Shuu gritó al ver una gran cantidad de Yumaf correr hacia ellos. Estos Yumaf no parecían estar bien desarrollados; eran torpes y tropezaban unos con otros mientras se deshacían en el camino hacia ellos.
“Parece que están muriendo, pero aun así corren hacia nosotros. ¿Qué está pasando?” Se preguntó Shuu, viendo cómo algunos Yumaf se subían con dificultad hacia las copas de los árboles para impedir que él pudiera escapar volando junto a Iris.
—¡¡¡Shuu!!! —gritó Iris, aterrada, sintiendo un nudo formarse en su garganta. El miedo se apoderaba de ella, pero la sola idea de perder a Shuu la paralizaba.
—¡¡¡Mantente oculta, no salgas, son demasiados!!! —respondió Shuu, con urgencia.
Iris temblaba mientras tomaba dos bolsas de sal con manos nerviosas. “No puedo quedarme aquí. No puedo solo mirar cómo esos monstruos nos arrinconan,” pensó, luchando contra el miedo. Lanzó las bolsas por los aires, observando con alivio cuando los Yumaf comenzaron a desintegrarse al contacto con la sal. A pesar de su acción, su corazón latía violentamente, sabiendo que aún no estaban a salvo.
—¡Shuu, vámonos! —pidió Iris, con un nudo en el estómago, rogando por un escape rápido.
Shuu extendió su mano para sujetarla, pero de repente, todo cambió. El jefe de la aldea de las águilas apareció, acompañado por un enorme Yumaf tres veces más grande que los demás.
—¡¡¡Shuu!!! —volvió a gritar Iris, sintiendo el frío terror recorrer su cuerpo.
El pánico se apoderó de ella cuando sintió la mano del jefe de la aldea de las águilas, sujetarla firmemente por la cintura. Su mirada se dirigió a Shuu, quien era golpeado una y otra vez por el Yumaf. “No… no puede ser, no así,” pensó, desesperada, su corazón rompiéndose al ver cómo Shuu caía, ensangrentado. A pesar del horror, Iris vio que seguía con vida, y eso le dio un pequeño rayo de esperanza. “Aguanta, por favor, aguanta,” se repetía en silencio.
Con la fuerza que le quedaba, luchó intensamente contra el jefe. No podía dejar que él ganara, no podía permitir que Shuu muriera. Sus movimientos eran frenéticos, desesperados, cada golpe era una súplica silenciosa para que el jefe se alejara de Shuu.
—¡Esta mujer está luchando demasiado! ¡Es mejor que nos vayamos! —dijo el jefe de la aldea, con una sonrisa cruel, su mirada llena de desprecio hacia el cuerpo de Shuu. “Voy a destruirte, haré que sufras de la peor manera,” pensaba mientras sostenía a Iris, volando con rapidez. El frío viento golpeaba su piel, pero el verdadero frío lo sentía en su corazón. “No puedo dejarlo… no puedo abandonarlo.”
—¡Suéltame! ¡Déjame ir con Shuu! ¿Qué le hiciste? —gritó Iris, su voz llena de angustia. Su mente no podía dejar de imaginar el estado en que había quedado Shuu. “Tiene que estar bien… tiene que estar vivo.”
—¡¡¡Quédate en silencio y deja de moverte o le diré a ella que te coma a ti y a Shuu!!! —amenazó el jefe, su tono gélido. Iris sintió un escalofrío recorrerle la espalda. “¿Comernos?” Pensó horrorizada, mirando de reojo al Yumaf gigante que volaba junto a ellos.
El miedo se convirtió en una bola pesada en su estómago cuando vio la monstruosidad de cinco metros de altura. “Es demasiado grande… no tenemos oportunidad si… no, no puedo pensar en eso ahora.” Los dientes enormes del Yumaf brillaban bajo la luz, y su sonrisa siniestra solo aumentaba la desesperación en el corazón de Iris.
Pronto llegaron a una cueva húmeda, iluminada por moluscos que brillaban en la oscuridad. El ambiente era opresivo, y la incomodidad se instaló profundamente en su pecho. Cada segundo que pasaba, se sentía más atrapada.
