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Me convertí en la sirvienta del príncipe olvidado (Novela) – Capitulo 60

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Kuzel y Kelim se quedaron en la habitación unos momentos más, procesando lo que acababan de discutir. Finalmente, ambos se dirigieron de vuelta al banquete, donde los nobles seguían disfrutando de la velada, ajenos a las intrigas que se estaban desarrollando entre las sombras del palacio.

Al entrar en el salón, Kelim dejó que sus ojos recorrieran el lugar con su habitual aire de despreocupación. Sin embargo, cuando su mirada se posó en una esquina del salón, algo capturó su atención: Noah estaba allí, acompañado por una joven mujer. La presencia de Noah en medio de la corte ya era sorprendente de por sí, pero lo que realmente intrigó a Kelim fue la mujer a su lado.

Helena, con su cabello cayendo en suaves ondas y sus ojos azules reflejando la luz de las lámparas del salón, no solo era hermosa; irradiaba una elegancia y una fortaleza que despertaban la curiosidad de cualquiera que la mirara. Pero para Kelim, lo que la hacía aún más interesante era la simple e inexplicable razón de su cercanía con Noah. ¿Qué podía ver ella en él? El príncipe olvidado, desterrado a la frontera en un castillo abandonado, marcado por una maldición que deformaba su espalda y oscurecía uno de sus ojos, era un enigma que pocos se atrevían a descifrar. Y, sin embargo, allí estaba ella, caminando a su lado con una expresión serena y segura.

Kelim se sonrió de manera traviesa mientras observaba la escena. La situación era perfecta para un poco de diversión, y no podía resistir la tentación de probar los límites de esta relación tan inusual.

Noah y Helena continuaron su conversación con los nobles, quienes parecían interesados en conocer más sobre la misteriosa mujer que acompañaba al príncipe heredero. Aunque muchos mostraban cortesía, Helena podía sentir las miradas de curiosidad y especulación dirigidas hacia ella. Kuzel, por su parte, también estaba envuelto en sus propias charlas con varios nobles, manteniendo su habitual postura seria e inteligente, respondiendo con firmeza a las preguntas y comentarios.

El ambiente en el salón estaba lleno de murmullos, risas y brindis, pero había una tensión palpable en el aire, especialmente desde el rincón donde el emperador observaba. Con el ceño fruncido, el emperador no apartaba los ojos de Noah. La ira era evidente en su rostro al ver a su hijo heredero, un recordatorio de un pasado que preferiría olvidar. La presencia de Noah parecía ser una espina constante para él, una que había vuelto a surgir después de tantos años.

En medio de las conversaciones, Helena sintió un mareo repentino, seguido por una ola de náuseas que la obligó a agarrarse discretamente del brazo de Noah. Él, siempre atento, notó de inmediato el malestar en el rostro de Helena.

— ¿Estás bien? —preguntó Noah con preocupación, inclinándose hacia ella.

Helena asintió, aunque la palidez en su rostro la delataba.

—Solo necesito un momento para refrescarme —respondió Helena, tratando de sonreír—. Voy al baño. No te preocupes, estaré bien.

—Te acompaño— ofreció Noah, pero Helena negó con la cabeza.

—No, quédate aquí. No quiero que llames la atención más de lo necesario —dijo en un susurro—. Solo espérame aquí, vendré en cuanto termine.

Noah la miró con escepticismo, pero finalmente asintió, dejando que Helena se alejara hacia la salida del salón.

Helena caminó con cuidado, tratando de mantener la compostura mientras cruzaba el gran salón hasta llegar al pasillo que conducía a los baños. Una vez dentro, se apoyó en el lavabo, cerró los ojos y respiró hondo, tratando de calmarse. Se lavó la cara con agua fría, permitiendo que el frescor la ayudara a recuperarse.

Después de unos minutos, sintiéndose un poco mejor, Helena salió del baño y comenzó a caminar de vuelta hacia el salón. El largo pasillo estaba en silencio, apenas iluminado por la luz de las lámparas, lo que le daba un aire tranquilo y solitario. Sin embargo, justo cuando estaba a medio camino, una sombra se deslizó frente a ella, bloqueando su camino.

Helena, al levantar la mirada, vio al príncipe mayor de la reina. Kelim se inclinó hacia Helena con una sonrisa pícara y descarada, sus ojos brillaban con una diversión maliciosa.

