Capítulo 53
Ciel no regresó a sus aposentos, sino que voló directamente a la montaña, detrás de la residencia del barón. Necesitaba tiempo para pensar a solas.
Ella había negado con tanta firmeza todo lo que él había dicho que, todo el tiempo, él había estado aturdido. Estaba tan conmocionado que sintió claramente que su mente se quedaba en blanco.
La primera prueba concluyente era que ella le guiaba, y la segunda era que le dolía la nuca después de despertarse.
Además de esas dos, era prueba suficiente que sus pupilas habían estado temblando y su corazón había estado latiendo violentamente durante todo el tiempo que insistió en que ella no es quien él pensaba que era.
Había tantas pruebas que apuntaban a su verdadera identidad, desde sus pequeños hábitos hasta, sobre todo, la forma en que blandía el katar.
La forma que adoptaba al blandir la daga, así como la manera en que había disparado las flechas tiempo atrás, eran pruebas suficientes de que era Seohyun.
Sin embargo, insistía en ocultarlo. Seguía ocultándolo todo como si realmente no lo supiera, y era natural que Ciel se sorprendiera por ello.
Si hubiera que elegir a la persona que mejor conocía a Seohyun, esa sería Ciel. Siempre había estado cerca de ella y la había observado atentamente.
Por lo tanto, sabía lo mucho que Seohyun lo amaba.
Por otro lado, sabía lo implacable que era con alguien que no le interesaba o a quien despreciaba.
Y sin embargo, su mujer había trazado una línea entre ellos.
Una línea tan oscura como un abismo, tan gruesa como los muros de una fortaleza…
Eso sólo significaba una cosa: él ya no formaba parte del círculo íntimo de su esposa. El hecho de haber sido expulsado…
Le causó tal conmoción que ni siquiera podía respirar correctamente.
“Sí, estaba equivocado… ¿Cómo podría estar Seohyun aquí? Esa mujer no tiene el hermoso pelo negro y los ojos negros de Seohyun, sino el aspecto de una ciudadana imperial de pelo rosa coral y ojos verdes…”
Ciel negó la realidad, convenciéndose de que, sí, se había equivocado. Haría eso antes que admitir que había sido expulsado por su mujer. Si lo reconocía, sentía como si el mundo a su alrededor se derrumbara.
Sacudió violentamente la cabeza en señal de negación, pero sin embargo no pudo evitar mirar con nostalgia la habitación de ella aunque no pudiera verla.
* * *
Con la ayuda de Mary, me levanté, me vestí para el día y bajé al comedor a una hora irregular. Ciel y Aiden también estaban en el comedor.
Me sentí incómoda, por supuesto, teniendo en cuenta lo que pasó anoche. Sin embargo, me obligué a mantener una cara seria. Dejando atrás los demás hechos, seguía siendo cierto que me habían descubierto como Guía, así que me preocupaba lo que me esperaba a partir de ahora.
Hacía tiempo que me había reencarnado, pero aún conservaba recuerdos y mis manierismos del pasado, así que no podía abandonar mis hábitos de Guía.
Era a la vez frustrante e irrisorio que cayera tan fácilmente en la rutina de guiar a alguien con tanta familiaridad.
Había una razón más para la frustración que sentía. Como la mesa estaba llena de platos de patatas de varios tipos, aún no había probado ni un bocado, pero ya me sentía llena.
Era difícil pasar la hora de la comida, a diferencia de la mayoría de los días, así que sólo le di un sorbo a mi vaso lleno de agua helada.
“¿Desde cuándo te gusta beber agua helada? A otras nobles damas no parece gustarles ni siquiera un poco fría”.
En medio del silencio, sonó una voz de barítono agradable al oído. Aunque hablaba en un volumen más bajo de lo habitual, su voz aún se proyectaba bastante bien.
Giré la cabeza en silencio y le respondí brevemente.
“No me acuerdo bien”.
Unos ojos azules me miraron fijamente. En el momento en que estaba a punto de agotarme por esa persistente mirada suya, mamá murmuró algo que sonó como una declaración.
“Tendremos que comernos todas las patatas que quedan antes de que se estropeen”.
Ante las palabras tan seriamente pronunciadas por mi madre, los ojos de Ciel se entornaron ligeramente. Golpeando el aire y fallando su vaso varias veces, Ciel finalmente alcanzó su vaso de agua y engulló todo su contenido. No sabía qué hacer.
Con expresión avergonzada, contestó amablemente a mamá.
“Baronesa, me gustan bastante las patatas. No tiene por qué preocuparse”.
“…Entonces, es un alivio. Es la primera vez en mucho tiempo que tenemos invitados en nuestra morada, pero me da vergüenza servirles una comida tan sencilla”.
De sus palabras se desprendía un cierto significado subyacente, pero a pesar de ello, Ciel cogió tranquilamente su cuchara para recoger su sopa de patata. Sólo entonces me abandonó su persistente mirada, y un pequeño suspiro de alivio se deslizó por mis labios.
Yo también empecé a comer. Sentada frente a la sopa de patatas, la ensalada de patatas, las patatas salteadas y muchos otros platos de patatas, sentía como si las patatas asadas que comí ayer aún me pesaran en el estómago.
La mesa estaba literalmente llena de patatas. Mis ojos se desviaron y me di cuenta de que había un pequeño plato de azúcar sólo para mí. Pensé que mamá lo había traído para mí, pero no me dirigió una mirada cómplice para indicármelo.
Después de verla comer su sopa de patata en silencio, incluso pregunté a papá o a mi hermano si alguno de ellos me lo había preparado, pero toda mi familia estaba concentrada en comer.
Me pregunté quién me la habría traído. Al final, lo atribuí a otra persona de la casa, ya que la mayoría conocía mis preferencias. No pensé más en ello y seguí mojando mis patatas asadas con mantequilla en azúcar y probé un bocado.
Cuando el dulzor se extendió por mi boca, sonreí sin darme cuenta. Y cuando sentí que mis ojos se curvaban hacia arriba, volví a sentir una mirada paciente clavada en mí.
Miré hacia Ciel, que ahora parecía aún más persistente que antes. Sus ojos estaban más fijos en mis manos que en mis propios ojos. Para ser más precisos, miraba el azúcar de la patata que yo sostenía.
En ese momento, lo sentí.
El hecho de que mi ex marido aún no se hubiera rendido.
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