Capítulo 73
No había otra persona en la que se hubiera podido marcado, pero no tenía sentido.
Después de regresar a este mundo, había sido guiado por su esposa, pero esto por sí solo no habría inducido una marcación.
Es imposible marcar a voluntad, pero había, de hecho, un fenómeno que lo haría posible.
Sólo cuando la mente y el cuerpo de ambas personas se convirtieran en uno, entonces se cumpliría la condición para la marcación.
“…Puede ser cuando la había besado con tanta fuerza mientras no estaba del todo consciente”.
Podía deducirlo de los débiles recuerdos que tenía y de las huellas que había dejado en ella aquel día.
En el pasado, cada vez que recibía su guía, no estaba en sus cabales. Le consumía por completo el impulso -la necesidad- de codiciarla y hacerla suya de un modo tan crudo, desprovisto de toda dignidad aristocrática.
Después de cada vez, una vez que entraba en razón, era imposible no sentir vergüenza por sus actos.
En aquel momento, aún no podía confiar del todo en su esposa y apenas podía respirar, pero al final sucumbió y se inclinó hacia su abrazo. No pudo mirarla a los ojos por vergüenza y cobardía.
Antes de abandonar la Baronía de Closch, comprobó sus labios. Durante todo el tiempo que estuvo allí, esa pequeña herida le molestó, lo que le llevó a rondarla.
Aparte de eso, era él quien había infligido esa herida a su esposa. Sólo de pensarlo sentía como si le apuñalaran el pecho.
“Huu…”
Respirando hondo, volvió a mover sus piernas detenidas.
Saber que la guía de la santa no había funcionado con él le alegró, pero por un momento se frotó la barbilla y se quedó pensativo, ansioso.
Si realmente se había marcado con Irene, se sentía arrepentido de haberla dejado en aquel lugar.
No tenía ni idea de cómo había ocurrido exactamente, pero una cosa tenía clara.
Debía darse prisa en volver con ella.
Caminando por los pasillos, se cruzó con unos cuantos sacerdotes que caminaban a paso ligero. Al verlos, Ciel recordó al sumo sacerdote, la única persona que podía oír la voz de Dios.
Si visitaba al sumo sacerdote, podría encontrar una pista.
En lugar de regresar al despacho del príncipe heredero, se dirigió en dirección opuesta. Aunque hubiera provocado el desmayo de la santa, y aunque al final pudiera acabar recibiendo represalias, no se le ocurrió dar marcha atrás.
Al principio, su andar era el de un elegante paseo para mantener su noble dignidad, pero pronto se aceleró. Cuando Ciel abandonó el palacio, casi corría.
Antes de que el cochero pudiera abrir completamente la puerta del carruaje, Ciel le dijo,
“Dirígete al templo”.
“Sí, Su Alteza.”
* * *
Jace contempló a la santa, que ahora yacía en una cama de una habitación destinada a invitados muy importantes de su palacio. Utilizó su habilidad sobre el agua para secarle el sudor que le corría por la frente. Un chorro de agua transparente surgió de la nada y sólo secó el sudor antes de desaparecer de nuevo.
El sacerdote que había acompañado a la santa dijo que había que llevarla de vuelta al templo, pero Jace había rechazado aquella contundente sugerencia.
La mera presencia de la santa en su palacio le llenaba de un desconocido sentimiento de orgullo.
“Alteza”.
El asistente jefe entró en la habitación con cuidado y se situó junto al príncipe heredero.
“Bien. Dime, ¿dónde ha ido exactamente el duque?”.
Ciel dijo que volvería para traer a otro sacerdote, pero no regresó. Jace se percató tardíamente de que el duque había desaparecido, por lo que había dado instrucciones al jefe de asistentes para que diera con su paradero.
“Bueno… Hace tiempo que abandonó los terrenos del palacio, Alteza. Podría ser que se fuera justo después de que la Santa se derrumbara”.
“Huu. ¿Pero qué demonios está pasando con él?”.
Jace ya sabía que Ciel había cambiado, pero no podía entender el comportamiento del hombre.
Y lo que era más importante, la santa había reaccionado de forma extraña cuando había intentado guiar a Ciel. Había una expresión de absoluta incredulidad en su rostro.
Jace no había podido apartar los ojos de ella, así que no recordaba qué tipo de reacción había tenido Ciel en aquel momento.
No podía creer lo que hacía: sólo prestaba atención a la santa. Le habían enseñado y educado en la doctrina de ser justo con todos, en cualquier momento y en cualquier lugar.
El hecho de que no pudiera recordar aquel momento con claridad debido a sus emociones pesaba sobre su conciencia.
“Ayudante jefe, asegúrese de mantener la boca de todos cerrada sobre esto. Podría llegar a ser perjudicial para Ciel si un rumor circula innecesariamente”.
Jace ni siquiera podía ser justo con Ciel, y esto le hizo sentirse frustrado.
“Sí, Su Alteza. Ya he instruido a los sirvientes adecuadamente”.
“¿Qué dijeron los sacerdotes?”
“Sigue siendo lo mismo. Piden que Su Alteza devuelva a la Santa”.
“Yo mismo escribiré una carta al templo, entrégala más tarde.”
“Sí, señor.”
Jace se levantó de la silla junto a la cama donde yacía la santa y regresó un momento a su despacho. Rápidamente escribió una carta dirigida al sumo sacerdote, la cerró con el sello oficial del príncipe heredero y se la entregó al asistente jefe para que la enviara al templo.
Inmediatamente después, escribió otra carta y la selló firmemente. También se la entregó al asistente principal.
“Envía esto al Duque Leopardt.”
“Sí, Su Alteza.”
“Envíala en secreto.”
“Entendido, señor.”
Después de que el asistente en jefe se fue, Jace se apresuró a volver al lado de la santa.
En el momento en que tomó su mano flácida, su energía fluyó en él.
Qué dulce era aquella sensación.
Todos los pensamientos complicados de su mente volaron momentáneamente.
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