—Gracias a todas. Ha sido un día muy difícil para todos, en serio, gracias por tenerme paciencia hoy —dijo Helena. Las sirvientas sonrieron contentas al escuchar sus palabras y se despidieron felices, deseándole un buen baile con el príncipe.
Helena sujetó la mano de Lilian, siendo escoltada hacia el carruaje que la esperaba fuera de la mansión junto a varios caballeros. Helena vio a la condesa esperándola sin lograr ver al príncipe en ninguna parte, hasta que este salió de dentro del carruaje, abriendo la puerta y mostrando una gran sonrisa al verla. “Deslumbrante”, pensó el príncipe al ver a Helena observarlo con aquellos ojos tan brillantes.
—Mi lady, ¿me haría el honor? —preguntó el príncipe Noah extendiendo su mano para ayudar a Helena a subir al carruaje.
La condesa miró la escena y, aunque aún no sentía completa confianza en el príncipe, sonrió al ver cómo Helena se sonrojaba al sujetar la mano de Noah.
—Claro, su alteza —respondió Helena con sus mejillas sonrojadas.
Al entrar al carruaje, Helena miró el atuendo de Noah, viendo claramente que su vestido y el de él iban completamente a juego. “Es la misma chaqueta”, pensó al mirarlo con detenimiento. Helena se sentó frente a Noah cuando escuchó a todos fuera del carruaje comenzar a moverse.
—¿Estás lista? —preguntó Noah, con una mezcla de expectación y ternura en su voz, observando a Helena, quien frotaba nerviosamente sus manos, sus ojos reflejando una sombra de ansiedad.
—Sí, sí, claro, estoy más que lista —respondió Helena, forzando una sonrisa mientras el carruaje comenzaba a moverse. Podía sentir su corazón latiendo rápido, como un tambor resonando en su pecho.
Durante los siguientes treinta minutos, Helena y Noah conversaron tranquilamente, sus risas ocasionales, llenando el espacio con una ligera calidez. El carruaje avanzaba hacia el palacio, y por momentos, Helena lograba olvidarse del gran y estresante evento que los esperaba. “Ahora me siento un poco más tranquila”, pensó Helena, disfrutando de la compañía de Noah y el sonido de su risa. Sin embargo, una pequeña parte de su mente seguía recordándole el nerviosismo del momento que se avecinaba.
[Estruendo]
El carruaje se detuvo bruscamente, interrumpiendo su conversación. Helena sintió un nudo de miedo formarse en su estómago mientras los gritos y estruendos desde el exterior invadían sus sentidos. Asustada, se aproximó a la ventana del carruaje, sus manos temblorosas apartando la cortina para mirar hacia afuera. Lo que vio la dejó sin aliento: una gran cantidad de arañas cubrían las calles, y detrás de ellas, un ciempiés negro con rostro humano que parecía salido de una pesadilla. “¿Qué es eso?” Helena cayó sobre sus rodillas, sintiendo una opresión en el pecho que casi la asfixiaba. El suelo temblaba bajo ella, intensificando su pánico.
—Noah… eso es… —Helena murmuró con voz entrecortada, sus ojos llenos de terror al mirar al príncipe. No podía comprender cómo algo tan horrible podía ser real.
—¡Helena, ¿estás bien?! —gritó Noah, su voz cargada de preocupación. Se inclinó hacia ella, sus manos temblando ligeramente al ver su pálida expresión.
—Ve… ve afuera, debes… debes ir. Necesitas detener eso. —dijo Helena, luchando por mantener la calma. Levantó su mirada hacia Noah, sus ojos implorando mientras el miedo la envolvía.
Noah, sintiendo la urgencia y el miedo de Helena, asintió con determinación. Se levantó y abrió la puerta del carruaje, saliendo rápidamente. Se volvió una última vez para mirarla, sus ojos reflejando una mezcla de resolución y preocupación.
—Quédate aquí, no salgas, me encargaré de esto —dijo con firmeza, tratando de infundirle seguridad.
