emoción que no lograba ocultar por completo. Helena apretó los labios por un momento, comprendiendo la profundidad de su preocupación. “No quiero ser una carga para ella”, pensó, sintiendo el peso de la responsabilidad.
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