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Me convertí en la sirvienta del príncipe olvidado (Novela) – Capitulo 54

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—¡Sobrino! ¡Esa cosa tiene un cuerpo demasiado duro! ¡Espera, iré allí! —gritó el duque, intentando abrirse paso entre la multitud de bestias para ayudar a Noah.

Noah miró a la multitud de plebeyos que corrían desesperadamente, intentando escapar del caos. Hombres, mujeres, ancianos y niños huían con pánico en sus ojos, tratando de encontrar un lugar seguro.

—¡Aaaaahh! —un grito desgarrador resonó en el aire. Noah vio a una madre corriendo en dirección contraria a los demás, su rostro una máscara de desesperación. Siguiendo su mirada, Noah entendió el motivo de su terror.

Un pequeño niño estaba acurrucado en el suelo, paralizado por el miedo. La madre intentaba llegar hasta él, pero la multitud la empujaba, impidiéndole avanzar. Helena, viendo la misma escena, sintió un impulso incontrolable. “No, no, no, ese pequeño, no”, se repetía en su mente mientras su cuerpo se movía por sí solo, corriendo hacia el niño.

Las grandes arañas se acercaban a ella, pero quedaban paralizadas al intentar tocarla, inmóviles, como si una fuerza invisible las detuviera.

—¡Helena, no! ¡Alguien, vaya por ella! —gritó la condesa, luchando contra los caballeros que la sujetaban, impidiéndole correr hacia Helena.

Lilian corrió hacia Helena, pero las arañas que aún podían moverse la atacaron, deteniéndola e impidiéndole seguir a su amiga. Noah, viendo lo que sucedía, redobló sus esfuerzos, intentando cortar el cuello del ciempiés. Aunque logró hacer un corte algo más grande que el anterior, no era suficiente para matarlo. “Helena”, pensó Noah con angustia, observando cómo ella corría hacia el niño y lo abrazaba con fuerza, protegiéndolo de las bestias que se acercaban.

—¡Noah, ayuda! —gritó Helena, su voz temblorosa pero decidida. Noah blandió su hacha una y otra vez, su corazón latiendo con fuerza mientras miraba hacia abajo. De repente, un grito resonó y el suelo comenzó a arder, quemando a las arañas y las patas del ciempiés.

Helena, abrazando al niño, sintió el calor del fuego que comenzaba a arder alrededor de ellos. Helena miró a Noah, para luego notar cómo el fuego quemaba las arañas y las patas del ciempiés. Aunque el caos era evidente, Helena y el niño, así como los caballeros, Lilian y la condesa, permanecían completamente ilesos.

El fuego se expandía de manera precisa, eliminando a las arañas que se acercaban y envolviendo las patas del monstruo en llamas. Noah, sudando y jadeando, no dejó de atacar. Su mente estaba fija en proteger a aquellos que amaba, y al ver el ciempiés rugir de dolor, aprovechó el momento para dar un golpe final, hundiendo su hacha profundamente en el cuello del monstruo.

La intensidad del fuego era tan controlada que parecía una barrera protectora alrededor de Helena y los demás. Aunque nadie comprendía del todo el origen de las llamas, era evidente que el fuego que comenzaba a eliminar las amenazas tenía una fuente sorprendente. El ciempiés cayó finalmente, sus movimientos se fueron apagando mientras las llamas consumían el monstruo y las arañas restantes.

Noah, jadeando por el esfuerzo, no apartaba la vista de Helena, preocupado por su estado después de todo lo que acababa de suceder. La condesa, con el corazón acelerado, observaba la escena con admiración. Había presenciado la valentía y la determinación con las que Noah había luchado por proteger a los plebeyos, y ahora veía en él no solo a un príncipe, sino a un verdadero líder.

Helena, aun sosteniendo al niño, lo miró con ternura para asegurarse de que estuviera bien. Su pequeño cuerpo temblaba por el miedo, pero estaba ileso. Ella levantó la vista y buscó a la madre desesperada que había visto antes. Al encontrarla entre la multitud, con lágrimas en los ojos, llevó al niño hacia ella.

— ¡Aquí está! Está a salvo —dijo Helena con suavidad, entregando al pequeño a su madre, que lo recibió entre sollozos de alivio.