Unos segundos después de que Noah saliera del carruaje, la puerta se abrió nuevamente y la condesa apareció, su rostro mostrando una mezcla de confusión y alarma. Se sentó rápidamente al lado de Helena y sujetó su mano, tratando de transmitirle una calma que ella misma no sentía. “¿Qué está sucediendo? ¿Por qué están esas cosas aquí?” Pensaba la condesa, su mente, buscando desesperadamente una explicación.
—Tranquila, Helena, estamos a salvo aquí —murmuró la condesa, aunque su voz temblaba ligeramente.
Helena asintió, tratando de calmar su respiración mientras apretaba la mano de la condesa. Podía sentir el sudor frío en su frente, y su corazón seguía latiendo, desbocado. Intentó concentrarse en la presencia tranquilizadora de la condesa, esperando que Noah pudiera enfrentarse a la monstruosidad que los amenazaba.
—¡Arghhhh! ¡Son demasiados! —gritaba uno de los caballeros, su voz cargada de desesperación mientras intentaba contener la oleada de monstruos.
—¡No retrocedan, mantengan a salvo a los aldeanos, ellos deben ser la prioridad! —gritó Noah con firmeza, su voz resonando por encima del caos. El duque y Lilian estaban fuera del carruaje, protegiendo a la condesa y a Helena con todo su esfuerzo.
Helena se asomó a la ventana del carruaje junto a la condesa, viendo claramente el caos que se desataba afuera. “Su alteza… ¿Eso es un hacha? ¿Por qué tiene un hacha?” Se preguntó la condesa, perpleja al ver a Noah luchando solo contra el gigantesco ciempiés. Los caballeros mejor entrenados apenas podían contener las arañas gigantes, esforzándose por mantenerlas alejadas de los aldeanos.
—Argh… condesa, yo… debo salir de aquí… —dijo Helena, llevándose las manos al pecho con fuerza, sintiendo una extraña energía recorrer su cuerpo.
—¡Helena! ¿Qué sucede? ¿Estás bien? ¿Te lastimaste en algún lado? —preguntó la condesa, preocupada, acercándose rápidamente a Helena y colocando su mano en la espalda de esta. Inmediatamente, sintió una corriente eléctrica en su mano y se dio cuenta de que el cuerpo de Helena parecía estar calentándose cada vez más.
—Debo… debo bajar, yo… —Helena sujetó la manilla de la puerta mientras la condesa intentaba detenerla sin éxito.
Helena bajó del carruaje, sus ojos ampliándose al ver las arañas gigantes atacando a los caballeros que intentaban proteger a los plebeyos. “Son… son demasiados… ¡Ah, duele!” Helena se sujetaba el pecho, viendo a Noah enfrentarse al ciempiés gigante que se reía a carcajadas mientras lo atacaba.
La condesa bajó del carruaje, sujetando una espada que claramente no sabía usar, pero su determinación era evidente.
—Helena, quédate detrás de mí. No te preocupes, estoy aquí. No dejaré que nada te suceda —dijo la condesa, posicionándose frente a Helena con la espada levantada, a pesar de su evidente inexperiencia.
Helena observó a la condesa intentar protegerla, moviendo la espada de un lado a otro sin saber realmente qué hacer. Lilian mataba cada araña que se acercaba a ellas con precisión letal, mientras el duque protegía a los civiles. Noah seguía luchando ferozmente contra el monstruo que lideraba a los demás.
“Son demasiados… hay civiles aquí, personas inocentes”, pensaba Helena una y otra vez, sintiendo la impotencia de no poder ayudar a los demás. Los gritos de la multitud inundaban sus oídos, mezclados con el rechinar de las espadas, golpeando a cada monstruo que atacaba a los inocentes.
Helena sintió una mezcla de miedo y determinación crecer dentro de ella. Miró a Noah, quien seguía luchando valientemente, su rostro marcado por la concentración y el esfuerzo. La visión de él, enfrentándose al monstruo con una resolución inquebrantable, le dio a Helena una chispa de coraje. Sabía que debía hacer algo, cualquier cosa, para ayudar a aquellos que estaban arriesgando sus vidas.
—No, esto no, no pueden… —Helena miraba con horror mientras Noah saltaba hacia la espalda del ciempiés, golpeando su hacha una y otra vez contra el cuello del monstruo. La determinación en su rostro era evidente, pero también lo era la desesperación.
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