«Deméter te escondió tan bien…tuve muchos problemas para encontrarte.»
El manto de Perséfone fue arrancado por la musculosa mano del hombre. Sus hombros temblaron debido a los escalofríos. La opresión en su pecho era abrumadora, y el dobladillo del quitón se enrollo hasta el estómago en un abrir y cerrar de ojos. Perséfone sólo podía percibir su voz.
“Perséfone”.
Perséfone, el hombre la llamó. Su lengua y cálido aliento lamían su nuca mientras pronunciaba las sílabas de su nombre.
“¿Por qué estás actuando como una oveja asustada? ¿No dijiste que no tenías miedo?»
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