— Gracias… gracias, mi señora. No sé cómo podré agradecerte —respondió la madre, abrazando a su hijo con fuerza.

Mientras tanto, los caballeros, que habían luchado con todas sus fuerzas, permanecían de pie, mirando a su alrededor con expresiones de desconcierto. Nadie podía entender cómo un fuego tan poderoso había surgido de la nada y, a la vez, había protegido a aquellos que estaban dentro de su alcance. Pero por ahora, todo lo que podían hacer era recoger a los heridos y asegurarse de que no hubiera más amenazas.

La condesa, al ver a Helena entregar al niño a su madre, se apresuró a acercarse.

— Helena, ¿estás bien? —preguntó con evidente preocupación en su voz, mientras la rodeaba con los brazos.

Helena asintió, intentando sonreír, pero su cuerpo temblaba ligeramente por la adrenalina y el esfuerzo.

Noah se acercó rápidamente a ellas, con los ojos fijos en Helena.

— Helena, ¿te encuentras bien? —preguntó, su voz cargada de preocupación y un leve temblor.

Helena lo miró, agotada pero con una tranquila satisfacción.

— Estoy bien, Noah… el niño está a salvo, y eso es lo que importa.

La condesa, aun con Helena entre sus brazos, levantó la vista hacia Noah, y por un instante, sus miradas se cruzaron. No necesitaban palabras para expresar la gratitud y el respeto que sentían el uno por el otro después de lo que acababan de vivir. Noah, al ver a Helena intentar sonreír a pesar de su evidente agotamiento, no pudo evitar acercarse aún más. Con ternura, tomó su mano entre las suyas, apretándola suavemente. Sus ojos se encontraron, y en ese momento, un silencioso entendimiento pasó entre ellos.

La condesa observó el gesto de Noah, sintiendo una mezcla de alivio y admiración por ambos. Sin embargo, la realidad de su situación comenzó a pesarle.

— Duque. ¿Cómo vamos a presentarnos en el banquete del palacio con la ropa en este estado? No podemos llegar así. —dijo la condesa, dirigiéndose al duque que se encontraba observándolos.

El duque, mirando su atuendo dañado, asintió con seriedad.

— Tienes razón. No podemos aparecer de esta forma. ¿Alguna idea de cómo solucionarlo?

Helena, al escuchar la preocupación de ambos, levantó la cabeza con una pequeña sonrisa.

— Yo… ya había previsto algo así. En el carruaje, tengo una chaqueta extra para Noah. Mandé hacer una muda adicional de ropa para él, en caso de que algo ocurriera y necesitara cambiarse. —dijo, sorprendiendo a todos.

La condesa levantó las cejas, visiblemente aliviada por la previsión de Helena.

— Qué previsora has sido, Helena. Noah, necesitas ir al carruaje y vestirte inmediatamente.

Noah asintió, aun con la mano de Helena en la suya, antes de soltarla con suavidad y dirigirse al carruaje para cambiarse.

La condesa entonces miró a Helena con una sonrisa cálida.

— Helena, tú también deberías cambiarte. Usa el carruaje en el que estaba yo. Solo necesitas cambiar la parte baja de tu vestido; es la única que se ha ensuciado un poco.

Helena asintió agradecida, sintiendo un renovado alivio al saber que, a pesar de lo ocurrido, aún podrían asistir al banquete.

Helena fue llevada al carruaje de la condesa, donde un grupo de sirvientas la esperaba afuera, listas para asistirla. Entre ellas, Helena reconoció a una mujer que había visto anteriormente en la boutique de la diseñadora, la misma mujer a quien ella y Noah habían ayudado.

Helena sonrió al verla, sorprendida y alegre por el reencuentro. La mujer, al notar su mirada, le devolvió la sonrisa y, sin decir palabra, entró al carruaje con ella.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó Helena con curiosidad mientras la mujer cerraba la puerta tras de sí.

La mujer, aun con una expresión amable, respondió con voz suave.

— Fui invitada por la condesa, señorita Helena. Cuando ella se enteró de cómo me ayudó y protegió, decidió darme trabajo en su condado. Estoy aquí gracias a usted.

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Chapter 54