—Es curioso, ¿no crees? —dijo en un tono que pretendía ser casual, pero que estaba cargado de veneno—. Una mujer tan hermosa como tú, con una elegancia que no se ve todos los días, y, sin embargo, decides estar con… Noah. —Pronunció el nombre con un desdén evidente, sus ojos recorriendo el rostro de Helena, buscando alguna señal de duda en ella.

Helena lo miró con desconfianza, pero mantuvo la compostura, sin decir una palabra.

—Es decir, Noah es un príncipe, sí, pero… —Kelim hizo una pausa dramática, sus palabras goteando sarcasmo—. Es el príncipe olvidado por el emperador, el que fue abandonado en un castillo ruinoso en la frontera, donde lo único que lo acompañaba era una maldición. Y aunque ahora su joroba ha desaparecido, aún queda ese ojo… negro, oscuro, como la maldición misma. —Kelim se inclinó hacia Helena, como si compartiera un secreto más importante del imperio—. Nunca se sabe cuándo esa maldición podría regresar. Tal vez incluso te afecte a ti, si te quedas demasiado cerca de él.

Helena sintió la ira arder en su pecho, sus manos temblando levemente mientras clavaba su mirada en los ojos de Kelim. No podía creer las palabras que acababa de escuchar, y mucho menos la forma en que Kelim intentaba menospreciar a Noah. Lentamente, Helena enderezó la espalda, sus ojos brillando con determinación.

—Su alteza, Príncipe Kelim —dijo Helena, manteniendo su voz firme, pero respetuosa—, entiendo que pueda haber rivalidades dentro de la familia imperial, pero no toleraré que hable de su alteza Noah de esa manera.

Kelim levantó una ceja, sorprendido por el tono de Helena, pero no dijo nada, esperando a que ella continuara.

—Noah es el legítimo heredero, el hijo del emperador y la emperatriz —prosiguió Helena, su voz clara y sin titubeos—. Es el príncipe que ha soportado más que cualquiera en este imperio, y ha demostrado una fuerza y nobleza que no se encuentran en muchos. La maldición de la que habla… —Helena hizo una pausa, su mirada endureciéndose—. Esa maldición es solo una prueba más de su grandeza. Ha superado lo que otros habrían considerado imposible, y ha salido adelante con dignidad y honor, cosa de la que muchos carecen.

Kelim abrió la boca para replicar, pero Helena lo interrumpió antes de que pudiera decir algo.

—Sé que es usted es un príncipe y merece mi respeto, su alteza, y es por eso que le hablo de esta manera. Sin embargo, no titubearé en defender su alteza el príncipe Noah, ya que siempre estaré de su lado. Ante mis ojos, él es mejor que muchos. —Las palabras de Helena se hicieron más apasionadas—. No temo que la maldición vuelva, porque incluso si lo hace, estaré con él. El príncipe Noah ha demostrado ser alguien fuerte, digno de admiración, y no hay maldición que pueda cambiar lo que siento por él.

Los ojos de Kelim se estrecharon ligeramente, como si estuviera evaluando cada palabra que Helena decía. Un silencio pesado cayó entre ellos, con solo el eco lejano de la música y las conversaciones del salón llegando a sus oídos. Finalmente, Kelim esbozó una sonrisa torcida, como si hubiera encontrado cierta satisfacción en la convicción de Helena.

—Eres una mujer valiente, señorita Helena. Tal vez demasiado para tu propio bien —murmuró Kelim, retrocediendo un paso—. Pero veremos cuánto tiempo puedes mantener esa valentía en este palacio.

Kelim soltó una risa burlona, claramente complacido con la reacción de Helena. Su cuerpo se inclinó más cerca de ella, invadiendo su espacio personal. Helena, manteniendo su postura desafiante, lo miró directamente a los ojos.

—Le aconsejo que se aleje, su alteza —advirtió Helena, su voz firme a pesar de la creciente tensión en su interior.

Pero Kelim no hizo caso, su risa resonó en el pasillo mientras se acercaba más a ella, sus labios peligrosamente cerca de su cuello. El aliento cálido de Kelim rozó la piel de Helena, haciéndola sentir una oleada de disgusto e ira. Justo cuando sus labios parecían a punto de tocarla, un fuerte ruido resonó a su lado.

Un pequeño candelabro, que había estado tranquilamente en su soporte, de repente se quebró en mil pedazos, como si una fuerza invisible lo hubiese destruido. Kelim se sobresaltó, pero antes de que pudiera reaccionar, sintió una mano fuerte agarrar su muñeca. Con un tirón brusco, fue apartado de Helena, cayendo al suelo.

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Chapter 60