—¡Harvey, ya tengo listos a los niños! ¿Vamos? —preguntó Iris al salir de la cueva, con sus manos llenas, sosteniendo cuidadosamente a sus cuatro pequeños polluelos, nacidos hace apenas unos días. La fragilidad y pureza de sus hijos le llenaban el alma de una ternura que era casi indescriptible, y no podía evitar sonreír cada vez que los veía.
—Bien, yo ya terminé de hablar con el nuevo líder. Vamos. Shuu nos guiará desde el cielo, él se encargará de los polluelos. Tú vendrás conmigo esta vez —respondió Harvey, mientras su figura cambiaba majestuosamente, transformándose en un jaguar imponente. Sus ojos, aun en forma animal, irradiaban amor y protección hacia Iris.
Iris, con una sonrisa suave, subió con destreza sobre su lomo. Acariciaba su pelaje mientras sentía la fuerza de los músculos de Harvey moverse bajo ella. Ese momento, con el viento acariciando su rostro y el calor de su compañero bajo su cuerpo, le hacía sentirse invencible. Mientras tanto, Shuu se alzaba en los cielos, llevando a los polluelos en una canasta, su figura elegante surcaba el aire con la precisión y destreza que lo caracterizaba.
El viaje duró varias horas, durante las cuales Iris observaba el paisaje cambiar lentamente. Montañas, ríos y vastos campos desfilaban ante sus ojos, pero lo único en lo que ella podía concentrarse era en sus propios pensamientos. ¿Estarían seguros en su nuevo hogar? ¿Sería este el lugar donde finalmente podrían encontrar la paz? Cada vez que las dudas emergían, bastaba con mirar a Harvey o a sus hijos para disiparlas.
Finalmente, tras horas de viaje, llegaron al lugar que Shuu les había indicado anteriormente. La vista era simplemente impresionante. Frente a ellos se encontraba una laguna cristalina, bordeada por una pequeña cascada que caía con un murmullo suave, casi hipnótico. Alrededor, una pradera se extendía en todas direcciones, cubierta de flores silvestres de colores vibrantes. El aire estaba impregnado con el dulce aroma de la naturaleza, y todo parecía casi irreal, como un paraíso escondido.
—Llegamos —anunció Shuu desde el cielo, aterrizando con gracia frente a ellos.
—Este lugar está completamente aislado —dijo mientras señalaba los densos arbustos espinosos que rodeaban el área—. Es casi imposible llegar aquí desde el suelo, pero desde el cielo, se puede ver una entrada segura.
Iris bajó del lomo de Harvey, dejando que sus pies descalzos sintieran la suavidad de la hierba. El verde intenso del pasto le hacía sentir una conexión profunda con la tierra. Mientras observaba cómo sus hijos pequeños, ya en forma de jaguares, corrían libres por la pradera, su corazón se llenó de una sensación de plenitud. Este lugar no solo era hermoso, sino que representaba un nuevo comienzo. Kathy y Camila, que habían viajado con ellos, también soltaron a sus cachorros, permitiéndoles correr y jugar junto a los hijos de Iris. Todo el ambiente estaba lleno de risas y alegría.
Iris miró a su alrededor, imaginando cómo sería su vida allí. “Este lugar es perfecto… tan grande y seguro. Los niños tendrán espacio para correr y jugar. Incluso si tenemos más hijos, estoy segura de que podremos vivir tranquilos aquí”, pensaba, mientras sentía el viento acariciar su rostro. Aun así, la batalla contra los Yumaf le había dejado cicatrices profundas, y aunque el peligro inmediato parecía haber desaparecido, sabía que nunca debían bajar la guardia. “Debemos estar preparados para lo que pueda venir. No podemos confiarnos, por el bien de nuestros hijos”, reflexionó.
Harvey, siempre vigilante, caminaba por los alrededores, inspeccionando cada rincón en busca de posibles peligros. Mientras tanto, Bokeer organizaba cuidadosamente las provisiones que habían traído, y Shuu, con su habitual calma, alimentaba y cuidaba a los polluelos.
—¿Preparamos algo de comer? —preguntó Lin, acercándose a Iris mientras encendía un pequeño fuego.