—¡No entiendo por qué quieres a esta mujer! Solo te ayudé porque dijiste que entregarías tu aldea. ¡Cumple con tu palabra, despreciable ser! —dijo el Yumaf con una voz que hacía eco en toda la cueva. Cada palabra retumbaba en la mente de Iris, aumentando su sensación de peligro.
—Sí, sí… claro, jamás te mentiría… —respondió el jefe de la aldea, pero Iris notó la vacilación en su voz. “Está aterrado. Incluso entre monstruos, hay traiciones.”
El Yumaf hembra escupió cuatro huevos, que se rompieron al tocar el suelo, desmoronándose en pedazos. La visión de las pequeñas criaturas muriendo al instante revolvió el estómago de Iris, pero también despertó una idea en su mente. “Si acabo con ella, esas cosas dejarán de existir… pero es demasiado arriesgado. ¿Y si fallo? ¿Y si no lo logro? Quiero volver a casa… quiero ver a mis hijos.”
—Tú te aliaste con esta cosa, te aliaste con quienes nos devoran. Eres igual que tu hijo —dijo Iris, con una mezcla de desprecio y horror en su voz. Su mente no podía dejar de pensar en el daño que aquel hombre había causado.
—¡¡¡Te dije que te calles!!! —gritó el jefe, su furia estallando en un golpe directo al rostro de Iris. El dolor la atravesó, pero el miedo y la ira eran más intensos que cualquier herida física.
“¿Por qué no me mata ya?” Pensaba Iris, su mente trabajando a toda velocidad. “Es como si me necesitara… como si su venganza no estuviera completa sin que Shuu me viera morir.”
Esa idea la aterrorizaba, pero también le dio fuerza. “No puedo permitir que eso suceda.” Su determinación creció, incluso cuando el miedo trataba de sofocarla.
Cuando el jefe la sujetó con fuerza, la presión sobre su cuerpo casi la hizo quebrarse, pero en lugar de rendirse, Iris se aferró a él con todas sus fuerzas. Su mente estaba clara, y sus movimientos precisos. Sabía que si fallaba ahora, no habría una segunda oportunidad.
—¡¡¡Suéltame!!! —gritaba el jefe, pero Iris no cedía.
—Jamás. No pienso arriesgarme a que me toque alguien que no sea uno de mis cónyuges —dijo Iris, con una frialdad en su voz que no sabía que tenía.
Finalmente, el jefe cayó al suelo, inconsciente, e Iris lo soltó, jadeando. “No puedo hacerlo… no puedo matar a alguien,” pensó, sintiendo una mezcla de alivio y frustración. “Estuve tan cerca, pero… no soy como ellos.”
El jefe murmuraba amenazas mientras salía de la cueva, pero Iris ya no lo escuchaba. Su mente estaba enfocada en lo que había al fondo de la cueva, en la Yumaf que seguía cuidando sus huevos. “Shuu, por favor, sigue vivo. No puedo hacer esto sin ti.”
Iris miró hacia el fondo de la cueva y vio a la gran Yumaf envolviendo sus huevos con una extraña tela babosa. “¿Qué está haciendo?”Pensó, viendo los huevos y contándolos.“Solo logro ver alrededor de unos veinte o treinta huevos. ¿Por qué hay tan pocos?” La incertidumbre y el miedo volvían a tomar fuerza en su pecho.
—Esos machos destruyeron a todos mis hijos. Tú eres una de ellas, debes de ser tan deliciosa como las otras hembras que traían mis hijos para alimentarme —dijo la espantosa Yumaf, con su grotesca y rasposa voz.
“¿Acabaron con sus hijos? ¿Eso quiere decir que Bokeer y Harvey lo lograron? Entonces, ¿dónde están ellos?” Se preguntó Iris, preocupada, su mente inundada de imágenes de sus compañeros. El alivio y la ansiedad luchaban por el control en su interior. Al fondo de la cueva, un bulto llamó su atención.
—¿Qué es eso? —preguntó Iris en voz alta, sin esperar que alguien le respondiera.
—Mi comida… —respondió la Yumaf, acercándose y golpeando con sus largas garras, rompiendo el capullo que tenía frente a ellas. De su interior apareció una mujer inconsciente, almacenada para comer después.
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