—Sí, eso estaría perfecto. Traje algo de carne seca y algunas verduras que podemos usar. —Iris sonrió al verlo trabajar con dedicación. Lin había sido un gran apoyo desde que se unió a ellos, pero su relación aún era algo incierta. A pesar de estar vinculados, su conexión no era tan profunda como con Harvey, pero aun así, había un cariño genuino entre ellos.
Mientras Lin le pasaba unas patatas, sus manos se rozaron accidentalmente. Lin, de inmediato, retiró su mano con torpeza, su rostro enrojeciendo al instante.
—Lo siento… yo… no quería… —murmuró, visiblemente avergonzado.
Iris lo miró con ternura, acercándose a él y tomando su mano con suavidad, transmitiéndole calma.
—No te pongas nervioso, Lin. Somos familia, no tienes que sentirte incómodo por algo tan pequeño como esto. —Sus palabras, aunque simples, llevaban una calidez que tranquilizaba cualquier tormenta interna.
Lin la miró, sorprendido por la naturalidad con la que ella lo trataba. “Ella es tan diferente a las personas de mi aldea… Tan comprensiva…”, pensaba. Recordaba los años de rechazo y dolor que había sufrido en su aldea, donde incluso el más leve contacto físico era motivo de castigo. Pero con Iris todo era diferente. La conexión que sentía con ella, aunque no fuese la más fuerte, era suficiente para llenar su corazón de esperanza.
Cinco meses habían pasado desde que se asentaron en su nuevo hogar. En ese tiempo, habían construido un muro de adobe que rodeaba todo el perímetro, de más de cuatro metros de altura. Fuera del muro, habían esparcido una gruesa capa de sal para protegerse de posibles amenazas, y sobre el muro, plantaron rosales espinosos, una defensa natural casi infranqueable.
—¡Iris! —gritó Kathy, llamando su atención—. Ya terminamos con la recolección. Harvey dijo que guardemos toda la harina en un lugar seco. Logramos hacer noventa kilos de harina y cincuenta de sal. Pero dime, ¿realmente necesitamos tanta sal ahora que los Yumaf están derrotados?
Iris, que estaba observando a sus hijos mientras separaban granos de trigo, se volvió hacia Kathy con seriedad en sus ojos.
—Sí, Kathy. Es mejor estar preparados. Nunca sabemos qué puede pasar. Ya derrotamos a los Yumaf, pero el futuro siempre trae nuevas amenazas. Tenemos que enseñarles a nuestros hijos a estar listos para cualquier cosa, incluso si algún día no estamos aquí para protegerlos.
Kathy asintió lentamente. Las palabras de Iris, aunque cautas, eran sabias. El mundo en el que vivían era impredecible, y la preparación era su única garantía de supervivencia.
—Vamos, la comida está lista. Harvey cazó una buena presa hoy. Será delicioso compartirla entre todos —dijo Iris con una sonrisa, llamando a los demás para que se unieran alrededor del fuego.
Shuu, siempre tan atento, ayudaba a los más pequeños a sentarse en un círculo alrededor del fuego. Harvey, con su figura imponente, se acercó con un gran pedazo de carne asada, su rostro iluminado por la luz de las llamas.
—Espero que la carne sea de tu gusto, amor —dijo, con una sonrisa que derritió el corazón de Iris.
Mientras comían, el ambiente se llenó de risas y conversaciones amenas. Los niños jugaban cerca, corriendo entre ellos y persiguiéndose, mientras los adultos charlaban y reían. Camila y Kathy, junto a sus cónyuges, parecían haber encontrado una paz que hacía meses les había sido esquiva.
Cuando la oscuridad comenzó a envolver el lugar, Shuu se levantó y se acercó a Iris, tocando suavemente su hombro.
—Iris, Adrián, Hilar y Noel quieren mostrarte algo —dijo, con una sonrisa en sus labios.
Iris, curiosa, lo siguió hasta la orilla de la laguna, donde los tres pequeños polluelos la esperaban con una gran sonrisa en sus rostros.
—¡Mami, mira lo que hicimos! —exclamó Adrián, el mayor de los tres, mientras mostraba una figura de barro que habían moldeado juntos.
Era un pequeño jaguar, con sus patas estiradas hacia adelante, como si estuviera listo para saltar.
—Es hermoso… —dijo Iris, arrodillándose para abrazarlos—. Lo hicieron ustedes solos, ¿verdad?
—¡Sí! Queríamos hacer algo especial para ti —dijo Hilar, su vocecita llena de orgullo.
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